domingo, 17 de noviembre de 2024

Qué puedo hacer con todo esto



 - Compro leche y eso, así ya tenemos para mañana -le dice una mujer a alguien por el móvil.

Otra, tras un amplio escaparate acristalado en una silla blanca modelo Sharon Stone, gesticula con las manos y las piernas cruzadas. 


Hace un sol espléndido impropio de mediados de noviembre. La mañana sabatina está vacía de ruido y movimiento.


En las containers un hombre y una mujer hurgan en los desperdicios. Ella con los dedos extendidos rompe una bolsa negra. En otro, el hombre con unas pinzas metálicas, telescópicas, extrae pequeños objetos que deposita en una bandeja. La mujer cuando me aproximo hace un gesto de asco. 


Un hombre con rasgos medioasiáticos camina casi oculto el rostro por una capucha. Me gusta observar. Cada vez veo a más gente con la cabeza cubierta, cascos, gorra. Ya no solo son los móviles, la pantalla que se refleja en el rostro empalidecido, las extensiones auriculares, las gafas negras.


Es prontísimo, pero la estación en dirección Barcelona está a tope. Esperando como cada día, cada hora, que un tren se detenga. El ministro está ufano de su labor en la Valencia devastada, pero los cercanías siguen igual cada día.


Antes de partir una última imagen. Plaza dels Països catalans. Un lugar desangelado, de paso, como la propia vida. Maletas, taxis, patinetes. Luce un sol radiante. Una sirena de ambulancia. Destellos azules de un coche patrulla. El bus turístic de colores pastel. Hoy no veo los pasmarotes testigos de Jehová tras sus atriles. Quizá no he mirado bien. Un hombre en calcetines y camiseta roja con su casa a cuestas: un revoltijo de cosas dentro y fuera de un carrito de Carrefour. Me emboba este lugar, me cuesta abandonarlo. Ninguno mejor para tomar el pulso a la vida.


- Yo tengo un colega montañista, de estos que se levanta un día... - dice un hombretón barbudo a unos que le escuchan.


Qué puedo hacer con todo esto.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Barcelona después del mediodía

 



Tras comer en un Saona, que ha duplicado el precio desde la última vez, camino con lentitud fijándome en las cosas. Esquerra del Eixample, Rambla de Catalunya abajo. La ciudad dibuja cuatro cuadrantes, Paseo de Gracia con las Ramblas y Gran Vía. Por donde voy dominan europeos y locales de clase media y media alta. Entran y salen de restaurantes, cafeterías, locales gastronómicos, dulcerías de todo tipo, tiendas del cuidado, adornos para el hombre y la mujer, para el hogar. Las viejas tiendas a las que yo acudía ya no están. 


 Cruzada la Gran Vía, en la plaza de Cataluña, hace monerías con palomas para dejar constancia en instantáneas el turismo masivo, low cost. Por debajo, la otra inmigración, musulmana y latina. Oigo idiomas, se diría que cada vez menos los propios.


Camino por el Carrer de la Canuda en dirección al Decathlon para comprar últimas cosas para Guinea. No hay muchos a esta hora. De frente viene una pareja, ella cubierta del tobillo a la coronilla con un hábito negrísimo, un burka. Al aire solo la rendija de los ojos. El hombre de tez oscura va ligeramente por delante. Tranquilos, acomodados, nadie repara en ellos. No son ricos del Golfo entrando en Loewe. Es la parte baja de Barcelona, la zona del Raval cercana a la vieja catedral gótica. 


Barcelona es decididamente multicultural, constato. Los estratos sociales conviven en la ciudad pero no en barrios y calles. Apenas se mezclan las calles diferenciadas. La ciudad está viviendo por encima de sus posibilidades, pienso. 


Cuánta población no podrá pagar el sobrecoste. Durante cuánto tiempo se mantendrá el precario equilibrio. La vieja población que vivía aquí antes de que todo haya cambiado, sus pensiones, el escaso salario de la inmigración. Dónde viven, en qué pisos, cómo de arracimados.


