domingo, 15 de junio de 2025

De Pontevedra a Santiago

 


El cielo estaba cubierto al comenzar el día, pero apenas han caído unas gotas. La ruta ha seguido el sube y baja de la geografía rural gallega, senderos que van pasando por pequeñas aldeas, por entre rios y vegetación crecida. Infinidad de peregrinos a pie, tantos que al final hemos decidido coger la carretera para no molestar. 



Pasamos por el Padrón de los pimientos - no probados -, la Iria Flavia de Cela - hemos saludado desde la bici su casa museo - y el Santuario de la Esclavitud, donde he recordado la historia del peregrino salvado de 'la esclavitud de la enfermedad' por la Virgen,




porque yo mismo estoy en una situación de esclavitud con respecto a los chinches que cogí en la Pousada de la Juventude de Viana do Castelo, que desde entonces me han acompañado: tengo los brazos, piernas y cuello acribillados. Cosas del camino.




La llegada a Santiago es dura por la pendiente. Aún así hemos llegado temprano, lo suficiente para encontrar habitación en la hospedería del Martín Pinario, el sitio que más me gusta para hospedarme en Santiago. Lo he hecho siempre que he podido.


Una multitud llega durante el día a la ciudad. Abrazos, gritos de alegría, bastones al aire, fotos y una enorme cola para entrar en la catedral. Nunca la había visto tan grande.




Es la primera vez que veo la fachada del Obradoiro luciendo espléndida, bruñida por un sol apenas velado por nubes ligeras. Paseamos por aquí y por allá sin la emoción de la vez primera. En el comedor de la hospedería, grupos numerosos, que han culminado su peregrinación, lo celebran entusiastas. 


La mala noticia es que para mañana no tengo billete de bus. Planeamos hacer una etapa más hasta La Coruña, pero no nos salen las cuentas. Al final, Ani tiene billete para mañana, yo tengo que sacármelo para el lunes. Tendré que gastar un día más en Santiago, una ciudad de la que no hay secretos que me interesen, o eso creo.

sábado, 14 de junio de 2025

Desde Pontevedra, los nueve círculos

 



Como la etapa entre Bayona y Pontevedra no era demasiado bonita - mucho asfalto - me he ido entreteniendo dándole la vuelta a los nueve círculos infernales de Dante. Subidas y bajadas, desayuno en Redondela, orvallo e indecisión al llegar a Pontevedra: ¿Seguimos adelante hasta Caldas de Reis o nos paramos aquí? Ya había reservado noche en Caldas cuando ha empezado a llover. La lluvia y la bici no son amigas, sobre todo si hay arena o barro de por medio. Así que nos hemos quedado en Pontevedra en el Hotel de la Estación. Día tranquilo y aburrido.




No conocía Baiona y me sorprendió. Un pequeño casco histórico con restaurantes y tascas, una extensa fortaleza muy restaurada en cuyo interior hay un parador, un puerto deportivo con yates pequeños y una extensa bahía, con casas en los montes de alrededor, de gente que se puede permitir la vista al mar, la playa y las islas Cíes.




Los restaurantes estaban concurridos. Pedimos una ración del pulpo y una ensalada mixta. El plato de pulpo era la mitad de lo que recordaba y el precio el doble. Nos alojamos en una casa algo así como rural, con muchas habitaciones. Quien tiene una vivienda tiene un negocio y quien no, vive con lo puesto, a un paso de la ruina. No estamos en el mejor momento del gran logro europeo, el estado del bienestar, que va a menos.


La imaginación de Dante compuso un edificio infernal de 9 círculos, de menor a mayor castigo por una vida pecaminosa. Cabe preguntarse, es lo que yo hacía mientras pedaleaba, cómo hemos llegado hasta aquí, al actual decaimiento del país. 

 



9. En el noveno círculo, en el limbo, situaría Dante a los votantes. Quienes en sucesivas elecciones votan siempre lo mismo, a sabiendas de que su partido es dañino. (Sabían además con quién iba a pactar).


