jueves, 26 de septiembre de 2024

Catania. El Etna. Taormina




No sé si Catania es la capital de la mafia siciliana, pero sus calles están limpias y su avenida principal, la Vía Etnea, enfilada hacia las alturas del Etna, ancha como casi el Paseo de Gracia está llena de tiendas lujosas, y, hacia dentro, en las calles y plazas paralelas, de restaurantes llenos. La amable chica del hotel nos recomendó el cercano restaurante de comida siciliana. Hasta los topes, tuvimos que esperar casi una hora, pero mereció la pena, tanto que a la noche del día siguiente volvimos a la Trattoria del Cavaliere. 




Catania no tiene un gran poeta, pero tiene un gran músico Vincenzo Bellini, así que buscamos el momento de escuchar el aria más famosa de Norma, la Casta Diva, y quién mejor que la Callas. Una gran estatua en una plaza junto al paseo y el nombre del bonito parque cercano lo celebran. Dos noches dormimos en el mismísimo centro de Catania, en un hotel de apartamentos, el Santuzza, en un viejo palacio, cuyo personal y clientes parecen sacados de una historia gótica. Es imposible que pueda ser rentable.



Fue Goethe quien se enamoró de Taormina e inició el Gran Tour de los ricos anglosajones por Italia. Subir al volcán entonces era un ejercicio físico exigente. Ahora lo que hay que tener es precaución para salir de Catania por estrechas y curvadas carreteras con un tráfico denso y loco hasta la primera falda de la montaña: subir y bajar del Etna por las carreteras y el callejero estrecho de las poblaciones, con curvas que a la que te descuidas te dan un susto mortal, es un ejercicio para conductores consumados. 




A la olla ardiente del volcán no dejan acercarte, tan solo una aproximación con un guía. Pero no hace falta, el paisaje se ve ascendiendo por la falda de viejas calderas apagadas. Es difícil que estés solo, incluso un lunes por la mañana, pero puedes encontrar sendas por las que pises solitario el granulado oscuro de las viejas erupciones.




A mediodía a la hora de comer te espera Taormina, con cierta semejanza a Sitges, la ciudad que puso en el mapa europeo Goethe. No te fíes de las recomendaciones escritas o de las webs, hemos acudido a unas cuantas y casi todas han resultado fiascos. Nos ha sucedido en Nexus, justo al lado de Taormina, en la turística Cefalú y en el propio Palermo. Los mejores restaurantes los encuentras preguntando a los locales o dejándote llevar por el olfato.




Desde una pequeña terraza miramos hacia abajo y contemplamos esta hermosa orilla del mar, vemos rosas y escuchamos a los ruiseñores que, según nos cuentan, cantan durante seis meses sin parar... La pureza del cielo, el olor penetrante del aire marino, la neblina que, por así decirlo, disolvía las montañas, el cielo y el mar en un solo elemento, todo esto alimentaba mis pensamientos. Viaje a Italia. Goethe

 



Taormina sigue siendo bella, lo es la ciudad encaramada a una peña alta con hermosísimas vistas sobre el Jónico y el Etna, lo es el islote al que se une por una lengua de arena (si das clic al borrador mágico de Google fotos para eliminar la masa de bañistas) y lo son los paseos por sus calles atestadas. Pero esta ya no es la época de Goethe, ni el paisaje se ofrece virgen, ni la sensibilidad y la disponibilidad del turista son las del poeta alemán, al que siguieron Dumas y Dalí, Wagner y Wilde, el Lawrence que aquí escribió sobre Lady Chatterley y Capote. Para empezar es difícil aparcar y si te descuidas, multa, como nos ocurrió. Pero siempre puedes prescindir de las ciudades abarrotadas que siguen la estela de Goethe, porque la verdad de Sicilia está allí donde los turistas todavía no han llegado.


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