sábado, 22 de noviembre de 2025

Edén (2024)

 

Jude Law y Vanessa Kirby como el Dr. Ritter y Dore



Friedrich Ritter y Dora Strauch querían una vida propia y autosuficiente lejos de la civilización. Abandonarnos a sus parejas y radicaron su Edén en una isla de los Galápagos, la inhóspita Floreana. Era después de 1929, uno de los peores momentos de Europa, entre las dos grandes guerras, una tremenda crisis económica. Friedrich tecleaba furioso en su máquina de escribir el mundo ideal que quería construir. Nietzsche, Schopenhauer, un huerto, unas gallinas y un burro. Eran vegetarianos. Dora Strauch, asediada por su enfermedad - esclerosis múltiple - le acompañaba crédula.


Alguien contó su historia y salió en los periódicos alemanes. Se hicieron famosos. La fama atrajo a otra familia, los Wittmer. Huían de la miseria alemana del 29. Les acompañaba un hijo tuberculoso. Los Ritter no se mostraron amistosos. Todo estaba por hacer en la isla. Había que construir vivienda, buscar agua, cultivar en campos que había que preparar.


Poco después llegó una baronesa austriaca de pega, acompañada de una corte de hombres. Eloise quería construir un hotel lujoso en la isla. Cada uno tenía su propia imagen del paraíso. No coincidían. Pronto chocaron unos con otros. La convivencia se tornó hostil, con luchas por los recursos limitados y disputas de personalidad.


Hubo muertes, desaparecidos y cuerpos momificados encontrados más tarde. Se escribieron libros, documentales, películas. Ahora se estrena la última, Edén, en Amazon Prime.


La historia es potente, individuos en el límite. Actores conocidos, Jude Law, Ana de Armas, Sydney Sweeney. Un director reconocido, Ron Howard. A veces la realidad nos supera y no cabe en un guion. Quizá no es una gran película, pero la historia real que hay detrás merece la pena.


jueves, 20 de noviembre de 2025

Química del amor

 





No conocemos a la persona de la que nos hemos enamorado, sino hasta que ha pasado el tiempo, y aún así (¿Acaso nos conocemos a nosotros mismos?). Nuestra mente busca patrones en las formas, en los sonidos, los olores o en el tacto, con los sentidos en general. Y en las personas: nos fijamos en las que mejor se adaptan a los patrones preconcebidos. En paralelo, cuando iniciamos una relación, incluso mucho antes, se pone en marcha la química cerebral: adrenalina, endorfinas, las hormonas sexuales, las sustancias que nos hacen bullir como un horno.


Para que se mantenga el estado eufórico en que hemos entrado dejamos de atender a las señales negativas. No damos crédito a quien nos advierte, incluso si la persona amada nos cuenta cosas que no nos gustan las damos por no oídas o como rasgos de una personalidad original. Al revés pasa lo mismo. Deslizamos ideas, historias de nuestro pasado para que la persona amada vea que somos seres complejos, interesantes, pero que lo que nos ocurrió en el pasado, con ella no nos pasará. En ese estado casi todo es admisible. Todo es perdonado o comprendido porque solo esta es la relación verdadera.


Pero los neurotransmisores - (la fábrica química del amor: dopamina, serotonina, oxitocina) va disminuyendo su intensidad. Cuando se disipa el húmedo y cálido vapor que nos envuelve vemos la humanidad del ser angelical al que nos hemos entregado. Pueden suceder dos cosas, que se produzca una abrupta ruptura por una de las partes: hay otra persona que estimula mejor nuestro fuego interior - lo reaviva o lo mantiene vivo- o comenzamos a ver defectos con los que, creemos, no podremos convivir.


Cuando la separación se alarga en el tiempo, puede que se produzca el reverso del enamoramiento: magnificamos los defectos del ser angelical. Dudamos de las historias que nos contaba para verla en negativo. Lo que nos parecía gracioso y original, ahora nos resulta aberrante. Prestamos oído a quien nos advertía, pero tan irreales eran las virtudes con que lo adornábamos como los defectos con que ahora lo desvestimos.