La casta política de siempre distribuye el presupuesto, se lleva los porcentajes, las comisiones de las exiguas pagas. La ciudad es otra. Si vives el día a día no ves lo que ves cuando dejas pasar el tiempo y vuelves.


jueves, 14 de noviembre de 2024

Tiniebla más que luminosa

 



¿Hasta qué punto somos dueños de nuestra vida? Dejemos de lado la idea loca e inverificable, al menos de momento, de que somos figuras de una simulación, objetos informáticos de un programa diseñado por una inteligencia superior. (Ahora caigo en que el Dios dado por muerto hace siglo y medio vuelve recurrentemente bajo otros disfraces).


El pensamiento humano avanza decididamente hacia la claridad (la verdad). Poetas filósofos científicos se afanan por hacer luz. Ahí están las obras escritas, el paisaje modificado del planeta, la inmensa obra que es la ciudad, las prodigiosas extensiones del ojo humano para mirar lejos en el cosmos o en el interior de la mente humana, la extensión de la vida, el saneamiento. Pero la mente humana no es la inteligencia del individuo. Está Sapiens y está Pepito. Si se diese una casi extinción de la especie, Sapiens volvería a reconstruir las herramientas de la supervivencia, pero Pepito sería incapaz de rehacer el menor de los ingenios que utiliza en su vida diaria.


Tenemos una idea de dónde están las instrucciones, de cómo se edifican cuerpo y mente, los genes como unidades de información que las contienen. Sabemos de la propia construcción, la fisiología, los circuitos, el cableado electroquímico que nos hace semovientes. Exentos, puestos en movimiento, dotados de habla, activos, ¿qué hace que seamos individuos? ¿Hasta dónde llega nuestra autonomía? ¿ Somos independientes, libres?


Fue Richard Dawkins, el que enfatizó la importancia del gen, quien puso a rodar el concepto de meme. Ser consciente no tiene por qué estar asociado a la voluntad de ser libre. Ha habido épocas históricas en las que buena parte de la humanidad era esclava de otros hombres sin cuestionarse su condición (como las mujeres no lo hicieron hasta hace poco, o los negros o los asiáticos). Solo unos pocos hombres -Sapiens- lo hicieron. Esos pocos plantaron la semilla -meme- en la mente de los esclavos para que germinase y se enderezase la voluntad de ser libres.


Sapiens llegó a la convicción de que los dioses no existen, sin embargo, hay muchos individuos que no se han dado por enterados, siguen con sus ritos y prácticas supersticiosas. Lo mismo vale para la superstición política o cualquier otro tipo de superstición a la que nos aferramos para maltapar el oscuro agujero.


El pensamiento del individuo está lleno de automatismos. Se piensa poco. Lo que decimos, la cháchara, la conversación encadenada, y lo que hacemos, en consecuencia, tiene su origen fuera de nosotros. Esclavos de los memes que otros siembran en nuestra mente. ¿El cajón de conceptos que manejamos lo usamos para adaptarnos al tráfico de la vida social (medrar, pertenecer a grupos y asociaciones, ser sociable, no ser excluido) o para conocer la realidad, la verdad de las cosas y el mundo? ¿No hay incompatibilidad entre buscar la verdad a toda costa y aceptar las constricciones del grupo de pertenencia? Si la primera verdad del individuo es su soledad existencial, ¿no es el mayor temor verse rechazado socialmente?


No debería importarnos tanto el contenido de nuestra mente -si pensamos esto o lo otro- como conocer los procesos por los que adoptamos y retenemos ideas que no son nuestras y que nos impiden emanciparnos, tener personalidad propia. Si ello es posible, porque viendo y escuchando se hace verosímil la hipótesis de que podemos vivir en una simulación. (Un terrible enemigo acecha: las extensiones tecnológicas qué harán de nosotros un cyborg, un hombre máquina).


