viernes, 12 de diciembre de 2025

Criatura celestial

 

 


Qué sientes ahora, ahora que van cayendo, uno detrás de otro, aquellos con quienes compartiste los chupitos y las cerezas, los días de ímpetu y entusiasmo, cuando cada día era un subidón viendo la cara que ponían tus rivales. Rejuvenecías, el mundo empezaba de verdad y nadie pensaba en un final,

 

Qué hay de aquel andar armónicamente afirmativo, cuya cadencia atraía la atención, qué de la mirada hacia adentro que se abre paso entre la multitud, qué del Uno sin réplica,

 

Sé que los demás no te importaban, solo su mirada arrobada, esa mirada que hoy ha caído, salvo la de unos pocos que te lo deben todo y ya les resulta imposible disimular, aunque lo siguen haciendo, y la de otros, los que te han visto en la distancia, que aún no han podido hacer la transición hasta que aparezca el nuevo heredero,

 

Recuerdas cuando pensabas que ibas a hacer historia. Incluso llegaste a preguntar qué dirían los libros de historia sobre ti, 

 

Qué piensas de esos que todavía hoy dicen que eres el más, que esta época será recordada como la que más,

 

Te he visto hundido hoy en la foto como nunca te había visto. Ahí no cabe reflexión, solo abatimiento: cómo acabar de una vez, pasa de mí este cáliz, ¿hay solución, un puente, un mal brebaje?  Uno como tú no tiene lugar donde esconderse o desaparecer, a dónde irías, en qué lugar la multitud abriría un pasillo para ti, ya no,

 

Qué va a suceder contigo, que lo tenías todo, el inmenso amor por ti mismo te impedía mirar el mal funcionamiento de las cosas, qué largo viaje te espera, tú no eres de quienes todo lo cifran en la acumulación, todos los que se han aprovechado de ese amor que solo sentías por ti, tú como único programa, ya se harían las cosas por sí mismas, te bastaba con un discurso de mil palabras, combinadas con una sintaxis predecible y mucho énfasis, esa tu característica, la del hombre más enfático.

 

El día está gris se confunde la imperceptible fina lluvia con la densa y humeante niebla.


jueves, 11 de diciembre de 2025

Pluribus

 

 


Hay que ir a las cosas pues es en las cosas donde se depositan las emociones. Las cosas no van bien, hay que estar ciego. Muchas no funcionan o van renqueando. Las conductas de quienes deben hacer que vayan bien dejan mucho que desear: el bien común, hay que estar ciego. Durante un tiempo la degradación no se notaba, como la rana que se cuece lentamente. Hay un momento en que el bien común ya no lo es y aparece el mal común: la ceguera, el desistimiento, el desentendimiento, la desesperanza, el bien propio, la división, el enfrentamiento. La desconfianza: las cosas van a ir a peor.

 

Hay una serie, Pluribus, la serie del momento, en la que sucede algo, una contaminación, un virus, una intoxicación que hace que el individuo que cada uno cree ser desaparece y todo el mundo se convierte en 'nosotros'. Todos hablan y sienten en primera persona del plural. Nosotros (Del lema nacional de EE. UU. E pluribus unum "De muchos, uno"). Se mueven como autómatas, sonríen, no tiene emociones negativas, aparentan ser felices, saben todo lo que hay que saber y al momento, todos obran en la misma dirección, salvo unos poquitos a los que el acontecimiento no les ha afectado. En realidad, la serie solo sigue a uno de ellos. Una mujer que piensa y siente sin contaminación.

 


Lo importante de lo que sucede en la vida social sigue siendo incomprensible. Aunque me aterra que lo lleguemos a comprender. Que los procesos de la inteligencia, el habla y la conducta sean previsibles y predecibles (ningún misterio). Piensa en la IA. Poco a poco nos vamos haciendo dependientes. Las respuestas que nos da tienden al promedio, al hombre común, no nos contradice, se amolda. El corpus sobre el que asienta sus respuestas es el conocimiento acumulado por la humanidad en su conjunto. Cada individuo una célula sustituible.

