jueves, 18 de febrero de 2021

Ríos, de Martín Michael driessen

 



El libro está compuesto por tres relatos cinematográficos. En Fleuve sauvage, un actor alcoholizado, obsesionado con Macbeth, emprende una loca travesía por el río Aisne, en el norte de Francia. Su propósito es dejar la bebida, pero en la canadiense en la que va remando hacia la desembocadura tiene unas cuantas botellas de las que dar cuenta antes de culminar su propósito. Asegura que dejará de beber en cuanto haya acabado la última. Atraca en las orillas fangosas del río para pasar la noche. Con apenas luz, mientras arrecia el aguacero, planta su tienda detrás de un cercado. Pega unos cuantos tragos antes de dormir, pero una manada de vacas le acosa. Aparecen luego el granjero y después la hija del granjero. Lo que había comenzado siendo una historia cómica, con hallazgos divertidos, termina en trágica, implicados el actor borracho, la chica del granjero y una vaca especialmente tozuda, sin que el autor, enfrascado en la imaginación del trágico final se de, nos de, el lujo de una explicación razonable de lo que sucede. El relato se cierra como el final de una crónica de sucesos o, mejor aún, como uno de esos finales truculentos del tipo de Álex de la Iglesia en El día de la Bestia. Divertido hasta que la sonrisa se congela en trágica mueca.


En Viaje a la Luna el autor traza un paralelismo entre la vida de dos muchachos, Konrad, hijo de una viuda pobre, y Julius, hijo de un almadiero, que viven en un pueblo de la montaña bávara trabajando en el arrastre de troncos por las corrientes de agua hacia los aserraderos. Un viaje a lo largo de varios ríos, y de toda una vida, desde el arroyo del pueblo natal hasta el Meno y luego del Rin hasta el mar, tras pasar por los brazos en que el Rin se divide al final de su vida en Holanda, cuando ya son viejos. Una Road Movie por el río.



El tercero de los tres relatos, Pierre y Adèle, es un tour de force literario. El escenario es un valle bretón partido por un río, el Issou. Cada parte pertenece a una familia, una protestante, los Corbé, y otra católica, los Chrétien. Durante generaciones, las dos familias han estado enfrentadas, cada una creyendo que los cambios en el trazado del río, que dibujaba meandros según la intensidad de las lluvias, le perjudicaba. Otra familia de notarios judíos, los Salomon, intentaba en cada ocasión resolver los pleitos. La corriente de la historia se detiene momentáneamente al acabar la Gran Guerra. Adèle, la primogénita de la familia Chrétien, se casa con el hijo de un potentado de la región, Corentin Berthou. Después de muchos años de vida infeliz tienen una hija, Marie France, a la que la naturaleza no concede gracia alguna. Por su lado, Pierre, el último de los Corbé, permanece soltero y tiene la desgracia de que un cepo para zorros, puesto en la orilla del río por Corentin, le destroce una pierna y tenga que valerse de una prótesis, aunque su orgullo hace que lo mantenga en secreto. Antes de jubilarse y de marcharse a las Américas, el último de los notarios Salomon, propone una solución al conflicto de tierras que cree será definitiva.


Más que la historia en si lo que atrapa al lector es el mecanismo literario que monta su autor, el holandés Martin Michael Driessen. El relato está concebido como un artefacto cinematográfico, más en concreto, un western. El escenario es un mapa que se despliega ante nuestros ojos, con el río Issou dividiendo los territorios de las dos familias. Desde el inicio se palpa la tensión, la violencia contenida a punto de estallar. A los personajes no les definen otros rasgos que la deuda heredada de convertir el odio en un acto que ponga fin al perpetuo agravio. El lector siente que al terminar la frase que está leyendo se desatará la violencia. Y aunque se pospone, cuando Corentin Berthou aparece en escena la atmósfera se carga de tal manera que la sensación de amenaza aparece en cada palabra. Como en los western, es en la última secuencia cuando la violencia esperada, y deseada, estalla aunque no como uno hubiese esperado. Es en esa última parte de la historia donde la técnica cinematográfica se hace más visible. En una sucesión de breves escenas de montaje alterno, casi plano contraplano, aparecen los personajes de la historia asumiendo cada uno un papel en el estallido violento. Si en cada generación las dos familias se habían contenido sin dar el último paso, es el odioso extraño que se casa con Adèle el que pone en marcha la bomba de fuego. En los otros tres personajes, Adèle, Pierre y Marie France, sin embargo, asomará el espíritu cristiano de valor y conciliación que los redimirá en el último instante. Driessen debe haberse divertido aplicando al mecanismo literario el visual cinematográfico, no en vano la dramaturgia es una de sus profesiones, en el final de este último relato que tanto se parece, por ejemplo, a la alternancia de escenas que Francis Ford Coppola monta en Cotton club o en el Padrino III. El lector lo disfruta con él.



1 comentario:

  1. Le ha venido de perlas a usted despejar la mente con esa novela, se le nota más suelto.... Después de la jartá de boberías que llevaba soltando las últimas semanas (probablemente presión por las elecciones catalanas+posible y temido aunk esperado desenlace en forma de disgusto..), ahora se le ve a usted más divertido jejeje

    Le recomiendo seguir la vía política, puede usted elegir entre habermas, foucault, walzer, mcallum, judith butler, lacan, nancy fraser, ana jónasdottir, weithman, hobbes, skinner, rawls, cohen...o por la vía filosófica, le recomiendo Boecio, Maimónides o Las mediataciones d Marco Aurelio.

    Es sólo por mantener el entretenimiento.

    Un saludo.

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