El proyecto ilustrado no se completará hasta que los hombres, el individuo, se hagan conscientes de cómo se forjan las ideas que nos hacen hacer lo que hacemos. Si la primera parte de la modernidad consistió en la emancipación de los esclavos (de la mujer, de la extinción del racismo), la segunda parte consistirá en la emancipación mental. ‘Tiniebla más que luminosa’ llamó el Pseudo-Dionisio Aeropagita a la Superstición. Ese es el programa de Sapiens, desenmascararla, hacer caer la primera parte del sintagma para ser hombres iguales, libres y fraternos, es decir luminosos.




miércoles, 13 de noviembre de 2024

La sustancia

 



La sustancia es una película de mujeres. Lo es la directora, Coralie Fargeat, y lo son sus dos protagonistas, Demi Moore interpretando a Elizabeth Sparkle y Margaret Qualley interpretando a Sue. Alrededor, unas cuantas bailarinas, acompañando en el escenario de aerobic a Sparkle/Sue, y hombres mirando, en el estudio o delante de la pantalla, entre estos el antagonista, Dennis Quaid, maestro de ceremonias televisivo. Aunque el verdadero antagonista, cuenta la película, lo tiene la mujer dentro de sí.


Para Elizabeth Sparkle/ Demi Moore la edad se convierte en su enemiga. A los 50 años le hacen saber que ya no sirve para el programa de aerobic. Se mira en el espejo, la vemos mirarse en el espejo, y es de no creer (parece que tenga 45, y Demi Moore tiene 62). Pero hay solución, un programa biotecnológico experimental, una sustancia que produce una división celular por medio de la cual se crea una copia exacta, pero más joven y perfecta. Sparkle entra en el programa y produce una copia de sí: Sue. Sue se presenta a las pruebas y gana la plaza vacante que ha dejado Sparkle en el programa televisico.


Sparkle y Sue son dos versiones de la misma persona una joven y otra marchita. El experimento exige que mantengan el equilibrio. Se han de alternar viviendo una semana cada una. Sue se alimenta del líquido de la médula espinal que extrae de Sparkle. Si extrae más de la cuenta Sparkle se irá deteriorando. Una dialéctica que las/la convertirá literalmente en monstruo.


El ser de Sparkle y Sue en el mundo está condicionado por lo que los hombres esperan de ellas: belleza, juventud, perfección. Una expectativa que solo pueden atender temporalmente. La edad es estrago. El deseo masculino se convierte en una orden que las dirige interiormente. Una orden que las destruye.


La sustancia participa de la estética pop de colores pastel y geometría simples o audaces que se ha visto en películas como Barbie o Pobres criaturas, pero sobre todo de su idea de que la mujer ha de tomar en sus manos las riendas de su destino, protagonizando el mundo real, ya sea independizándose o apartando al patriarca que la domina o vengándose de él.


Si Querer es la serie del momento, es posible que La sustancia sea la película del momento.


martes, 12 de noviembre de 2024

La parábola que traza la flecha

 



El tiempo del universo es incontable o casi. El del hombre efímero. Cada uno vive con su hermana gemela, la angustia, atenazado por la brevedad. El hombre llega a este mundo solo y solo se va. En el mientras tanto busca la mejor compañía. Difícilmente acierta. En el hasta aquí la naturaleza ha obrado el milagro de la vida. Y un segundo milagro, el de la consciencia. Unas especies de otras se han ido ramificando, tomando de aquí y de allá lo que era útil para sobrevivir, para permanecer. Todo ser vivo busca la permanencia, pero su extinción está programada, nada se salva de deshacerse en la nada. Así yo, compuesto de compuestos, heredero de mis padres, del simio y del mamífero, de la rana y de las plantas.


En mi gestación se reproduce la historia de la vida, fruto ocasional de los incontables cambios que han tenido que producirse para que yo sea. Soy hijo del azar, pero nada en mí podía haberse no predicho. Esto que pienso ahora y escribo podía haber sido pensado y escrito de otro modo en un abanico de posibilidades reducido. Soy hijo de la selección natural y de mi tiempo. Soy idéntico a mi hermana pero distinto. El cerebro es la máquina de la que se ha dotado la naturaleza para comprenderse y seguir cambiando; una configuración temporal antes de la extinción. La herencia de la selección natural y el cableado del cerebro son lo que soy. Soy un individuo, me muevo y pienso. Soy la parábola que traza la flecha, el tiempo que discurre entre el lanzamiento y la caída. Pude haber sido de otro modo, el color del pelo, otras vestimentas, otra profesión. ¿Qué margen he tenido de movimientos?