 

Esa es la primera parte. La segunda es que la IA se hará cargo de nuestras rutinas; pronto no sabremos resolver los asuntos más sencillos. Incluso los que ahora creen cabalgarla se verán igualmente entontecidos, echados al lado como una molestia.

 

La IA no es más que un paso más en la evolución. Ya éramos así. Pon el oído: repetimos las consignas, las justificaciones, cofrades de una secta, o simplemente cerramos los ojos, aislamos los oídos, nos tapamos la boca. Pluribus no es una alegoría, es una descripción exacta.

 


miércoles, 10 de diciembre de 2025

Dominio, de Tom Holland. Citas

 


 

Sobre Spinoza

A diferencia de Moisés o de los profetas, el de Tarso había adoptado los métodos de un filósofo: había debatido con sus oponentes y sometido sus enseñanzas al juicio de otros. La crítica de Spinoza al judaísmo, por mucho que se vistiera con un tono de distancia académica, era, a todas luces, cristiana. Admiraba a Pablo tanto como lo había hecho Lutero; lo consideraba el apóstol que había llevado a toda la humanidad las buenas nuevas de que los mandamientos de Dios estaban escritos en sus corazones. 

 

Spinoza mantenía este tono de asombro. Identificaba la libertad - la causa que valoraba por encima de todas las demás y a la que había dedica toda su carrera - directamente con «el espíritu de Cristo». 

 

 Cuando los cuáqueros predicaban que era la luz interior lo que permitía conocer la verdad y los colegiantes, que era Cristo, ambas comunidades allanaron el camino para Spinoza. Todos ellos, confiaran en el Espíritu Santo o en la razón, o en ambos, habían soñado con la resolución de las disputas sectarias para siempre, y todos ellos habían fracasado.

 

Sobre Diderot 

 

Aunque era ateo, Diderot era demasiado honesto como para no reconocer cuál era la respuesta más probable. “Si hubiera un Cristo, os aseguro que Voltaire estaría entre los salvados”.

 

Sobre la Revolución Francesa 

 

 ¿No era la libertad que proclamaba la Revolución la misma que había proclamado Pablo? «Vosotros, hermanos, fuisteis llamados a ser libres». Este, en agosto de 1789, había sido el texto leído en el funeral por los hombres que, un mes antes, habían perecido en el asalto a la Bastilla, la gran fortaleza de París que había brindado a la monarquía francesa su prisión más intimidante. 

 

La Vendée

 

«Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos»: esa había sido la orden que, según se contaba, había dado el legado papal ante las murallas de Béziers. El general enviado a pacificar la Vendée a principios de 1794 dio a sus tropas instrucciones de atravesar «con la bayoneta a cuantos habitantes os encontréis. Sé que puede haber unos pocos patriotas en esta región, pero no importa: debemos sacrificarlos a todos». Como consecuencia, un tercio de la población de la región moriría: unos doscientos cincuenta mil civiles. Mientras tanto, en la capital, la ejecución de los condenados como enemigos del pueblo estaba siendo retratada por el terror revolucionario en tonos que evocaban claramente a las Escrituras. El bien y el mal se enfrentaban en la batalla definitiva.

 

 

El islam, que tradicionalmente había significado para aquellos que lo practicaban una mera actividad de sumisión, debía moldearse, rehacerse y transformarse en algo muy distinto; aunque, por supuesto, este no era un proceso que hubiera empezado en 2015. Durante un siglo y medio, desde el apogeo del colonialismo europeo, se había acelerado. Su progreso podía medirse por el número de musulmanes en el mundo que aceptaban que las leyes escritas por humanos estaban por encima de las leyes de Dios; que la misión de Mahoma había sido religiosa y no política, y que la relación de los creyentes con su fe era, esencialmente, algo privado y personal.