8. En el octavo, a los militantes que eligen a su candidato en primarias sabiendo que no es el mejor (sabían que había hecho una tesis fraudulenta).


7. En el séptimo, a los miembros del Comité Federal que conocían el acceso amañado a la secretaría general de su Secretario General.


6. En el sexto, a los diputados que, como le deben el puesto, bien retribuido, ni uno solo, perdido el rubor, dimite por vergüenza. 


5. En el quinto, a los ministros que se han dedicado a defender lo indefendible, a seguir las consignas del día en vez de dedicarse al bien común, a los asuntos de su ministerio.


4. En el cuarto, a los oficiales, los que llevan la agenda, crean las pautas retóricas y elaboran el discurso del engaño.


3. En el tercero, a los periodistas que hacen de propagandistas, de correa de transmisión del engaño, negando lo evidente 


2. En el segundo, donde se juntan todos los pecados: nepotismo, mordidas y corrupción, grabaciones espías, chantajes, los trabajos sucios, al núcleo del Peugeot y a la familia


1. El primer círculo, el más grave, lo reservaría Dante al pecado mayor, la traición: convertir lo ilegal en legal, hacer de la Constitución letra muerta.


¿Pero entonces, quién ordena el infierno, quién corrompe? Y por fin, ¿ Qué entiende cada uno de ellos por 'bien común'?


Sin la contribución de cada uno de los miembros de cada uno de los nueve circulos no habríamos llegado donde hemos llegado. Cada uno de los condenados tiene el mismo nombre. En el infierno lo repetirá como una jaculatoria: me llamó como Ábalos se llama, como se llama Koldo me llamo, me llamo como se llama Cerdán, como Pumpido se llama, como Begoña y el hermano. Es fácil adivinar con qué nombre cada uno de ellos se llama.




Ha sido penoso, a primera hora de la mañana, rodar por el paseo marítimo de Vigo, atravesar la ciudad de punta a punta para seguir hacia Redondela. Una ciudad nada amable para el peatón, para el ciclista o para el peregrino. Los carriles bici son minúsculas, el pavimento de los paseos, viejo, gastado, tuberculoso. La ciudad es famosa por ser la primera en encender las luces navideñas. Por qué, en su lugar, no hacen una ciudad más aseada más limpia más agradable. El mal del populismo.



viernes, 13 de junio de 2025

De Viana de Castelo a Baiona

 


Llovía cuando de madrugada hemos despegado los ojos. Mientras desayunamos el flojo desayuno incluido en las Pousadas, nos hacemos preguntas ¿Qué hacemos. Seguimos ruta. Esperamos a que deje de llover. Nos quedamos un día más en la bella Viana? Preparamos las bicis, pero llueve con desespero, el cielo muy cubierto sin esperanza de que amaine. Sobre las once le digo a la chica de recepción que nos quedamos un día más. No nos quedan habitaciones, me dice. ¿Cómo? Lo que oyes.




Así que, no nos queda otra. Salimos cuando apenas chispea. Dejamos atrás la bella Viana do Castelo, la del Sagrado Corazón visible desde muy lejos - como el Tibidabo de Barcelona, como el Sacre Coeur de Lyon-, la del río Lima, la de la ciudad ortogonal con casitas de colores a dos plantas, la del puente Eiffel, largo y rectilíneo. 




No había muchos turistas anoche. Un crucero mediano y blanco había depositado su carga. Los veíamos en los restaurantes del barrio de pescadores: españoles, ingleses, italianos, más los jóvenes que estaban haciendo el Camino de la Costa portugués. No los suficientes para que la ciudad se sintiese invadida.




También nosotros buscamos en el barrio de pescadores un lugar donde comer a la portuguesa. Creíamos haber encontrado el lugar perfecto en María Petisca. Bonita decoración, precios razonables. Nos hicieron sentar en butacas de espera porque ya se levantaban algunos clientes. Desde ellas veíamos el interior y, desde un ventanal, la calle. El camarero nos dijo varias veces, "Unos minutos". Había mesas libres.