Procuro suavizar la angustia de mi hermana, enmascararla. Cada época es un suceder de máscaras, tintando de colores diferentes la ilusión de la permanencia. Dentro de los márgenes de mi percepción - tan distintos, pero no tanto, de un murciélago, de un águila o de un topo- acomodo mi cosmovisión. Heredera de Platón y de Newton, del arado y de la rueca, de Gutenberg y de Borges. También de Elon Musk, mal que me pese. ¿Qué diferencia a Trump de Pedro Sánchez para creer que nos va la vida en ello?


La cosmovisión es nuestra forma de entender el mundo, de comprenderlo, de hacer cosas que calmen nuestra angustia. En toda época hay quienes se creen portadores de buenas nuevas. Seguidme, yo conozco el camino de la permanencia. Lo más fácil es adormecerse y dejarse llevar. Militar, ser activista, es el modo más sencillo y directo: reduces los márgenes de movimiento, encarrilas tú vagón - vacío o lleno- en una única dirección.


El modo de estar en la vida va cambiando. La cultura, la civilidad encuentra mejor acomodo. A medida que vamos comprendiendo lo que somos, naturaleza y cultura, nos hacemos más modestos, hijos de la naturaleza, cosidos por igual, hermanos unos de otros sin mucho margen de diferencia. Hemos aprendido que es mejor bregar juntos, organizarnos, ayudarnos. En cada época hay al menos dos formas de pensar cómo organizarse, la antigua y la moderna. En la disputa, a menudo cruenta, por imponerse no siempre hay juego limpio: se disfraza de bien común - prolongar la permanencia- el interés propio, egoísta, de supervivencia. Confiamos en quien nos engaña, crédulos de que su bien es el nuestro.




lunes, 11 de noviembre de 2024

Querer



 

Sin duda, Querer es la serie del momento.


La serie de cuatro capítulos, en Movistar, narra el maltrato masculino dentro del matrimonio, especialmente la violencia sexual. La serie adopta el punto de vista de la mujer que cansada de los malos tratos continuados se pone en manos de una abogada y denuncia. En los dos primeros capítulos se muestra la soledad que enfrenta cualquier mujer que haga una denuncia de ese tipo. Amigos, conocidos, sus propios hijos le dan la espalda. En esos dos primeros capítulos el espectador, gracias a las artes emocionales del cine, que mueve los sentimientos en la dirección que quiere, sin pruebas fácticas, en oposición al mundo en el que vive, da verosimilitud al testimonio de la mujer. Mujer, yo sí te creo.


La mayor parte de los problemas que plantea la serie son de guion. Los guionistas podrían haber optado por una película ‘psíquica’ a lo Hitchcock: un marido que le hace luz de gas a su mujer o una mujer histérica que imagina lo que no hay. Guionistas ingeniosos hubiesen enredado al espectador jugando con las dos posibilidades hasta decantarse al final por una de ellas, la mujer valiente que sale victoriosa contra todo. La segunda opción, por la que han optado, es la del film político: el grave problema social de la violencia contra la mujer.


La serie está bien hecha, una película larga más que propiamente una serie. Los dos protagonistas principales Nagore Aramburu y Pedro Casablanc están magníficos. El tercer capítulo, el juicio, se hace largo y aburrido. Se presentan los testimonios, casi todos favorables al marido, salvo un amigo de la mujer que reconoce haber tenido relaciones sexuales con ella, lo que redunda en lo que se quiere enfatizar, la soledad social de la mujer que se atreve a denunciar.


El cuarto es el más enfático, el más decididamente político. Se perfila definitivamente el carácter del agresor: en el colegio del nieto acogota a un niño inmigrante; celebra con los amigotes, todos hombres, el resultado del juicio a su favor; impone su autoridad de hombre en una comida de la familia extensa. Racista, sexista, incluso homófobo, patriarcal.


