viernes, 25 de diciembre de 2020

Zapeando

 


Zapeando en la experiencia obligada de clausura que es esta Navidad, algunas cosas se aprenden.

1. 21 h. Tenemos un rey que no nos merecemos. Sabe hablar y estructurar su pensamiento y es empático, tiene presente, cuando habla, a la gente a la que habla. Cuánto cambiarían las cosas si estuviese en sus manos el poder ejecutivo (Imagino a quién lo tiene planeando una venganza por no ser él quien a esta hora aparece en la pantalla). Un rey empático frente a un jefe de gobierno enfático.

2. Hacia las 23 h. Si el público al que se dirige es el público para quién se hacen los programas de la noche, y no tiene por qué ser otro porque para él están hechos los programas, los mismos este y los años precedentes (¿Hace la tele a su público o tiene el público la tele que merece?), es un público que no está a la altura de su rey.

3. El único de los programas que tiene gracia, una cierta gracia, es el enlatado de La 2, chascarrillos mil veces vistos, y tiene gracia porque nos dice de qué nos reímos, hasta dónde llega nuestra capacidad de poner las cosas en cuestión.

4. Entre las 14 y las 15 h. Lo mismo sucede con los telediarios del mediodía, ya en el 25, donde nada escapa a la cursilería. La palma se la lleva un villancico cantado en la nave central de Notre-Dame por un coro vestido con monos de trabajo.

5. Lo mejor de estas horas es el largo silencio del amanecer. Si fuese una pausa para olvidar y comenzar de otro modo.



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