domingo, 19 de junio de 2011

El peluquero de Pérez Rubalcaba

A las 4,45 de la madrugada del uno de septiembre de 1939, el buque alemán Schleswig Holstein, anclado frente a Danzig, abrió fuego contra las fortificaciones polacas de la ciudad portuaria. Así comenzaba la Segunda Guerra Mundial, la más cruenta de la historia.
A las 7 y 20 el ministro de la guerra británico Hore-Belisha recibió una llamada telefónica que le anunciaba: “Los alemanes han cruzado”. Hore-Belisha refunfuñó: “Malditos alemanes, mira que despertarme de esta manera”. Tras levantarse comprobó que su barbero no había llegado y que tendría que afeitarse él mismo. Lo cuenta Richard Overy en Al borde del abismo.

Lo que me llama la atención de este suceso es que en época tan reciente quedasen tales rastros de servidumbre. ¿Quién concibe hoy a Alfredo Pérez Rubalcaba al pie de su cama esperando cada mañana la llegada de su peluquero? Las ideas de cambio, de justicia, en este caso de igualdad, aparecen con mayor o menor rapidez o sorpresa, pero su circulación es lenta y su ejecución práctica más lenta todavía. No se trata de que a Pérez Rubalcaba le pueda atender o no un peluquero cada mañana, sino de que tenga un peluquero particular. Hoy no lo concebimos. Hoy, el ministro Pérez Rubalcaba y el peluquero que le arregla la barba tienen la misma dignidad. 

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