martes, 6 de mayo de 2008

Acebes y Zaplana

Ninguna pareja tan famosa en los últimos años, ningún logo político tan afortunado y con tal carga destructiva. Ese sintagma, Acebes y Zaplana, portador de la crispación. Ha habido otras campañas feroces en la refriega política de los últimos años. La autodestrucción inducida de UCD, ahora que Calvo Sotelo es enterrado en nombre de la finura, la inteligencia y el político cultivado. El caso GAL, del que a duras penas se hizo responsable a Felipe González. El caso Borrell, que tampoco necesitó oponentes políticos, porque los enemigos los tenía en casa y en la prensa amiga. El caso Banca Catalana, en el que todo un pueblo –es un decir- fue abducido para salvar la cartera de su presidente. Pero ningún caso, como éste, en el que sobre nada se ha construido la infamia de los personajes. Rumores, insinuaciones, programas de humor. Acusaciones infundadas, en el caso de Zaplana, sin auto judicial, ni investigación fiscal que las funde. El exceso de comparecencias –no hay más que recordar el 7-J londinense y Scotland Yard; una vez, una sola vez- durante los sucesos en torno al 11-M, hundió la honorabilidad de Acebes.

Algún día alguien escribirá un libro limpio sobre los sucesos de aquellos días: la tensión ciudadana, la utilización partidista del miedo para obtener beneficio electoral, las comparecencias televisivas de Rubalcaba y Rajoy –y otros como Almodóvar y Monserrat Turà-, el asalto a las sedes del PP, la información de los informativos de las teles y las emisoras de radio.

Mientras tanto, el caso Acebes y Zaplana muestra cómo se necesita muy poca cosa para destruir la reputación de un político. La labor de oposición convertida en crispación. Y cómo la opinión pública no es un conjunto de ideas trabadas por la razón sobre problemas, necesidades y soluciones, sino un estado de ánimo, la creación de una atmósfera.

Otra cosa es cómo esos dos políticos y su partido han gestionado su acceso a los medios, cómo han contribuido a su fracaso electoral no haciendo nada al respecto. Cuando era evidente que el conglomerado mediático, en especial en Cataluña y en Andalucía, era inasequible a sus intereses debían haber dado un golpe de efecto desapareciendo de escena.

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La gestión de Chávez es tan opinable, que en Venezuela desde hace meses han desaparecido de los supermercados la leche, los huevos o el azúcar, y centenares de venezolanos hacen cola en la frontera con Colombia con la única esperanza de comprar los productos de primera necesidad que se han esfumado de las estanterías de sus abastos, como lindamente se sigue llamando en ese país a las tiendas de comestibles. Todo ello gracias al Plan de Soberanía Alimentaria, el más reciente gadget (¿o habrá que escribir racket?) inventado por Chávez en esa obsesiva pelea de gallos en que anda metido con el presidente colombiano”. Ana Nuño.

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Lo importante de 1968 no fueron sólo sus movimientos, sino la amplitud de los cambios soterrados que la sociedad venía experimentando desde finales de la década de 1950 y de los que dichos movimientos eran un reflejo. (...) Afectan a la naturaleza de la familia, que ha dejado de girar en torno al matrimonio para hacer hincapié en la calidad de las relaciones, (...) a la sexualidad, (...) la entrada masiva de la mujer en el mercado de trabajo, (...) la necesidad de elegir una forma de vida, y no de heredarla, junto a la aparición de la política de la identidad, el declive de la deferencia y un enfoque más crítico de la elección política”.



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