lunes, 1 de febrero de 2021

Arrobo en Chauvet

 


Que no lo sepamos todo no significa que no sepamos nada. Somos infinitesimales y casi intemporales puesto que en la magnitud del cosmos apenas somos nada y en la expansión temporal tampoco. En la película de Werner Herzog, Cave of Forgotten Dreams (2010), que acabo de ver, tan aplaudida, hay arrobo pero no conocimiento, salvo las habilidades técnicas que se le suponen al cineasta y a los conservadores y estudiosos de la cueva de Chauvet. Maravilla, esa es la palabra, que se hayan conservado impolutas las pinturas de más de 30.000 años, descubiertas en 1995, y que se pudieran trazar entonces con esa precisión, como maravilla la cueva y sus concreciones de calcita. Las habilidades técnicas, las pantallas blancas, las linternas, las cámaras nos iluminan esa zona oscura del pasado, el comenzar a saber del homo sapiens, pero apenas sabemos lo que sucedía en la cueva y en el exterior a los hombres que pintaban y que vivían en los alrededores salvo unas pocas generalidades sobre clima y caza y su relación con algunos animales. Uno de los que habla en la película dice que más que Homo Sapiens el nombre que nos convendría sería Homo Spiritualis. Y así ha sido durante la mayor parte de nuestra historia. Tenemos potentes focos para mirar hacia arriba y hacia el interior pero no nos bastan para comprender. Pero volver al arrobo ante lo inconmensurable solo indica nuestra actual impotencia. Pero hay algo del Homo Spiritualis que deberíamos recuperar con urgencia, su actitud ante lo que no entiende, el silencio, la perplejidad, la atención. Probablemente si el mundo enmudeciese por un instante estaríamos en mejores condiciones para comenzar a comprender. Pero sin quedarnos en el arrobo como hace Pablo Maqueda en el documental que a su vez dedica a su admirado cineasta, Werner Herzog, en Dear Werner (Walking on Cinema) (2020).



Lo que me sorprende y disgusta de ambos cineastas es que para vehicular su sentimiento religioso utilicen una lengua que no es suya, que no añade información alguna ni es más rica en la expresión, no el alemán de Herzog o el español de Maqueda ni siquiera, porque el objeto de su atención está en Francia, el francés de Chauvet o de París, adonde llega Maqueda persiguiendo al espíritu de Herzog (Werner Herzog, a los 30 años, hizo un viaje a pie desde Munich a París para decirle a Lotte Eisner, la fundadora de la Cinémathèque Francesa, junto a Henry Langlois, que no se muriese. Ese viaje lo intenta reproducir Maqueda). Ambas en Filmin.


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