El
proyecto literario de Annie Ernaux cobrará sentido cuando ponga
punto final a su obra o cuando la naturaleza se le adelante y lo haga
por ella. Muchos escritores obsesionados por su fidelidad a la
realidad tienen el mismo concepto de la literatura. Un ramillete cuya
lista no voy a hacer ahora, me he vuelto perezoso. Ernaux, como
Knausgard, por ejemplo, mira hacia atrás, incluso hacia el ahora, y
lo segmenta en unidades significativas: la infancia en la
cafetería-tienda de ultramarinos de sus padres, la adolescencia, el
matrimonio, un aborto, el Alzheimer, la muerte de su madre por cáncer
de mama o una pasión loca por un diplomático del este durante unos
meses, y las convierte en novelas. Morceaux de vie que
agrupados y leídos de un tirón darán fe de una vida real, la de
Annie Ernaux, como podrían darla de nosotros si tuviésemos
paciencia y rigor y escapando a la vana discusión nos sentásemos
delante de un teclado o de una grabadora. La literatura se ha
encontrado por fin con su gran objeto, la realidad. Ya no fantasea
sobre ella o la aborda con pamplinas o la sublima, ni la toma como
excusa para el juego retórico o la exhibición del laborioso
artesano de las letras. Qué patéticos aquellos hombres que
admirábamos, los Saramagos, los Sampedros, los Márquez, los Sartre,
los Cela, incluso los Borges, aunque haya un foso oceánico entre
ellos. Hombres de letras, como si el escribir los convirtiese
en semidioses. Solo los hombres del pasado que se acercaron a la
vida, a lo real, perduran y seguimos leyéndolos.
Ernaux
en Pura pasión, se olvida de las florituras, para qué. Y no
necesitó muchas páginas. Podríamos pensar que la escribió en
papel de estraza. Cuando lo hizo, a comienzos de los noventa, todavía
con él envolvíamos el pescado. Sí, estaría bien recuperar el
manuscrito, una suerte de Fontaine de Marcel Duchamp de la
literatura. Aunque habrá muchos hombres de letras que
reclamarán para sí tan trascendental paso. Escritura en crudo, sin
cocinar, con el olor del pescado entre los dedos, resbaladizo,
pringoso, con un punto de putrefacción en las escamas. No cuenta
tanto la morfología de la pasión, su disección, pues cada uno la
tiene o la ha tenido a su manera, unos feliz, otros esclava, unos
perfumada, otros nauseabunda, cada uno con su propia alteración
química, con su circunstancia social y económica diferentes, como
contarlo sin trabas y que el lector compare y pueda sacar sus
conclusiones. La condición, como en el caso del futbolista
distinguido, es tomar pausa, pararse para escoger la palabra
adecuada, saber apreciar la diferencia temporal y chutar. Annie
Ernaux sabe hacerlo.
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