lunes, 23 de septiembre de 2024

De Agrigento a la Villa Casale, de Comiso a Ragusa

 



No sé si habrá una villa romana que se conserve como se conserva la Villa de Casale, cerca de la localidad de Piazza Armerina. Con ella sucede algo parecido a lo que ocurrió con Pompeya, una catástrofe natural la salvó de la desaparición. Construida al comienzo del siglo IV como villa de caza, una gran inundación provocó una avalancha de barro que cubrió la villa y solo hacia 1950 fue recuperada.




Quienes han visitado la Olmeda en Palencia pueden hacerse una idea de cómo es la Villa de Casale. La mayor diferencia es el mayor tamaño y la conservación. Tenía distintas funciones, desde salas para la vida familiar y, separadas, para los domésticos, el complejo termal (frigidarium y caldarium) con sauna o el gran salón de recepción de invitados. Cada sala con grandes suelos de mosaicos, que se conservan casi como en la época de su construcción. Destacan los dedicados a la educación de los niños, los que aparecen con mujeres en bikini (en realidad ropa interior con la que hacían ejercicios gimnásticos en las termas), la gran colección de medallones con figuras de animales en los pasajess y, por encima de todo, una serie que representa la caza, captura y traslado de animales salvajes de África hacia los lugares dónde iban a ser exhibidos y ejecutados.




Caminamos apretados por pasarelas metálicas elevadas llenas de españoles que han venido en al menos dos autocareses, uno de ellos del club de los 60 de Valladolid. Sus guías italianos, en español, van explicando cada detalle de los mosaicos.




Temprano en la mañana nos habíamos despedido, mirando por la ventana de la habitación del Hotel Tre Torri de Agrigento, del templo de Hera, en la colina de enfrente, para iniciar el viaje a Ragusa. Entre viñedos, olivos y avellanos, por carreteras estrechas, con muchos plásticos en los márgenes, pasamos por Caltanissetta, de resonancias mafiosas, antes de llegar a la Villa Casale. A la salida subiendo del valle a la meseta, nos asaltó una impresionante catedral de tonos rojizos, en el centro de Piazza Armerina, en la que sobresalía una esbelta cúpula turquesa. Elevada sobre las faldas de una colina, la vista del Duomo, el castillo aragonés y las casas que los circundan impresiona en la distancia.




La misma influencia de Aragón la hemos visto por sorpresa en una población con la que no contábamos, Comiso. Una ciudad de menos de 30.000 habitantes, pero con una riqueza arquitectónica inesperada. Una ciudad desconocida, sin turistas, donde nació Gesualdo Bufalino, un escritor que merece mejor suerte con los lectores: "La mafia será derrotada por un ejército de profesores de primaria". El centro está lleno de edificios impresionantes entre los que destacan el Palacio de Aragón, la Catedral, la Iglesia de la Anunciación y el antiguo mercado de pescado, un patio cercado por una galería de elegantes arcos (logia). 




Las cúpulas miquelángelescas del Duomo y la Anunciación, por encima de todo. Ambas han pasado por distintas vicisitudes, entre ellas el terremoto de 1693. En la Iglesia de la Anunciación estaban preparaando la decoración floral de una boda. El hombre que dirigía la operación irritado gritaba a sus ayudantes. Nos hemos colado dentro, rendidos ante el estallido de color del ornamento barroco.




Cuando ya desesperábamos porque todo estaba cerrado, hemos visto un restaurante donde se celebraba una cita familiar, Disio. Un lugar silencioso, cuidado, atento, con una comida exquisita. A la salida, los invitados de la boda entraban en la Iglesia de la Anunciación. Comiso nos ha deslumbrado, una ciudad tan pequeña con tantos palacios e iglesias, hasta unas termas romanas. La pega, la sensación de abandono, de ciudad vacía: locales cerrados o a la venta, un lujoso escenario sin espectadores.




Ragusa era la meta el día, una ciudad del tamaño de Ávila con una impresionante topografía. Construida sobre colinas, está dividida en dos por un profundo desfiladero sobre el río Fiumicello, Ragusa Ibla y Ragusa Superiore. Lo más significativo son las pronunciadas escaleras para ascender a una y otra. Desde lo alto de cada una se ve la bonita fisonomía de la otra. Desde la colina de Ibla (devastada por el terremoto de 1693 y reconstruida), el Duomo espectacular de San Giorgio, que la emparenta con el barroco del Valle de Noto, desde el otro lado, el intricado callejero medieval que subsistió al terremoto.




La ciudad, como en esta parte de Sicilia, está adornada por incontables iglesias barrocas, unas siguiendo el modelo de la Iglesia del Gesu en Roma y otras el modelo de Borromini. En este final del verano en que las multitudes están abandonando Sicilia, es un placer, llegada la tarde, callejear, por entre palacios renacentistas y barrocos de influencia española, perderse por las callejuelas oscuras y empinadas. Impresiona la portada de San Giorgio detrás de una extensa escalinata, vista desde la plaza de restaurantes medio vacíos. Sí el campo de Sicilia, y algunas de sus ciudades, es un estercolero - bolsas de basura y plástico por doquier- Ragusa, como también Trapani, ambas muy turísticas, están limpias y aseadas. Sin embargo, en una y otra, en el centro, se ven locales y casas en venta. Las ciudades sicilianas son bellas, alguna sin parangón, pero resulta difícil vivir en el interior de museos. Los jóvenes huyen buscando una vida mejor, menos bella, pero más práctica.




El interior de San Giorgio, a punto de cerrar, está vacío cuando entramos. Aún resuena el último acorde del concierto de órgano. Pasamos por restaurantes y hoteles iluminados, pero vacíos. Solo en la plaza central, sobre el desfiladero que divide la ciudad, hay la animación de un grupo folklórico que acaba de salir de una fiesta. De otra iglesia salen voces, al otro lado de la puerta vemos que ensayan para una obra. En muchos aspectos, Ragusa y toda Sicilia parecen un lujoso escenario abandonado tras una exitosa representación.



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