La vida es un espacio abierto, en gran parte inexplorado. La humanidad lo ha ido conquistando poco a poco a lo largo de la historia. La necesidad, las rigideces sociales y políticas impiden a la mayoría desarrollar su instinto de explorador. Desarrollamos una mínima parte de nuestras potencialidades. Nunca como en este tiempo hemos sido más libres. Lo seremos mucho más en el futuro. Liberan nuestras potencias el libre pensar y la investigación, las actividades productivas, la organización política.
La política podría ser una máquina de herramientas para arreglar desperfectos, también una especie de algoritmo que detectase los fallos antes de producirse y que diseñarse modelos de organización, decisión y comportamiento. En algunos estados funciona así y en el pasado esa reducción provocó grandes catástrofes. La mente humana es diversa y contradictoria. Lo que significa al mismo tiempo freno e impulso, conservación y experimento.
La naturaleza nos dota con un paquete de genes que marcan nuestras tendencias: abiertos o cerrados, conservadores u osados, crédulos o insumisos, que luego las circunstancias van fijando, con alguna o ninguna flexibilidad desde una posición central. La vida se desarrolla en numerosos escenarios en la mayoría de los cuales somos espectadores. Aprendemos a ser obedientes o rebeldes en el salón familiar. Nos arrodillamos en la nave de la iglesia o salimos de estampida. Captamos conceptos y formas de ordenar las frases en la escuela. Hacemos amigos y con ellos vamos a una de las esquinas del ring. Nos hacemos adultos cuando aceptamos las condiciones del contrato social: un trabajo, una vivienda, pareja con hijos, una percepción de las cosas. De ahí no nos movemos o muy poco.
La política es un escenario abusivo. Como espectadores se nos dan pocas posibilidades a escoger cuando nos llaman a que lo hagamos. En teoría es un escenario para detectar y resolver problemas, también para planificar. En la práctica puede convertirse en uno de los grandes problemas. Simplifica brutalmente la realidad. Los actores suben al escenario con el guion aprendido y para promocionarse personalmente, mientras fuera del teatro las tormentas se desatan sin control. En platea los electores a izquierda y derecha exhiben sus colores, aplaudiendo sin prestar mucha atención a la correlación entre discursos y tormentas.
La política tal como la conocemos no es un proceso deliberativo sino uno de confrontación. Nuestra percepción política está en el núcleo duro de la identidad. Nos concebimos como hombres de izquierda o conservadores, y así separamos al resto de la humanidad. Cuando discutimos ponemos a salvo ese sustrato primario de nuestra identidad. No hacemos concesiones, ordenamos la información que vamos recibiendo, acopiando o rechazando, para mantenerlo a salvo. Sólo en los márgenes, entre quiénes son capaces de liberarse de esas fijaciones, es posible la discusión política. Son ellos quiénes ven claro y adelantan.
Discutir con alguien de política es hacerlo con sus determinaciones. Así que, pa qué.
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