En la escena más significativa, en la sala de espera de un hospital, el marido muestra al fin sin resquicios su auténtica naturaleza: es el monólogo arquetípico del maltratador. Comienza zalamero pidiéndole a la mujer que vuelva, que arreglen las cosas, que recomponga la familia destruida, que se reconozca culpable, pasando sin transición del amago de un beso a la mano levantada. El espectador tenso ante la violencia de la escena agradece que la mujer al fin decida que va a apelar la sentencia judicial.


En el mismo capítulo, por fin, los hijos se decantan por la madre. El hijo menor lleva tan mal el asunto que acaba en el hospital tras un accidente de tráfico. En una concesión al mainstream le hace personaje gay: protagonista en la primera escena de la serie de un encuentro sexual -consentido- con una mujer, y en una de las últimas con un hombre, su compañero. Curiosamente, en la primera escena, los dos cuerpos se muestran desnudos, en la segunda hacen sexo con los vaqueros puestos.


Lo que peor se resuelve es la evolución de la personalidad del hijo mayor. Durante toda la serie se le muestra como copia de la personalidad del padre. Incluso su matrimonio se rompe por ello. En este capítulo pasa sin transición de una escena agresiva, verbalmente violenta, con su hijo niño por no haberse sabido defender en la escuela, al abrazo de reconocimiento a su madre y el consiguiente distanciamiento con el padre agresor. Se da a entender incluso que su matrimonio se recompondrá. Haber puesto el punto de vista en el hijo mayor, en su evolución, lo hubiese cambiado todo.


Los guionistas creen que la agresividad masculina se puede cambiar, que la conducta no tiene que ver con la naturaleza humana. ¿Es la conducta es modificable? Sí, en el caso del hijo mayor, no en el del padre. ¿La agresividad masculina es de origen natural o sociocultural? Si creemos que al hijo mayor se le puede reeducar, como creen los guionistas, ¿qué hacemos con el padre, le arrojamos a los pies de los caballos como han hecho con Errejón los suyos? ¿Es posible la reeducación? ¿Sí, en algunos casos, no en otros?


Nos esforzamos en la educación de los niños -educar no es lo mismo que enseñar- porque creemos que la conducta se puede ordenar, dirigir, mejorar. De ahí la derivada política de la reeducación de los adultos. ¿Son todas las conductas modificables? ¿Puede que haya una parte indomeñable, un comportamiento que no es sociocultural sino que deriva de la naturaleza humana?


viernes, 8 de noviembre de 2024

Triste tigre, de Neige Ninno

 



... mi necesidad de entender lo que estaba viviendo... mi experiencia de esa dominación extrema, de esa sumisión radical que es el abuso sexual sistemático, es lo que me permite calibrar la importancia de otros traumas... lo que intento nombrar con dificultad en mi propia experiencia: el haber sido forzada a pasar al lado oscuro me impide volver a la inocencia para siempre...


Acabando la última página de Tigre triste de Neige Ninno, me viene a las mientes La llamada de Leila Guerriero. Ambas cuentan historias de violencia cometida contra mujeres, aunque de distinto signo y edad. Silvia Labayru cuenta su historia de secuestro y tortura, de violación, embarazo y parto durante la dictadura militar argentina en varias sesiones de entrevistas con la periodista Leila Guerriero. Lo hace pasados los años, con los pies más en Madrid que en Buenos Aires, sin que haya querido o sabido contar la historia por sí misma, por más que se lo hayan pedido. Neige Ninno también ha puesto tierra y tiempo de por medio. Ha dejado Francia para irse a vivir a México. Nadie ha contado por ella su historia, ni se lo han pedido, salvo el relato judicial que condenó a su padrastro.


