jueves, 28 de noviembre de 2019

La Crucecita


Todavía impactado por mi experiencia animal de ayer, no es cierto que el futuro nos aguarda, no, no hay otro futuro que el presente, el infierno de la indiferenciacion, animales en el zoo, he decidido perderme. He cogido un bus hasta un lugar que desconozco, La Caldera. En la red hay rutas del lugar, me interesaba una circular, pero no he conseguido que la app de mi móvil las reconociese. Así que he tomado un sendero cuesta arriba, camino de Candelaria ponía, y ante los cruces he ido optando por el que seguía hacia arriba, a buen ritmo. Sólo he visto a una pareja de chicos, no he conseguido saber su nacionalidad, con los que me he ido cruzando. He llegado al bosque húmedo, cubierto de nubes, fresco. En su límite he visto la ciudad y la costa cubiertas por el manto blanco, luego he traspasado las nubes hasta llegar al día caluroso por encima de los 1500 con las nubes formando una densa alfombra a mis pies, he abandonado el estrecho sendero cuando la corona forestal terminaba, porque he creído que me llevaba demasiado lejos y he tirado hacia arriba por la fuerte pendiente de arbustos secos y escasos que se deshacían si me agarraba a ellos y piedrecillas en las que mis pies se hundían como en la nieve. Por el camino me he hecho con un buen bastón, una rama seca y dura, que me ha ayudado a mantener el equilibrio y no resbalar hacia abajo. Con mucho esfuerzo he llegado a la carretera que bordea el parque nacional, a unos 2100 m, con inmejorable vista sobre el Teide.


Mientras escribo en una cafetería, una paloma glotona picotea con ansias en los restos de un pastel que han dejado una pareja de alemanes en un plato, salta de mesa en mesa, revolotea con toda familiaridad como un gorrón autoinvitado al festín del dueño de la casa.

Con miedo a bajar por la pendiente resbaladiza, he buscado el sendero despreciado unos kms antes, caminando unos kms por carretera, allí estaba la pareja sin nacionalidad. El lugar se llama La Crucecita, en la dorsal de la isla, al norte, el valle de la Orotava con El Puerto a lo lejos, al sur, el valle de Güímar con Candelaria, la de la basílica a la Virgen, de frente, bajo las nubes. Me gusta cuando hay pendiente bajar corriendo, sufren menos las articulaciones y disfruto. Esta vez he medido mal uno de mis pasos y sobre el sendero de pinocha seca he resbalado haciendo eslalon sobre ella. He caído sobre un hombro, mi nariz ha chocado contra algo, he tenido que arrancar un colgajo de piel, me he lavado la sangre y he seguido corriendo hasta llegar a la parada de la guagua. Afirmarse, sentir el dominio sobre mí, la pertenencia de sí sobre sí

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