De
todos los leídos sobre el tema de Viena, este libro es el que más me ha
divertido. Es la biografía de una ciudad y una atmósfera que dio lugar a la
mayor concentración de genios que quizá jamás se haya reunido en un mismo lugar
y época. Aunque el hilo conductor es el Círculo de Viena, que estuvo activo
entre 1924 y 1936, se remonta a sus profetas, al famoso debate entre Ernst Mach
y Ludwig Boltzmann sobre el átomo que tuvo lugar en 1895, y presenta de forma
amena, mezclando la anécdota con el rigor expositivo, el conjunto de ideas e iniciativas
que partieron del Círculo. El periodo que abarca el libro va de 1895 a 1946, más
allá de Hitler, decisivo en la destrucción del milagro cultural vienés y del
propio Círculo, al apoderarse de Austria, pues el autor sigue la historia las figuras
que tuvieron que huir. Poco después de la segunda Guerra Mundial, Víktor Kraft,
un miembro del Círculo, declaró: "La obra del círculo de Viena no está
completa; simplemente la han interrumpido".
El
Círculo, inspirado Russell, con la nueva física de Einstein de fondo, en una
Europa marcada por la inestabilidad política que siguió a la Primera Guerra
Mundial, y con la amenaza del totalitarismo, se propuso pensar sobre los
límites del conocimiento. Sus fundadores, Moritz Schlick,
Otto Neurath y Hans Hahn, seguido por matemáticos como Kurt Gödel y Karl Menger
o filósofos como Rudolf Carnap, soñaron, según el autor, Karl Sigmund,
físico él mismo, con fundar un pensamiento completamente racional, basado en el
lenguaje preciso y el rechazo de la metafísica. Como científicos querían fundamentar
la filosofía en un 'pensamiento exacto'.
Las
reuniones giraban en torno al trío Einstein, Hilbert y Russel, hasta que dieron
un giro inesperado cuando Schlick tajo una obrita de escasas páginas, casi un
folleto, firmado por un oscuro maestro de escuela rural, una figura totalmente
desconocida de apellido ilustre... Los intereses del Círculo de Viena -
recordaría Karl Menger - pasaron del análisis de las sensaciones al análisis de
lenguaje, de Mach a Wittgenstein: la filosofía debía luchar “contra los
hechizos a los que nos somete nuestra razón por medio de lenguaje". De ahí
el giro lingüístico.
“Todo lo que puede pensarse puede pensarse con
claridad. Todo lo que puede expresarse con palabras puede expresarse con
claridad… y, si de algo no se puede hablar, mejor es callarse".
Aunque
el propio Wittgenstein, unas páginas después aclaraba:
"Hay, de hecho, cosas inexpresables, cosas que
se manifiestan a sí mismas. Se trata de lo místico"
Si
algo tenía claro el Círculo, antes y después de Wittgenstein, era su aversión a
las abstracciones superfluas sin conexión alguna con nuestros órganos
sensoriales, es decir, a la metafísica, incluida 'la cosa en sí kantiana', y,
por supuesto, a Heidegger, su mayor enemigo.
En
1929 se publicaron dos libros antagónicos: La cosmovisión científica, el
manifiesto fundacional del Círculo, y ¿Qué es metafísica?, donde
Heidegger había escrito frases como estas: 'la nada es la pura negación de
la totalidad del ser'; 'la nada nadea'; ' la supuesta sobriedad y
superioridad de la ciencia se vuelve irrisible cuando la ciencia omite tomar en
serio la nada'. Entonces, en Davos, donde Rudolf Carnap se restablecía de
una afección, se encontró casualmente con Heidegger, que impartía un curso de
filosofía. Heidegger había escrito: "Para la filosofía, hacerse
inteligible es suicidarse". Y el joven Carnap: "Los
metafísicos son físicos sin ninguna aptitud musical". Carnap le diría
a Schlick, tras aquel encuentro, que había conocido "una colosal nube
metafísica en cuyo interior había descubierto... nada. Es decir: nada en
absoluto". También, 'la lluvia llueve'. La metafísica y el
análisis de lenguaje se dieron la espalda y seguirían en adelante caminos
radicalmente distintos.
Aquellos,
eran tiempos tan convulsos que Karl Kraus, el periodista más famoso de Viena,
concibió una obra de teatro satírica, Los últimos días de la humanidad,
para ser representada en Marte. Antes, Ludwig Boltzmann, a quien debemos la
fórmula de la entropía, fórmula que luce en su tumba, deslumbrado por las
capacidades de la joven matemática Henriette von Aigentler, a quien conoció en
Graz, le escribió de esta guisa para pedirle la mano:
Por escaso que sea mi convencimiento de que las
emociones podrían o deberían verse inhibidas por las frías e inexorables
consecuencias de las ciencias exactas, nos corresponde, como representantes de
estas, no actuar sino tras un dictamen bien considerado en lugar de dejarnos
guiar por efímeros antojos.
Como matemática, dudo que los números, que
gobiernan el mundo, le parezcan escasamente poéticos. Déjeme decirle, pues,
que, en el presente, mi salario es de 2.400 florines anuales, a los que cabe
sumar una bonificación anual de 800 florines. La cantidad que percibí el año
pasado por conferencias y exámenes ascendió a unos 1.000 florines, si bien es
cierto que estos últimos ingresos están sujetos a cambio de un año para otro.
[...] La suma total no es insignificante y bastará para mantener un hogar. Con todo,
en vista del inmenso aumento que están experimentando los precios últimamente,
no alcanzará para procurarle muchas distracciones ni entretenimientos.
La
proposición, a pesar de tal redacción, recibió una respuesta positiva: tuvieron
5 hijos, aunque Ludwig no acabó bien.
Otra
historia, la de Robert Musil como editor editorial. De formación científica
tuvo éxito con su primera novela Las tribulaciones del joven Törless, pero
después se estancó. Tuvo que solicitar un puesto de bibliotecario en Viena. No
duro mucho. Se fue a Berlín para trabajar en una editorial y allí se encontró
con un manuscrito extravagante que venía de Praga. Trató de convencer al joven
desconocido que lo modificase. Se trataba de La metamorfosis de Frank
Kafka.
El mayor amigo de Einstein, Kurt Gödel,
por su parte, que había revolucionado las matemáticas con su teorema de la
incompletitud ("Existen verdades matemáticas que no pueden derivarse
formalmente de axiomas"), diría: "Cuanto más pienso en el
lenguaje, más me sorprende que la gente pueda llegar a entenderse".
Sigmund remata: Dios hizo las matemáticas consistentes y el diablo se aseguró
de que tal cosa no pudiera demostrarse.
Un
libro instructivo a la par que divertido.