domingo, 21 de febrero de 2021

La metamorfosis del cazador

 

No entiendo de telas ni de cortes ni de rayas de planchado pero míralo cómo sale solo entre columnas palaciegas para que la luz de los focos reflejada en sus trajes, en el cuello de las camisas y en los puños brille ante las cámaras, fíjate con que estudiada contención camina ante los ojos que le esperan como precipitada primavera, ¿acaso no te llega el dulce cosquilleo del nardo? Pero escucha, ¿dice algo? Las palabras llegan como espejos a los oídos, cual cascada rumorosa, reflejos que transmiten el caminar afrutado y meloso, cuentas y cuentos del suave murmurar de los arroyos, del eco de la brisa en las hojas de la arboleda, una vuelta al mundo encantado en el que los hombres todavía no hacían uso del habla. He ahí la imagen de muchacha seducida por el cazador ramplón que en casa la contempla confundido pues ha de comprender aunque le cueste que no es él el cazador sino la muchacha seducida y que la fragancia que aspira no es melosa sino tóxica. El bosque está ahora en el salón de casa, gran pantalla, gran formato, velocidad de refresco, y él es la presa. Detrás del hombre transformado en muchacha, invisibles a las cámaras, tejiendo cada detalle de la gran metamorfosis, sastres, perfumistas, monitores de gimnasio, los arregladores, cada uno construyendo con su arte a la mujer que querría seducir, apretando un cinturón aquí, ensanchando un músculo allá, retocando de blanco una parte del cabello, una sombra bajo el párpado, el tono justo en la piel de los zapatos, y los reductores, devolviendo el lenguaje a la primera expresión que produce de nuevo sentido elemental, la poesía que alza al hombre tosco, al guiñapo que cree lograr algo desde la altura de la nada, apenas una breve sacudida húmeda del miembro hinchado sobre las manchas del ketchup, caído del recipiente de patatas, en el pantalón del chándal. 'Yo soy el mensaje'. Está claro. 


Pero repara cuan triste es haber despojado de rituales sofisticados la ceremonia de la seducción, no hay risas ni bailes ni persecuciones, ni siquiera un rastro de sangre, ni mujeres disfrazadas con colores putescos, ni hombres impúdicos ofreciendo su salaz desnudez. Todo se reduce a un mirar estático. Desgraciadamente hasta el carnaval ha sido suspendido, quizá por eso la locura juvenil de estos días, la necesaria ruptura del equilibrio de un mundo confinado, enclaustrado, la vuelta por un par de noches al mundo salvaje. Quién no quiere en la hora nocturna, una vez al año, debidamente estimulado, ser coronado, como en las lupercales, rey de Roma.


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