Entonces empezamos a comprender qué sucedía. Una mesa en la calle, la única: asistimos al espectáculo de la degradación. Dos hombres ya entrados en años bebían y hablaban a ritmo lento: algo habían comido pues había platos y bandejas vacíos y una jarra de vino blanco verde. Pidieron más. Tinto, esta vez. El camarero que debía habernos buscado mesa se les acercó con la nota. Trastearon entre sus cosas, musitaron palabras lentas, si es que decían algo. El camarero entró en el local; al poco llegó el que parecía ser el jefe con el datáfono en la mano. Les decía cosas - nosotros solo veíamos los gestos, no oimos ni una sola palabra -, vimos como poco a poco iba perdiendo la paciencia, hasta llegar a una irritación contenida. Mientras, los dos hombres con la mirada perdida, con movimientos estáticos, parecían sacados de una serie de zombies.


El hombre se nos acercó y, en un inglés fluido, nos pidió disculpas y nos dijo que no podría atendernos hasta solucionar el problema: no querían pagar, había llamado a la policía. Nos despedimos.




En una calle del barrio, habíamos visto, unas horas antes, un par de restaurantes populares. A uno de ellos fuimos. Bacalhau do chefe, era lo que nos había llamado la atención. Era a la brasa con patatas y cebolla, pero no valía nada. Fibroso, nada tierno, como si lo acabasen de descongelar o no hubiese tenido tiempo suficiente de cocción. El vino blanco estaba algo mejor.




Hemos tenido suerte. Nos ha acompañado un día cubierto con ligera llovizna. Hemos volado con el viento a favor. Otra vez la costa con pasarelas, senderos acondicionados y carriles bici cuando hemos dejado atrás la costa. Todo fácil y volandero: Areosa, Carreço, Afife, Ancora, hasta llegar a Caminha donde una barca con trazas de patera nos ha puesto al otro lado del Miño. Portugal y España, ¿por qué son países diferentes?




Y luego más pasarelas de madera y más carriles bici, una etapa comodísima, salvada la amenaza de la lluvia, hasta Baiona. Un paisaje espectacular que no deberías perderte, caminando o rodando.


jueves, 12 de junio de 2025

De Oporto a Viana do Castelo

 


No encontraremos otra etapa como esta. Viento de espaldas, superficie llana, carril bici para salir de Oporto durante bastantes kilómetros, temperatura agradable y vista continua sobre la costa atlántica.




También hemos tenido una suerte increíble con la lluvia. Ayer en Oporto empezó a llover por dos veces cuando volvíamos de la ciudad, la primera al llegar, la segunda tras haber hecho una ruta a pie por la ciudad nocturna. Dos chaparrones de los que nos libramos por los pelos. La Pousada de la Juventude está más o menos a hora y media del centro caminando. Lo hicimos con gusto a la ida y a la vuelta siguiendo la margen del Duero antes de fenecer en al océano. No se conoce una ciudad si no la caminas. Cuatro veces con esta he estado en Oporto y podría decir que no la conocía. Ayer era día feriado, la ciudad bullía, con turistas, peregrinos y orientales - categorías bien diferentes -, caminando o en los restaurantes. Oporto cada vez se parece más a Barcelona, a la primera Barcelona, antes de que el negocio turístico acabase con ella.




Pateamos el puente Eiffel por arriba y por abajo, las orillas del Duero, llenas de restaurantes. Llegamos hasta el Jardim do Morro, el punto más alto, como todo el mundo sabe, para contemplar el crepúsculo. Estaba abarrotado de gente pero nadie lo vio, las nubes que engordaban para la tormenta impedían verlo. Aún así cuando la ciudad se iluminó para encender la noche, Oporto recobró su magia. No conocerás la ciudad si a esa hora no estás en el puente Eiffel o en el Jardim do Morro.




