viernes, 20 de septiembre de 2019

El corredor de Wakham



El misterio es la intriga sobre lo que desconocemos. Dura hasta que acumulamos datos suficientes como para perder interés por lo que nos intrigaba. Todo el mundo tiene una idea de China aunque nunca haya estado allí. Nos bastan unos brochazos generales para almacenar el concepto. Otros nos son más difíciles de atrapar, Pakistán, Afganistán. Los asociamos al Islam, a la guerra, al radicalismo religioso. Sin embargo, no ponemos en el mismo plano a Kirguistán o Tajikistán. Son islámicos igual, pero las dictaduras que padecen nos dan seguridad. Rodamos por sus montañas y valles, por el altiplano y las adustas veredas de sus ríos, caminamos tranquilos, descuidados por sus ciudades, incluso por sus bazares o mercados al aire libre o cerrados, mezclándonos con sus pacíficos habitantes. Admiramos su forma de vestir, sus ropas apretadas, coloridas, sus tocados. Regateamos si compramos una pieza de fruta, un chaleco tejido a mano, el sombrero kirguís alto y blanco con bordados en negro, al contrario que el gorro de seda negro tayico, plano y con motivos blancos, sin sentir una distancia infranqueable. Los hemos visto cantar y bailar y sonreír, nos han invitado a beber te con ellos, nos han explicado la historia de sus maestros sufíes, nos han servido sus delicias gastronómicas en los pueblos de montaña, no tanto en las ciudades donde saben qué es un turista y cómo se le puede tratar. Al final, si uno se deja llevar por la apariencia cree, equivocadamente, que lo comprende todo y que puede dedicarse a contemplar el paisaje.

Todos esos países se unen en un corredor que durante el siglo XIX sirvió de tapón entre imperios belicosos. El británico se aseguraba de que al ruso no le tentase la conquista de la India y este que aquel les dejase en paz en el lento proceso de asimilar a los pueblos nómadas del altiplano asiático. China por entonces seguía en su sueño secular. Así que cuando bajamos desde Murgab hasta Langar, siguiendo la alta meseta desértica rodeada de montañas, nos admira la desolada belleza del pasaje que parece más lunar que terrestre si no fuera por los lagos, el Yashikul o el Bulunkul. En la aldea de Bulunkul, donde una familia comparte con nosotros sus alimentos, se han alcanzado los – 63º. El cambio climático hace que el agua de los lagos se evapore dramáticamente, como la lengua glaciar se encoje, el pasto del humedal desaparezca y con ello el modo tradicional de vida. Será el clima quien eche del altiplano a esta gente que ha resistido invasiones. Bajar a toda velocidad nos impide entrar en el detalle de su vida, de sus costumbres, de las diferencias.

Cuando llegamos al río Pamir, frontera natural del corredor de Wakham nos sorprende el delgado calado de las heladas aguas del río. Al otro lado pastan unos camellos. Podríamos cruzar y montar en ellos. Nadie parece vigilar la frontera. Por eso, por el misterio que asociamos a Afganistán, miraré obsesivamente en los días sucesivos el otro lado del río, intentando comprender.



No hay comentarios:

Publicar un comentario