martes, 9 de marzo de 2021

El año del descubrimiento


En este documental hay varias decisiones llamativas. La primera que sorprende al espectador es la partición en dos de la pantalla horizontal. Es, por tanto, una decisión que invita a que la película sea vista en gran pantalla, mejor en un cine convencional. Jugar a la pantalla partida tiene sentido en relación a la segunda decisión que toma el director, poner la cámara y el micrófono delante de la gente común, directamente en la barra del bar. La cámara y el espectador no solo escuchan lo que la gente tiene que decir también observan expresiones, lo que beben y fuman con gran intensidad, el deterioro físico, la edad, los rostros sin maquillar. La tercera decisión tiene que ver con situar la cámara en una ciudad que fue condenada en la época de la reconversión, la Cartagena de la Bazán y otras industrias que sufrieron un proceso de desindustrialización obligado por la Unión Europea, al que el PSOE en el poder accedió. 1992: lo que para algunos fue año de fastos para otros fue destrucción económica y ruina psicológica. La cámara se ofrece a dos generaciones, la que vivió directamente aquello y la actual, que sufre las consecuencias. La primera, a pesar de haber perdido el trabajo, se siente orgullosa de la acción sindical, de las huelgas y manifestaciones intensas y prolongadas que acabaron con la quema de la Asamblea Regional, acciones que alguno enmarcan en la larga tradición rebelde de la ciudad. Lo que vemos como derrota en su imaginación sigue siendo una victoria. La generación joven descree de la acción política y sindical, no ve que los trabajos precarios y los sueldos muy bajos tengan arreglo. Estos, lo único que tienen a favor es la juventud, aquellos tienen en contra el mayor enemigo, el tiempo.


Se podría decir, en lenguaje antiguo, que la película es una película de combate. Pero no es exactamente así, aunque los invitados a hablar y a mostrarse ante la cámara podrían pertenecer a la clase obrera, si aún estuviese en vigencia esa categorización, no tienen una percepción común de lo que sucede. Ni siquiera la tienen los viejos trabajadores, con diferencias notables entre quienes tuvieron cargos sindicales y quienes no, especialmente disgregada en los jóvenes. Es notable la dificultad de expresión de los jóvenes frente a la ordenada exposición de los viejos sindicalistas. Un mundo les separa. ¿Cómo se defenderán? Aquí, otra vez, aparece el segundo gran enemigo, tras la corrosión del tiempo, el infame sistema educativo. No es una película de combate, porque así lo han querido quienes han ideado la película. Dejan hablar, el montaje no censura las intervenciones, o no lo hace con intención ideológica, y el metraje es lo suficientemente largo como para recoger muchas y contradictorias opiniones. Podría objetarse que la versión de lo que sucedió en aquel año está sesgada en favor de los obreros, que falta la versión de los empresarios y de los políticos socialistas que decidieron la reconversión industrial. No lo es. Este documental no es un sesudo ensayo histórico o político sobre aquello, sino más bien un largo lienzo impresionista sobre sus consecuencias. El arte no opera con cifras y estadísticas estáticas sino con los detalles huidizos que capta el pincel. Si casi siempre la metáfora de la barra del bar es una imagen despectiva de opiniones emitidas sin fundamento, aquí muestra la vida real sin ornamentos, la vida de personas reales a quienes decisiones políticas obligadas o arbitrarias dejaron sin perspectivas, despojos humanos cuyo último refugio es la caña en una mano y el cigarrillo en la otra, con un poco de conversación con quien tengan al lado y quieran o aparenten escucharles. Contra las artificiosas argumentaciones del político que siempre tiene razones, se eleva la irreductible verdad (esa verdad que se transparenta en la falta de maquillaje) de la vida rota de un hombre o una mujer que naufraga en la última playa. Es más, cuando una vida se muestra tan sin vergüenza no nos importa la argumentación de los poderosos por muy lógicas que sean sus razones, como tampoco echamos de menos a los carroñeros que en cuanto avizoran sangre acuden al festín para sacar buen provecho. Una película nada complaciente, como todas las películas que merecen la pena.


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