La ciudad era otra cuando esta mañana temprano recorríamos la vereda del océano, junto a runners, unos pocos ciclistas y esforzados santiagueros - muchos. Matosinhos, Labruge, Vila Chã, un seguido de pasarelas de madera elevadas - muchos kilómetros - sobre la costa para uso de peregrinos y caminantes, no tanto para ciclistas, que han de rodar por el carril paralelo, cuando lo hay, y si no por la carretera contigua, que tampoco tiene mucho tráfico. Así hasta Vila do Conde y Povoa de Varzim, dos bellas ciudades costeras. Para los amantes del cicloturismo y para los caminantes de varias etapas dudo que haya una ruta mejor.




En esta zona, se repiten los monumentos a las pescadoras portuguesas. Curioso el San Bartolomé, cuchillo en mano, de la iglesia de Esposende. Entre los peregrinos a pie chicas, la mayor parte chicas, solas y acompañadas de otras chicas.




Después la ruta se hace más interior, aparece la carretera de adoquines. Fao, Esposende, Marinhas son pueblos bonitos con elegantes iglesias con el azulejo típico portugués, pero el camino ya no sigue por la costa. 




Quedan unos cuantos km no muy atractivos, pero la recompensa merecerá la pena: la hermosísima Viana do Castelo, bañada por el corto Río Limia, pero con cauce tan grande que se convierte en puerto en Viana do Castelo. Allí, tras atravesar el puente Eiffel, nos espera otra Pousada de Juventude.

miércoles, 11 de junio de 2025

Oporto

 


Pero el sol no se extingue, renace cada día, y estos días con una potencia tan amenazante que da miedo salir a plantarle cara. Como no tenemos prisa, nos esperamos a la hora del desayuno, 8,30. Gente variopinta: una chica de Toulouse que viaja sola con una bici repleta de cosas y un culote que nos parece no muy bueno. Nos preguntamos cómo subió ayer la cuesta. Una pareja de bastante edad, también francesa, altos y desgarrados. Un grupo de motoristas. Y trabajadores.




Desde Vilanova de Foz, advertidos del peligro de la carretera que lleva a Porto, pues ya no quedan caminos que seguir, solo asfalto, vamos a coger el tren que lleva a Porto desde Pocinho. Tenía preocupación por saber si podíamos embarcar las bicis, pero al final había medio vagón para ellas totalmente vacío, cuando lo vaciaron unos ciclistas de Oporto que se dirigía hacia Setúbal. El tren va siguiendo el curso del río, las mansas aguas, solo en alguna zona embravecidas, el ancho cauce que en ocasiones las laderas rocosas estrechan entre los bancales que la acción humana ha trabajado para las viñas. De vez en cuando vemos edificaciones, bodegas, algunos caminos señalados con cipreses. Naturaleza urbanizada, negocios prósperos, siglos de vida civilizada. 




El tren va parando en un seguido de pequeñas estaciones de pueblo, Taylor's Port, una de ellas, señales que los ingleses dejaron en esta comarca de vino. Van apareciendo embarcaderos y barcos de distinto tipo, veleros, a motor, con turistas a bordo. En un vagón del tren, más atrás, una chavalada de excusión va coreando el nombre de las estaciones y saludando a quienes ven en ellas. Un paisaje que yendo en bici no hubiésemos apreciado porque seguiríamos el asfalto fuera de los márgenes del río.




Le ha costado, pero el sol se ha ido imponiendo a la humedad. Encajonado el río entre paredes, y el valle que su drenaje secular ha forjado, de madrugada, al despegar los ojos, hemos visto el suelo mojado y pensando que era lluvia caída, era humedad. Acercándonos a Porto hay más caserío, más población, bodegas más grandes, con ferrys que van depositando gente aquí y allá.




