miércoles, 17 de marzo de 2021

La música como hogar, Alicja Gescinska

 



"La creación artística puede ser una exploración en profundidad del alma humana, y los resultados de ese tipo de exploración son una venda para uno de los dolores más intensos del ser humano: la soledad". Witold Lutosławski.


No se me había ocurrido pensar que la música de Schubert fuese mi hogar, pero estoy bastante de acuerdo con Alicja Gescinska cuando sostiene que “Poco a poco estoy empezando a aceptar que la sensación de no estar en casa en ningún sitio es mi principal destino”. A menudo, si me he hecho una pregunta al respecto, me he respondido de modo semejante. En ninguna de las ciudades en que he vivido he estado tan a gusto como para sentir que aquella o esta es mi ciudad. Una sensación que transmite la música del compositor austriaco, en particular en canciones como Der Wanderer, el vagabundo errante ("Soy un extraño a todas partes", canta el barítono) o las del ciclo La bella molinera. La autora de este breve ensayo, de origen polaco pero viviendo en la Bélgica flamenca, se hace unas cuantas preguntas sobre el valor de la música, más allá de su valor formal. Dos hechos pesan en su escritura, tiene tres hijos que corretean mientras escribe, de cuatro, dos y año y medio, “un enorme reto para su concentración” por lo que es lógico que se haga la pregunta sobre si la música ayuda a tratar la 'crisis de atención' cómo grave problema del hombre del siglo XXI. El otro hecho es su origen polaco pero su escurridiza nación, por lo que se preguntaba si la música ofrece una patria alternativa, como la que Chopin, en un momento de tribulación, ofreció al pueblo polaco. Según uno de sus alumnos ‘Chopin compuso Polonia’. “Chopin creo una patria sonora en la que había sitio para él y para todos sus oyentes, un hogar donde refugiarse del frío exilio, para un país que durante más de cien años no tenía lugar”.


En general, la autora hace un ejercicio voluntarista, en el sentido de que aporta pocas pruebas a sus afirmaciones: "a través de la música aprendemos quiénes somos y de qué somos capaces. La música abre caminos a la exploración de nuestro espíritu y contribuye a nuestro desarrollo personal". La música tiene un efecto benéfico sobre nuestro cerebro: “el cerebro musical ayuda a aprender cosas nuevas, desarrolla actitudes sensomotrices. La actividad musical, ya seamos intérpretes u oyentes, estimula las conexiones neuronales, lo que redunda en un cerebro joven y es una herramienta efectiva para combatir determinadas formas de demencia”. Todo lo que dice suena bien y sería estupendo que estuviese en lo cierto. Yo mismo soy amante de la música y tengo comprobados sus efectos terapéuticos, aunque no duran más allá de un par de horas.


De todas las preguntas, la más relevante es esta: ¿Tiene la música un contenido moral? Aunque es consciente de que es arriesgado responder que sí, ella lo hace. Para dar fuerza a su posición recurre a Max Scheller y a su teoría de la jerarquía de los valores: Todos los actos del ser humano tienen una carga moral. La elección entre belleza y fealdad no es una opción meramente estética. “El bien va a lomos de la belleza”, dejó dicho Scheller. La música de Beethoven nos ayuda a ser mejores personas, como un ingeniero hace el bien cuando levanta diques o construye presas para proteger a la población el músico lo hace igualmente levantando armonías. El valor moral de la música o la ingeniería es un producto secundario, no el objetivo de las mismas, pues la realización de valores morales no puede ser nunca intencionada. Scheller establecía que la belleza y el bien están vinculados entre sí, pero no explicaba cómo ni por qué. La propia Gescinska recuerda a los nazis amantes de Beethoven, también la posición contraria de un músico como Krzysztof Penderecki o de un crítico como George Steiner que llegaron a conclusiones contrarias a las que sostenía Scheller: el arte no nos hace mejores personas. Quizá por la falta de fuerza de la lógica filosófica, recurre a la poética de Vladimir Jankélévitch. La fragilidad une a la música, cuyo efecto sólo funciona cada vez que la escuchamos, con el bien, que solo existe en cada acto humano, pues ha de repetirse una y otra vez porque el sufrimiento humano no se acaba nunca. El carácter fugaz de la música es similar al de la moral. La bondad de un ser humano no se encuentra en un código de principios y convicciones sino en sus actos.


Otra vía de la validación moral de la música es la empatía: la posibilidad de comprender mejor y la de sentirnos mejor comprendidos. En esta ocasión recurre a Edith Stein: "La empatía es necesaria para comprendernos mejor a nosotros mismos. Vernos reflejados en el otro es lo que nos permite conocernos. El otro es un vehículo necesario en el proceso de descubrimiento personal". Un camino al que nos lleva la escucha atenta de la música. La música satisface un deseo profundamente humano de comprender y ser comprendido.


Así concluye Alicja Gescinska: “La música nos permite sentirnos en casa en nuestro interior y por ello es un instrumento fabuloso para combatir las fuentes del mal, el odio, el resentimiento, el malestar emocional y el desarraigo”. Quizá no sea del todo cierto pero suena bien.



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