 

Feministas blancas 

 

Cuando, en octubre de 2017, las líderes de la Marcha de las Mujeres organizaron una convención en Detroit, un panel de conferenciantes en particular no dio abasto para atender a todos los que querían asistir. «Frente a la mujer blanca» ofrecía a las feministas blancas la oportunidad de reconocer su privilegio, confesar sus pecados y conseguir la absolución. Era la oportunidad para que las ricas y las educadas abrieran los ojos, para que miraran de frente a la injusticia, para que despertaran de verdad. Solo a través del arrepentimiento se obtendría la salvación.

 


¿Por qué el cristianismo vuelve? Los domingos, Lux de Rosalía, Ayaan Hirsi Ali lo explica aquí.

 

Hay que recordar el mensaje de Pablo de Tarso:

 "Ya no hay judío, ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús". (Pablo en Gálatas).

 Toda ley alcanza su plenitud en este solo precepto: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo".


martes, 9 de diciembre de 2025

Dominio, Tom Holland

 


 

He aquí un proyecto ambicioso, capturar la esencia del cristianismo en sus 2000 años de historia. Y una tesis fuerte: el cristianismo es el humanismo. Tardó en apoderarse de Occidente, aunque nació en Oriente. Contó casi al principio con una mente brillante, Pablo de Tarso, que orientó a la comunidad cristiana, señalando el mensaje y convirtiéndola en universal: el cristianismo no nacía como secta dentro del judaísmo, sino que su vocación era universal. Pablo llevó a toda la humanidad la buena nueva de que los mandamientos de Dios estaban escritos en sus corazones (primera revolución).

 

El poder romano lo vio como el cemento del Imperio y lo asoció al Estado. Un arma de doble filo, pues gracias al Imperio se hizo universal, pero a cambio le costó desembarazarse de los poderosos para atender a aquellos para quienes había nacido, los humildes y desheredados, algo que solo ocurrió en el siglo XI con la reforma gregoriana del Papa Gregorio VII, cuando el cristianismo se purifica y se convierte en religión independiente del Estado, afirmando un poder superior al temporal, puesto que la iglesia fue creada por Dios. (Segunda revolución).

 

La lucha entre la secularización y la pureza ha estado presente en toda la historia del cristianismo. Dos agustinos están en el origen de la tercera gran revolución cristiana. El primero Agustín de Hipona que antes que Gregorio ya propuso la separación de la ciudad celeste de la secular. Y el siguiente un fraile alemán, Martín Lutero que ante las tendencias seculares de la iglesia del Vaticano puso la lectura de los Evangelios al alcance de cualquiera y la vuelta a la fe como la brújula del cristiano, pues solo la fe salva.

 

La cuarta revolución aparentemente destruye al cristianismo cuando Nietzsche proclama la muerte de Dios. El secularismo, una vida sin religión, ha triunfado. Lo que el autor defiende es que eso no ha ocurrido sino más bien al contrario, las ideas, el modo de vida y la moral cristiana ha permeado la mentalidad de Occidente: los seres humanos tienen derechos, nacen iguales, se les debe sustento, cobijo y refugio y protección frente a la persecución. Verdades que no fueron nunca evidentes, pero que Occidente asumió como suyas a través de sus filósofos y místicos y luego de sus juristas hasta organizar estados basados en ellas. La retirada de la fe cristiana no parece implicar necesariamente la desaparición de los valores cristianos.


Aquella broma de los Monthy Pyton que preguntaban qué debemos a los romanos, para responder con una lista de consecuciones prácticas evidentes que están en nuestra vida sin que reparemos en ellas, la traslada Tom Holland al cristianismo, para fijarse en la organización mental y moral que organiza nuestra vida social. El cristianismo ha transformado el mundo. Hoy es evidente en Occidente, pero también lo está haciendo en África y Asia.