La mayor parte de las historias de amor acaban mal. El enamorado despechado toma la ruptura como la caída por un acantilado (aunque si pudiese arrojaría a su antiguo amor por él). Blanco y negro, los matices desaparecen. Obcecados, los enamorados piensan en su mala suerte, en haber topado con una mala persona llena de los peores defectos que se puedan ventilar en público. Pero no cejan, confían que la próxima vez encontrarán al ser perfecto con quien vivirán una eternidad feliz.


Hay otra opción que desgraciadamente se tarda en ver. El amor adulto. No todas las parejas se forman desde el enamoramiento, aunque quizá la mayoría sí. Cuando la fábrica del amor va quemando su combustible y se comienza a ver a la persona amada bajo otros ojos, cabe la posibilidad de ir aceptándola tal como es. Un ser humano defectuoso como todos lo somos, con defectos físicos y morales: no era tan guapo, ni tan simpático, demasiado joven o viejo, con ideas y gustos tan diferentes de los míos. Podemos llegar a una entente, un compromiso. Muchos lo consiguen y no puedo más que felicitarlos.


El amor atañe a la intimidad, no es un asunto que se deba dirimir en público, no es mundano sino íntimo. No va de justicia o equidad, en el amor no hay juicio ni perdón, si fuese así nos entregaríamos a las patologías: el amor como enfermedad, aunque algo de eso hay. Dos personas se entrelazan sin atender a la igualdad, más bien al contrario, se funda en la aceptación desigual de virtudes y vicios. Es narcisista: amo en el otro el amor que deseo, por eso no se puede juzgar. Amo al otro porque espero, confío y creo que él también me ama (vasopresina). Sobre ese vínculo se construye la continuidad, el amor adulto.


miércoles, 19 de noviembre de 2025

Dolor

 



"Todavía no le han dicho nada los médicos", le dice un chaval al móvil en medio del silencio de la sala, en la biblioteca. A poco que pongas el oído en las conversaciones ajenas enseguida captas el dolor. Alguien que acaba de salir del hospital o que le han hecho las pruebas preparatorias para ingresar. Un familiar o un amigo o un conocido que ha muerto inesperadamente. En la cola de la pescadería, un hombre, en voz alta, da detalles de su recuperación a otro que le escucha con atención, tan silenciosa que parece no compartir el gozo del otro por haberse recuperado, por haber salido del mal trance. A la puerta de la cafetería una mujer, sin embargo, da generalidades cuando le preguntan, quizá porque no las tiene todas consigo.


Si observas, puedes verlo, aunque en general pasa desapercibido porque cada cual va a lo suyo. Personas que renquean o que utilizan artilugios mecánicos para moverse. Solitarios con el dolor impreso en el rostro o en su manera de caminar. Gente que se conformaría con un 'buenos días' o con la sonrisa que tanto nos cuesta regalar. La amabilidad parece haber desaparecido de las calles.


No sé si la sociología ha reparado en el asunto. La convivencia con el dolor, los estados de felicidad. Ambos están a la vista, aunque solo solemos parar mientes en los segundos. La vida es un estallido de gozo que se va consumiendo, hasta que aparece el dolor, para muchos el compañero más fiel, el óbolo que hay que entregar en la última aduana. Hay días que caminando lentamente por la calle peatonal escucho involuntariamente las conversaciones de a pie y todas son noticias malas. Eso quien tiene a alguien a quien contar, pero qué pasa con los que sufren en silencio.


