La
música es una de las formas del arte, como tal a veces roza lo
sublime. Lo sublime es uno de los estados del alma. Se podría pensar
incluso que la asistencia a un concierto, la escucha atenta de un
programa o de una pieza en un artilugio mecánico o digital, el
jugueteo con las cuerdas o con las teclas o con el viento o con la
percusión de un instrumento tiene por objeto llegar a ese estado.
Pocas veces se logra, a veces ocurre inopinadamente, no sé si tiene
algo que ver la perseverancia, pero cuando se logra se conoce el
cielo. Es un instante más o menos prolongado, cercano a la beatitud
o a la felicidad o al contento. No solo el arte proporciona esos
momentos, también el sexo o el éxtasis de la contemplación o la
amistad. La mayor parte de esos momentos se nos escapan porque cuando
los vivimos no pensamos en ellos.
Pero
quería hablar de música. He asistido a un pequeño festival de
música antigua. Conmemoraba el VIII centenario de las bodas entre
Fernando III y Beatriz de Suabia. Las entradas estaban agotadas desde
hace mucho, aún así me las he ingeniado para entrar en la iglesia
del Monasterio de las Huelgas en dos ocasiones y en la sala capitular, una. Como no contaba con ello, el deleite ha sido mayor. El
primer día era un concierto a capella (Singe Pur, cuatro
voces masculinas y una femenina) con piezas que tenían a
María como tema. Composiciones casi todas del siglo XVI, salvo un
par de cantigas y una pieza de Arvo Part. El segundo (Ars Choralis
Coeln) estaba dedicado a la música de convento de monjas
cistercienses, canto llano y polifonía, tropos y secuencias, todo
ello del siglo XIII. Este tipo de música requiere una gran
concentración y silencio, la circunstancia personal, la distancia a
las voces, el clima, el movimiento de los fotógrafos, las toses, la
dificultan. Es fácil disfrutar del Santa Maria, stela do dia
de las Cantigas, nunca falla, no tanto del Trahe me post te de
Victoria, en el primer concierto. El segundo era más amable, porque a las voces femeninas se añadían campanas e instrumentos de viento (fídulas y flautas)
para acompañar alguna de las piezas del Códice de las Huelgas.
Pero
ha sido en el concierto de hoy, en la sala capitular, a la una del
mediodía, donde el deleite ha sido rotundo. El grupo italiano
Micrologus ha confeccionado un programa con piezas del Carmina
Burana y de trovadores y minnesingers de los siglos XII y XIII, con
cantos de amor y de cruzada y otros dedicados a la primavera. No ha
habido motivos para la dispersión y el ruido, los músicos estaban
cerca, expresivos, teatrales y el público estaba entregado.
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