 

“El cristianismo es una filantropía que se difunde. Necesita propagarse perpetuamente para demostrar su autenticidad”. (David Livingstone sobre la propagación del cristianismo en África)

 

En Dominio, Cómo el cristianismo dio forma a Occidente, Holland traza la línea de liberación de la conciencia del hombre para salir de la oscuridad, que va de Pablo de Tarso a Lutero, de Gregorio VII a los philosophes como Voltaire, y los revolucionarios de 1789, un Voltaire que siendo ateo proclamaba la necesidad de religión, asumiendo los valores cristianos (“Vosotros, hermanos, fuisteis llamados a ser libres”, había escrito Pablo), una actitud reformista que va de la lucha de los cuáqueros contra la esclavitud hasta Martin Lutero King y su combate pacífico en pro de los derechos civiles de los negros.

 

«Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos», nos recuerda que había sido la orden del legado papal contra los albigenses asediados tras las murallas de Béziers. Holland no oculta el lado oscuro de la historia de la Iglesia. Que el cristianismo sea un suceso histórico, no le resta validez a cómo ha dado sentido al vivir. La cristiandad, con sus luces y sus sombras, ha sido el modo más feliz - quizá el menos infeliz - de organizar la vida de los hombres desde que tenemos noticia. Lo que no le concede plenos poderes para apoderarse de la eternidad. Eso es lo que nos quiere transmitir Holland en Dominio.

 

En repetidas ocasiones, fuera irrumpiendo en los canales de Tenochtitlán, asentándose en los estuarios de Massachusetts o adentrándose en el Transvaal, la confianza que había permitido a los europeos creerse superiores a aquellos que desplazaban derivaba del cristianismo. Sin embargo, una y otra vez, en la lucha por hacer rendir cuentas por esta arrogancia, había sido el cristianismo el que había provisto a los colonizados y los esclavizados de su altavoz más seguro.

Cuando el dominio británico llegó a su fin y la India consiguió la independencia lo hizo como una nación secular. Resultó que no era necesario que un país se convirtiera al cristianismo para que empezara a verse a sí mismo desde una óptica cristiana.

En un país saturado de creencias cristianas como Estados Unidos, no había forma de escapar a su influencia, ni siquiera para aquellos que imaginaban haberlo hecho. Las guerras culturales estadounidenses eran menos una guerra contra el cristianismo que una guerra civil entre facciones cristianas.

La retirada de la fe cristiana no parecía implicar necesariamente la desaparición de los valores cristianos. Al contrario. Incluso en Europa —un continente cuyas iglesias están mucho más vacías que las de Estados Unidos—, los vestigios del cristianismo seguían impregnando la moral y las creencias de la gente hasta tal punto que muchos ni siquiera percibían su presencia. Como partículas de polvo demasiado finas para distinguirse a simple vista, todo el mundo las respiraba por igual: creyentes, ateos y aquellos que ni siquiera se habían parado jamás a pensar sobre religión.

 

Una buena lectura para el periodo navideño, combinada con Lux de Rosalía y la película Los domingos.

 


jueves, 4 de diciembre de 2025

Hadji Murat

 


 

En Hadji Murat, su novela póstuma, Tolstói recuerda sus años juveniles en las guerras del Cáucaso. Con trazo emocionante y el mismo respeto, describe tanto a los guerreros insurgentes del pueblo checheno y a los habitantes de las aldeas como a los soldados y oficiales rusos que pelean contra ellos. Salvo unos pocos, el zar Nicolás II y su ministro de la guerra, a quienes presenta como crueles y rencorosos, todos aparecen bajo una luz positiva que muestra su belleza o dignidad, su cortesía y bravura, aunque bajo esas cualidades se esconda una añagaza, la espera para tomar la debida venganza.

 

En cada capítulo emerge un personaje nuevo del que nos da los detalles necesarios para diferenciarlo: el bravo Hadji Murat, el ávaro valiente y tribal que quiere salvar a su familia de las garras de su enemigo, Avdéiev, el soldado ruso que se alista y muere porque no le queda otra, el feroz Imán Shamil, líder islamista checheno, el arrogante y torpe zar Nicolás I, príncipes, burócratas, soldados de a pie, montañeses.