Hasta hace no mucho había dos elementos que compensaban el dolor. Uno era la juventud como proyecto, los hijos, construir una vida junto a otra persona: mirar hacia delante, una profesión, una casa, pero hoy las mascotas sustituyen a los niños. Mala señal. Otro era una alternativa colectiva al mundo feo en el que chapoteamos. Otro mundo era posible. Quién guarda esa promesa, tan amarrada que nadie la ve. Como si todo se hubiese venido abajo. Un futuro romo.



lunes, 17 de noviembre de 2025

Hasta el último aliento

 



El cielo está oculto bajo el toldo gris 

Húmedos aceras y asfalto invisible la lluvia  

Picazas alborotadas en el parquin vacío 

Acacias desnudas en la avenida 

Desnudas y secas no muertas

Un velo opaca el mundo sin llegar a borrarlo


Humanos como animales van en silencio 

La espalda encorvada bajo pesadas mochilas 

Tiran de niños hacia la escuela 

O arrastrados por mascotas hacia la deyección

Los mismos caminos las trazas de siempre


En paralelo

Máquinas ruidosas tan solitarias 

El gran pino quieto en su estólida estática

Los ruidos se amplifican bajo la concha gris

La palabra se ha ahogado en la sobreabundancia

Solo algunos pajarillos se atreven


Sigue mudo ahora que todavía puedes

Quizá nada se ha perdido si todo comienza de nuevo


domingo, 16 de noviembre de 2025

Sati (ritual)


 



Por más que le pregunto a la IA si la influencia civilizatoria de la llegada del cristianismo a la India tuvo que ver con la supresión de la bárbara costumbre del sati no me lo concede sino que se reafirma en lo que algunos historiadores, como William Dalrymple, el historiador de la India más afamado en la actualidad, sostienen, que su supresión se debió más que a la influencia de los misioneros cristianos a las corrientes reformistas dentro del hinduismo, una religión que mantuvo esa costumbre durante milenios.


Pero cabría señalar que si hubo tales corrientes modernizadoras se debió a la influencia del cristianismo - cómo sostiene Tom Holland en Dominio - y que, por tanto, sin la llegada de sus misioneros, probablemente el sati seguiría existiendo, algo parecido a lo que sucedió en México con la supresión de los sacrificios humanos en Tenochtitlan a la llegada de Cortés.


Lo que viene a confirmar que la IA no se moja, sino que su información es fruto de las ideas más generalizadas y consensuadas que encuentra, aunque estén equivocadas. Su objetivo, por tanto, no es encontrar la verdad de los asuntos que se le plantean, sino reafirmar el mainstream, la corriente principal. Llegar a la verdad sigue siendo un arduo empeño personal.


jueves, 13 de noviembre de 2025

La gran ambición

 



"Normalmente se ve la lucha de las pequeñas ambiciones ligadas a fines privados e individuales, frente a la gran ambición que es inseparable del bien colectivo". Antonio Gramsci.


Muchos añoran los viejos tiempos. El pueblo en marcha contra la oligarquía, contra un Estado en las garras de los grandes industriales y financieros. Parecía al alcance de la mano: el Estado sometido a reglas, la vía democrática, con el objetivo ambicioso de la igualdad, la distribución de la riqueza, crear o fortalecer grandes instituciones al servicio de toda la población. Un hombre y su partido encarnaban esa ambición. Enrico Berlinguer. Al otro lado, al frente del partido que había representado los intereses particulares de las grandes corporaciones italianas, había otro hombre con una ambición parecida, Aldo Moro.


La mayoría creyó en esa colaboración, el compromiso histórico entre el partido del pueblo y el partido de la burguesía, el Partido Comunista y la Democracia Cristiana para alcanzar los grandes objetivos. Pudo haber ocurrido entre 1973 y 1978 cuando Berlinguer se liberaba de las instrucciones de Moscú y Moro de las garras de Agnelli y compañía. Todo se truncó una mala tarde de marzo de 1978 cuando Aldo Moro fue secuestrado y, 55 días después, asesinado. El sueño se hizo añicos.