En dos de las 3 horas que dura el recorrido el tren no se despega de la orilla del río; en la última hora sí, aunque no deja del todo el paisaje vinatero. El tren nos deja en Campanhã. Nos queda más de media hora para llegar en bici a la Pousada de Juventude, pero el trayecto es agradable porque vamos recorriendo la margen derecha del río casi hasta su desembocadura. Despedimos por fin al Duero desde que iniciásemos el año pasado su recorrido en Duruelo.



La ciudad está llena de turistas, luego sabremos que es día feriado. Porto, ahora que la vemos con tiempo, qué hermosa luce.

Vila Nova de Foz Coa (Duero 2)

 


La salida del Salto de Saucelle como preveíamos ha sido dura. 9,50 % de pendiente media con tramos del 12%. Menos mal que era temprano en la mañana y el sol no había comenzado a calentar, y las fuerzas estaban intactas. Después ha habido una larga bajada de unos 10 km, siguiendo la línea del Duero portugués, hasta Barca D'Alva, el pueblo de Guerra Junqueiro, en cuyo puerto al lado del puente había tres grandes ferrys que van y vienen de Oporto.

 



Desde el lado portugués, la cinta del Duero verde oliva sigue hasta Oporto entre bancales de viñas bien cuidadas y olivares, y de vez en cuando, alguna bodega. El calor ya aprieta a comienzos de la mañana, 17 grados que irán subiendo hasta llegar a los 39 de nuestra meta en Vila Nova de Foz Coa. Dejamos la Quinta donde nos han tratado muy bien y donde podríamos habernos quedado algún día más porque el paisaje es literalmente estupefaciente.




En Barca D'Alva entramos en un camino de piso firme, que será el último de nuestra aventura hasta Oporto. Al principio con una larguísima bajada que se corresponderá con la igualmente larga y dura subida de 10 km con distintos desniveles, desde donde veremos el curso del Douro, los bancales de viñas y los campos de olivos.




Hacemos una parada para reponer fuerzas en Castelo Melhor. En un una cantina atiende una pareja de edad avanzada. Una cervecita y un café a buen precio para acompañar el picnic que nos ha preparado el que lleva la Quinta de la Concepción en el Salto de Saucelle. Nos quedará la última subida del día de unos 5 km, con un desnivel de 6,30 %. Es asfalto y el sol pega de lleno. Aunque sobre el papel no es la más dura, el calor y el esfuerzo acumulado hacen que así sea para llegar reventados a la Pousada de Juventude.


Una cerveza, unos frutos secos, lavar el culote, y la camiseta y una buena siesta. Mañana será otro día.



A última hora de la tarde, acabada la cena frugal de supermercado, en una amplísima terraza de la Pousada de Juventude, el sol se disipa en su mortal resplandor anaranjado. Una nubecilla blanca y vertical contempla su fenecer diario. Se afloja el verde de los viñedos, frente a mí, hacia la oscuridad de la noche. La piedra del pretil de la terraza y del suelo escupe el calor absorbido durante el día. Las aves entonan la última canción, como si la vida contenida en el día se fuese para siempre. 


Se hace el silencio. Tan solo las hojas de los árboles se mecen gracias al viento de esta hora. Solo perros lejanos y una paloma cansina llenan un paisaje que debería quedar en silencio.

lunes, 9 de junio de 2025

Salto de Saucelle (Duero 2)

 


Reaparecen los olivos y viñedos. También encinares y algún robledal. Las rapaces están en su salsa: aguiluchos y milanos. Y otro tipo de animales rastreros: una serpiente de escalera que se hace la muerta, un lagarto que sale despavorido a nuestro paso.




La bajada mañanera de Fermoselle al cañón del Tormes es alegre. Apenas nos encontramos con un motorista. Pero no hay bajada que no inicie una subida, a menudo más dura y prolongada, o eso le parece a nuestras piernas. El Duero ha formateado el paisaje de la meseta, pero en ningún sitio como aquí, en los Arribes.