Hemos querido saber lo que ocurrió durante la dictadura argentina. Hay libros, documentales y películas. Sin embargo, no hay un clamor contra la violencia que se comete contra los niños o no todavía. Desconfiamos de lo que los niños puedan contar, de su memoria, de su influenciabilidad. Hemos de esperar a que sean adultos. Y entonces también dudamos, lo vemos como testimonio de parte, subjetivo, no como relatos ejemplares que puedan simbolizar una realidad extendida, personas heridas que apenas pueden superar el trauma, psiques que no están en sus cabales, cuya visión del mundo está dislocada, cuyo testimonio, pues, no es fiable.


La prensa se ocupa ampliamente de la violencia contra las mujeres, de la pederastia en la Iglesia, pero pasa como de puntillas por los casos de incesto, por los abusos en los centros de menores. Los profesionales hablan de la mente de los criminales, de los psicópatas, de los Humpert Humbert de Lolita. Interesa menos la mente de un niño, de su reconstrucción tras el trauma en su vida adulta, frente a la retorcida y literaria mente de los psicópatas y violadores.


Neige Ninno no se queda en el testimonio personal, aunque no lo elude. Lo suyo es autobiografía y ensayo. Narra la historia de su familia, el contexto social y económico en que se desarrolló la violación continuada, incluso la psicología de sus miembros, narra el juicio y la condena, las consecuencias familiares de hacerlo público, su necesidad de abandonar el escenario de los hechos, la recepción del agresor por los vecinos cuando volvió al pueblo tras haber cumplido cinco de los nueve años de condena, la vida que este rehízo, casado y con cuatro nuevos hijos.


Hablan sobre todo de su culpa, de su idiotez, de lo mal que se sienten. Dicen que entienden que lo que hicieron fue grave, pero nunca hablan de ello de forma concreta. Ninguno de ellos admite haber violado a un niño, a una niña, a varios, en más de una ocasión, a veces durante años, lo que es, sin embargo, la razón por la que fueron condenados.


Probablemente sea normal que no puedan afrontar la gravedad de sus actos. Si pudieran hacerlo de verdad, se suicidarían. Que creo que es la única salida honorable para un violador de niños. Morir de vergüenza. Pero no, no se suicidan (son las víctimas de violencia sexual en general las que se suicidan, no los maltratadores); reclaman su derecho a una segunda oportunidad.


La autora describe también el escenario mental francés en el que sucedió su afrenta. La mayoría de las víctimas no denuncia -menos del 10% en Francia-, la mayoría de las denuncias son desestimadas -el 74% en Francia-, el 50% de las que se investigan se rebajan a agresión sexual y solo el 10% de ellas se juzgan en un Tribunal Penal de Menores. Significa que solo un caso de entre cien llega al juez. Habla de los años de la tolerancia hacia el sexo con menores, la petición de despenalización por parte de la intelectualidad más señera. Habla de su soledad y su silencio para proteger a sus hermanos y a su madre y del paso decisivo para contarlo y denunciarlo por el mismo motivo. Cómo se sale de la opresión silenciosa, cómo se rescata a uno mismo, cómo se añade una vida nueva a la vida traumatizada de la que tan difícil es escapar.


Cuando creces en una cotidianidad en la que te violan, el mundo se ve a través de esa perspectiva. Una siempre está bajo la dominación. No hay un yo libre y no oprimido al que puedas volver una vez que la violencia ha terminado.


Neige Ninno compara continuamente su caso con otros que han sido narrados mediante libros, juicios o podcast, reflexiona sobre cómo contarlo, sobre la legitimidad de hacer literatura con el dolor, sobre los muchos modos de enfrentarlo, En Triste tigre da 360º alrededor de la violencia contra los niños.


"No hay final feliz para alguien que ha sufrido abusos en su infancia . Es un error y una fuente de angustia creer en la moraleja del superviviente que destilan las películas estadounidenses. Nos hacen pensar que el tiempo es lineal, que existe una progresión de víctima a acusadora a superviviente a satisfecha".


Mientras no veamos el pene del hombre de cuarenta años en la boca de la niña, sus ojos húmedos de lágrimas por la sensación de estrangulamiento inminente, mientras no lo veamos, todavía es posible decir que eso es amor, una historia de amor loco, una historia de tacto, de estilo.