martes, 16 de julio de 2019

Hermanos


Está más ágil, menos apagada, aunque tiene los tobillos hinchados, por el calor, me dicen. Al caminar arrastra un poco los pies, más que no hace muchos días, pero podemos dar un largo paseo. Parece que hoy le salen mejor las frases, siempre que no haya nombres propios. En el camino hay una pared cubierta por la hiedra, la señala, busca el nombre pero no le sale. Le digo que la pared está vencida. Poco después ella repite, se está venciendo. Le digo que aunque hoy no hace calor y el viento no abrasa es verano. Es julio y la mies está a punto de cosecha. Le hago recordar aquellos veranos de madrugadas tempranas, los machos uncidos al carro para ir a los pagos lejanos y hacer la siega, la trilla alrededor de la era, la comida que preparaba, garbanzos con tocino y chorizo, para el padre y para mí, la bota de vino, el botijo, la siesta bajo la aventadora. Le digo palabras, la hoz y la gavilla, el grano y la paja, la parva. Dice que sí que lo recuerda. Le doy una espiga de trigo para que la desgrane. Caminamos junto a grandes parcelas listas para la cosecha. La mies está lista, le digo, todo llega con el tiempo, dice. El tiempo acaba con todo, le digo.

El arroyo que en la primavera pasada dejaba caer su melodía bajo el puentecillo no fluye ahora, hierbas y matojos cubren su lecho. Un poco más allá otro arroyo más chico es ahora un cañaveral de tallos verdes. Algo más lejos oímos el tren, dos convoyes que se cruzan, uno de pasajeros otro de mercancías. Se gira los mira como un niño que ve lo nuevo. La vieja carretera a falta de asfalto se ha convertido en pista de arena y grava, serpea hacia arriba para atravesar la vía. A lo lejos la espadaña de una ermita asoma en el costado de un cerro. Hoy no subimos el puente para atravesar las vías y llegar hasta el Arlanzón, no tiene fuerza bastante.

Necesitamos la abstracción para comprender el mundo, nos agrupamos alrededor de abstracciones, unas más falsas que otras, reñimos por ellas, pero es lo concreto lo que nos inserta en él. Hoy el cielo está lleno de pájaros, oímos su canto, señalo sus nidos. Paseamos por la chopera reconstruida. No se acuerda de la sombra de los viejos chopos, de la música de sus hojas, pero los recién plantados crecen con fuerza. Se queda mirando un gurriato, se ríe al verlo saltar de rama en rama. El viento mueve sus hojas tiernas. Las máquinas de la autovía siguen su camino implacable. Repasamos el nombre de todos sus hermanos. Le pregunto si se acuerda de ellos. Dice, jolín cómo no me voy a acordar, pero no le sale ninguno. Casi todos los nombres han desaparecido del diccionario de su cabeza, pero si los nombro los recuerda: Agripino y Fortu, Jesusa, Aurelia, Emilio y ella misma. Todos están muertos, pero recuerda a cada uno. Recuerda la fiesta del principio y del final del verano, San Pedro y la Virgen de la Merced. Dice que le gustaba bailar en la plaza e ir a la fiesta de otros pueblos. Cuando le pregunto que qué pueblos no los recuerda, pero si le digo Solarana, los otros le salen de carrerilla, Nebreda, Cebrecos, Quintanilla. Al subir la rampa y pasar la puerta trastabilla. No sabía que fuésemos tan rápido, le digo por qué no me lo decías, y ella por qué te lo iba a decir.


2 comentarios:

  1. Me hubiera gustado echar una siesta en la sombra de la aventadora, vivir algo de aquel mundo desaparecido. Un placer leerte.

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  2. Con cada generación desaparece un mundo que existió. También un vocabulario. Aventadora, qué nombre bonito para un artilugio mecánico, ya sin uso.

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