Porque había izquierda que mataba. Las Brigadas Rojas, el IRA, ETA, el Ejército Rojo alemán llenaron de sangre los escenarios europeos. El efecto de sus acciones coincidió con los deseos de los grandes oligarcas. Tras el asesinato de Aldo Moro Italia se sumió en la mayor época de corrupción que acabaría con los procesos de la tangentópolis, donde los políticos se indistinguían de la mafia, donde la carrera política era una vía para hacerse rico mediante la corrupción. Los grandes hombres a los que mueve la ambición de país desaparecieron. Desde entonces Italia no ha levantado cabeza.


Ver la película de Andrea Segre, La gran ambición (2024, Filmin), mueve a la melancolía. Dónde está hoy el hombre, dónde el partido que inyecte en el pueblo la gran ambición de enfrentarse al problema de la vivienda, detener el deterioro de los sistemas educativo y de salud, recuperar el valor del trabajo, hacer creer a los jóvenes que hay futuro, que merece la pena tener hijos. Si uno mira alrededor solo ve las ambiciones pequeñas de hombres que solo es interesan por sí mismos.


martes, 11 de noviembre de 2025

El Frankenstein (2025) de Guillermo del Toro

 



Existen más de cien adaptaciones de la novela de Mary Shelley sobre la criatura del doctor Frankenstein, desde la primera de James Whale con Boris Karloff, en 1931, hasta la más reciente de Guillermo del Toro, ahora en Netflix. Además de las memorable interpretación de Boris Karloff, yo recuerdo la de Kenneth Branagh (1994), con Robert De Niro, La maldición de Frankenstein (1957) de Terence Fisher, con Peter Cushing, y la divertida El jovencito Frankenstein (1974) de Mel Brooks. También hay al menos una adaptación española con el especialista en películas de terror, tío de Javier Marías, Jess Franco: La maldición de Frankenstein (1972).


Hay toda una rama de películas en las que la criatura es una mujer, que se inicia con el mismísimo James Whale, La novia de Frankenstein (1935), sigue con La prometida (1985), en la que participa Sting, y acaba con la reciente Pobres criaturas (Poor Things, 2023) de Yorgos Lanthimos.


También hay una película de animación de Tim Burton y una muy reciente de terror juvenil que sigue su línea, Lisa Frankenstein (2024).


Si la criatura de Mary Shelley ha florecido tanto hasta convertirse en mito, desde que apareciera por primera vez (en sus dos versiones, 1818 y 1831), se debe al miedo que asociamos a los inventos de la revolución tecnológica, desde la maquinización de la entonces naciente revolución industrial hasta la reciente inteligencia artificial. El tecnocientífico moderno, en su intento de asaltar la inmortalidad, como un Prometeo moderno, desata fuerzas naturales que no puede controlar. Tanto las criaturas de Kenneth Branagh como la de Yorgos Lanthimos se preguntan por qué han sido creados y luego abandonados y ante la falta de respuesta planean su venganza.


El Frankenstein de Guillermo del Toro es fiel al decorado gótico con el que Mary Shelley envuelve a su criatura, especialmente la versión de 1831. No hace preguntas filosóficas sobre el sentido de la vida ni sobre los peligros de la tecnología, del Toro concibe sus películas como obras de entretenimiento. Desde las primeras imágenes del barco encallado en los hielos del Polo Norte, donde acaban creador y criatura para autodestruirse, sabemos que no vamos a reflexionar sino a sumergirnos en una atmósfera de terror gótico.


Guillermo del Toro con su ocupación de la pantalla - horror vacui - no deja espacio para el silencio o la reflexión. Como en sus anteriores películas (El laberinto del fauno, La forma del agua), busca un espectador con boca abierta y ojos de par en par. Todo en su película está concebido para la diversión, incluso las citas de autores como Byron, Shelley o Milton son citas de atrezzo no puntos de partida para hacerte pensar.


Son películas - para ver en la pantalla grande - que tienen su público, sobre todo juvenil, pero que a los adultos, hasta que el barco se despega de la banquisa ártica, después de dos horas y media, se les pueden hacer demasiado largas.