 

Tolstói participó de joven en las guerras del Cáucaso (como tantos escritores antes se forjaron en el combate, Sócrates, el propio Cervantes) que le sirvieron para escribir alguno de sus relatos. Incluso se le puede identificar con uno de los personajes, Buttler, un oficial tan tarambana como leal, que huye de Petersburgo por sus deudas de juego. El entusiasmo juvenil de Tolstói fue cediendo hacia el pacifismo, en la última etapa de su vida, que inspirí al mismo Ghandi.

 

Al mismo tiempo se nos describe el horror de la guerra, la muerte, la enfermedad, la destrucción la suciedad que le sigue (el aoul checheno tras la batalla). 

 

"El pozo había sido enfangado, evidentemente de propósito, por lo que era imposible sacar agua de él. También había sido ensuciada la mezquita, que el mullah limpiaba con sus discípulos".

 

"Lo que sentían los chechenes, chicos y grandes, era algo más fuerte que el odio. No era odio, sino asco, repulsión, perplejidad, ante esos perros de rusos y su estúpida crueldad, y el deseo de exterminarlos como se exterminan las ratas, las arañas venenosas y los lobos, un sentimiento, en fin, tan natural como el instinto de conservación".

 

Por su economía de medios, la descripción del paisaje o los breves y certeros apuntes sobre el carácter de los personajes, Hadji Murat es más moderna que la mayoría de lo que hoy se escribe. Podríamos sustituir Chechenia por Ucrania y comprenderíamos la ignominiosa crueldad del imperialismo ruso.

 

"Era todavía invierno, pero el sol comenzaba a remontarse y ya iba alto a mediodía cuando el destacamento, que había salido muy temprano, había recorrido ya una decena de verstas. Calentaba ya tanto que el calor empezó a ser demasiado molesto; sus rayos eran tan deslumbrantes que su reflejo en el acero de las bayonetas y en el bronce de los cañones -donde tenía el aspecto de pequeños soles- hacía daño a los ojos.

 

Detrás quedaba el arroyo rápido y límpido que el destacamento acababa de atravesar; delante veíanse campos cultivados y praderas ondulantes; más adelante todavía, montañas negras y misteriosas cubiertas de bosque; al otro lado de esas montañas negras, peñascos que las rebasaban; y allá en todo lo alto, sobre el horizonte, las nieves perpetuas, perpetuamente espléndidas, perpetuamente cambiantes, jugando con la luz como si fueran diamantes".

 


miércoles, 3 de diciembre de 2025

La muerte de Iván Ilich

 


 

" Están allí tocando música. (Oía en la distancia, al otro lado de la puerta, fragmentos de voces y algún ritornelo). Les da lo mismo, pero también ellos se morirán. Idiotas. Yo primero y ellos después. También les tocará a ellos. Y, sin embargo, allí están tan contentos. ¡Animales!». Se ahogaba de ira. Y la angustia que le atormentaba se volvía insoportable por momentos. No era posible que todo el mundo, siempre, estuviera condenado a ese miedo atroz."

 

"El ejemplo del silogismo que había aprendido... 'Cayo es un hombre. Todos los hombres son mortales. Luego Cayo es mortal', le había parecido siempre correcto, pero solo con relación a Cayo, en ningún caso aplicado a sí mismo".

 

Tolstói con esta novela se adelanta a Martin Heidegger en la perspectiva del hombre como ser para la muerte. El individualismo entona su canto del cisne. Cuando uno piensa que nada importa salvo uno mismo, la conclusión es que el arrebato romántico sobre sí mismo acaba en la muerte. Nada salva, ni el empeño más sublime.

 

Ese es el tema de la novela. El fin de la vida de un hombre, de cualquier hombre, de Iván Illich. El comienzo habla de lo que a los demás importa la muerte de uno: el partido que pueden sacar de su muerte, el enojoso momento de la despedida, el desagrado de la contemplación de un cadáver que desprende mal olor, los inconvenientes de ese día, llegar tarde a una cita, no poder hacer lo programado.

