viernes, 6 de julio de 2012

El Sunset Limited, de Corman McCarthy



            Si uno esperaba encontrar al final de este texto dialogado, previsible obra teatral, un poco de esperancita, un poco de buen rollito, como tantas otras veces al final de una peli o de una novela en que el autor hace que sus personajes se pregunten sobre el sentido de la vida, va aviado. No cabía esperar otra cosa de Corman McCarthy, pero tal como se desarrolla este diálogo entre Dios y la nada pareciera que habría algún tipo de consenso, algún acuerdo entre dos amigables personas capaces de sentarse a discutir a pesar de sus antecedentes, o precisamente por ellos, pero no sucede nada de eso. Es un diálogo, pues, entre dos personajes, lo que se nos ofrece, un negro y un blanco, que definidos así, esas dos palabras, negro y blanco, llevan detrás camiones cargados de significado.

            El negro pobre tiene detrás una mala vida: drogas, siete años de cárcel, un barrio hediondo; el blanco, un profesor, la desesperanza, después de una vida entregada a la cultura, el arte, la música, la belleza, los libros: “Ese tipo de cosas son las que tienen valor para mí. Son los cimientos de la civilización. O al menos tenían valor antes. Ahora ya no tanto. Ese mundo que en parte ha desaparecido. Pronto habrá desaparecido del todo”. El lector y las primeras páginas parecen entregarse al negro redimido que después de un horrible crimen oye en su interior la voz de Jesús y se alimenta de la buena fe de la biblia que de vez en cuando señala sobre la mesa o enarbola. El lector está dispuesto a ponerse de su parte, por la manera limpia en que parece ver las cosas: “O sea que eres un friqui cultural”, le dice al blanco. Lo importante, afirma, “es estar callado para que Jesús te hable, no ser virtuoso”. “La verdad importante. Que o amas a tu hermano o mueres”.

            La conversación discurre en la casa del negro, una casa pobre, sin apenas nada dentro para que no le roben, en un barrio miserable, entre drogatas. El blanco escucha o parlotea sobre su desesperanza, manifestando que quiere irse, continuamente. Irse para acabar de una vez.
            El blanco profesor escucha, a veces parece tocado por la buena fe de su amigo, que le acaba de salvar en el andén de una estación del Sunset Limited, el tren al que se había arrojado. El negro le hace confesar cosas que le duelen, como que cuando su padre estuvo muy enfermo, cuando se estaba muriendo de cáncer, no fue a verlo, a pesar de que su madre se lo pidió.

            Y así transcurre la obra, el blanco renegando de sus saberes inútiles, el negro contando anécdotas de su dura vida carcelaria, pero quien tiene la palabra final es el blanco, el que no se ha conformado con dejar que la vida le arrollase o le hiciera feliz, sino que ha buscado. Y su palabra es la negrura. Sin más. Dice el blanco profesor “Es un mundo –el que el negro le muestra- que no tiene nada que ver con el que yo conozco. El mundo es un campo de trabajos forzados del que cada equis días sacan a unos cuantos internos –siempre inocentes- a fin de ejecutarlos”. “O el ser humano. Un objeto que se menea con movimientos estúpidos en un vacío inhóspito. Una cosa cuya vida carece de significado”. “Me pregunta de qué soy profesor. Bien, yo profeso la oscuridad”.

            Cuando el negro se queda solo, se lamenta, ante la voz que esta vez no se ha manifestado: “Si querías que le ayudara, ¿cómo es que no me diste las palabras? A él se las diste. Y yo ¿qué?”.

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