A mitad de camino nos encontramos con un polaco con ganas de hablar, que viene de Oporto. Nos entendemos en una mezcla de francés, inglés y español. Viene entusiasmado con el paisaje. Llegará hasta Salamanca y allí empaquetará la bici y cogerá trenes para visitar ciudades del centro de la península. Es la séptima vez por España, con planes parecidos, paisajes con bici y ciudades caminando. Su top son los Picos de Europa. Más adelante nos encontramos con un inglés que sube con alegría (llevaba bici eléctrica).


En Masueco, los bares están cerrados - salimos temprano para evitar el calor-, pero hay una carnicería que sirve de todo. La empanada de atún, riquísima, acompañada de una lata de cerveza. Cerca está el Pozo de los humos - una cascada que agita el agua hasta convertirla en vapor -, pero la carnicera, tras consulta con su marido, nos la desaconseja, porque ya pasó el momento de la caída del agua. 



Miramos varios tracks para guiarnos pero al final hacemos nuestra propia ruta. Siempre lo hacemos así. Nos dejamos llevar por lo que nos dicen los paisanos. En la Zarza de Pumareda, un hombre parlanchín - hay mucha gente que quiere conversación - nos aconseja vivamente, como antes lo había hecho el polaco, el Mirador de Mieza, con desvío de varios kilómetros. La plaza de Mieza no muy grande está abarrotada, junto al bar. El bar es el alma de cualquier pueblo. Ha merecido la pena llegar hasta el mirador de la Code. La vista sobre la presa de Aldeadávila, el corazón de los Arribes, magnífica. Hemos visto que hay senderos que bajan hasta el mismo borde del río, pero nuestro calzado ciclista nos lo impide.



Una asociación salmantina quiere convertir estos paisajes en un 'Camino de Unamuno', por los lugares que el escritor hizo suyos. La ruta iría desde Fermoselle a Barca d'Alva, donde vivía otro poeta amigo de Unamuno, Guerra Junqueiro. 


"Antes de entrar en Mieza nos asomamos a la Code, que presenta el más imponente mirador de la Ribera". No le faltaba razón a Unamuno cuando escribió esto.


Luego le hemos pedido a Google Maps que nos condujese por camino hasta Saucelle. No lo hace mal, aunque siempre hay algún error. 




En Saucelle, con vistas al wolframio a lo lejos, hemos pedido precios para dormir en dos lugares y en los dos nos cobraban por encima de Booking. 

- Cuánto vale la habitación, le pregunto a la señora que lleva la hospedería municipal 

- Depende, responde. 

- De qué depende - le pregunto. 

- Si es con desayuno, si es media pensión.

- Vale, cuánto es.

- 40

- ¿por persona?

- Sí, claro.

- Booking me dice que son 50 por habitación.

- Es lo que hay 


Curiosamente, cuando todo el mundo se ha recogido para la siesta, se ha puesto a charlar con nosotros. Ha salido en la conversación que había vivido no sé cuántos años en Sant Joan Despí. Se ha puesto simpatiquísima en cuanto le he dicho que yo era de Castelldefels.  




Hemos seguido al Salto de Saucelle, uno de los puntos de los Arribes. La bajada, vertiginosa. El lugar, precioso. Desde la ventana de la habitación de la Posada Real Quinta de la Concepción se ven los bancales de viñedos en el lado portugués. Es un poco más caro que el resto de hoteles, pero merece la pena. Otra cosa reseñable es el descuido de miradores, como el del Salto, a lo que se debe añadir el mal estado de la llamada Ruta del Duero, en muchos tramos impracticable. La Junta de Castilla y León no cumple con sus obligaciones.




No había cena en la Quinta, pero el hombre que lo lleva nos ha ofrecido una llamada cena fría. Abundante y rica. Junto a nosotros un numeroso grupo de donostiarras, también con bici. De carretera en su caso y etapas cortas, con base en este lugar. Nos hemos puesto a ver la final de España y Portugal. Pero el sueño me ha vencido.