 

Lo que sigue es el resumen de una vida contemplada desde el lecho mortuorio. Las circunstancias en las que uno nace y su adaptación a ellas. Los buenos propósitos, la pérdida de la inocencia. Si los sistemas corporales se van degradando, también lo hace nuestra estructura moral. Pudimos ser buenas personas, pero la vida rutinaria hace de nosotros seres rutinarios en una gama de posibilidades, desde el hombre común sin atributos al malévolo. Para nosotros, los demás - la mujer, los hijos, los amigos, los compañeros - se convierten fácilmente en intrigantes o malvados. Creíamos estar acompañados, pero la triste verdad asoma, nadie nos acompañará en el último viaje. Aunque, como nos ocurrió a lo largo de la vida, creamos en una lucecita que hace menos oscura la noche.

 

La redacción de La muerte de Iván Ilich siguió a la crisis espiritual que el autor sufrió al cumplir los 50 años. La publicó en 1886, con 58. Probablemente la escribió al mismo tiempo que El Evangelio abreviado (publicada en 1890), donde Tolstói ofrece su particular versión de los evangelios. A partir de los cuatro canónicos hace su versión personal, eliminando los elementos místicos y dogmáticos y las referencias a la divinidad de Jesús, mostrándolo como un maestro cuyo mensaje es el amor al prójimo, el ascetismo, el trabajo manual y la resistencia al mal mediante la no violencia. La Iglesia Ortodoxa Rusa lo excomulgó en 1901. La obra tuvo una profunda influencia en la crisis que el filósofo Ludwig Wittgenstein sufrió mientras la leía en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

 

Para completar su trilogía espiritual hay que mencionar la última obra que escribió, Hadjí Murat (entre 1896 y 1904), con 82, años. Murió en 1910. Hay una buena película que relata sus últimos años, La última estación (2009).

 

“Bajó las piernas, se echó de costado, sobre el brazo, y sintió pena de sí mismo. Esperó solo a que Guerásim pasara a la habitación contigua e, incapaz de contenerse más, se echó a llorar como un niño. Lloraba por su impotencia, por su espantosa soledad, por la crueldad de los hombres, por la crueldad de Dios, por la ausencia de Dios”.

 

“¿Por qué has hecho todo esto? ¿Por qué me has llevado a esta situación? ¿Por qué me has enviado unos tormentos tan horribles? ¿Por qué...?”.

 


martes, 2 de diciembre de 2025

Muerte por un rayo (2025)

 


¿Ha habido presidentes tan zafios como el actual? Lo que es evidente es que los hubo mejores. Uno de ellos fue Garfield el breve, James A. Garfield, vigésimo presidente de EE UU. Con tres meses en su haber presidencial, llegó a la presidencia de rebote, pero con muy buenas intenciones que se vieron truncadas cuando un estrafalario personaje le salió al paso con un revólver. 

 

La serie en Netflix cuenta en cuatro capítulos una historia que entrelaza a dos personajes, el presidente y quien lo mató. La figura de Garfield es atractiva, sin embargo, el personaje llamativo es el de su asesino. Matthew Macfadyen, conocido por su papel en Succession, encarna al raro y mentalmente inestable Charles J. Guiteau. Hace una interpretación de Óscar o de Emmy, lo que corresponda. No veo a nadie que pueda hacerlo mejor, una interpretación entre lo chusco y lo delirante, que incita a la compasión y a la risa a la vez.

 

Me gusta casi todo de la serie, los intérpretes, la escenografía, el color imitando la época, la trama, la descripción de los políticos corruptos, parece el anticipo de una buena serie sobre Trump. Espero que alguna vez tengamos una aquí sobre los cuatro del Peugeot.

 

Una cuestión se añade el final, la posible redención del corrupto, el vicepresidente. ¿Un político caído en las profundidades de la corrupción puede levantarse y convertirse en un hombre digno? Pienso en Ábalos, en Cerdán. El vicepresidente de la serie lo hace, pero sabemos que, sin embargo, muchos nunca lo harán.