no
es sólo la atmósfera la que se
está
cargando,
más gris, más sucia, como si las actitudes transformasen el
envoltorio físico, braceando
en la semioscuridad entre tiburones heridos, es
sobre todo la relación entre los cuerpos lo que cambia, la
incomodidad de dar la mano, de reunirse siquiera, de
llamar a quienes
antes llamábamos, de
poder
hablar
informalmente de cualquier cosa con quién antes lo hacíamos,
el
profundo
desinterés, e
incomprensión, hacia
lo
que el otro tenga que decirme,
viendo en él
antes que nada
intransigencia, irracionalidad, quizá porque
en su
espejo veo
mi
propia incapacidad, atribuyéndole mi
propia ceguera, quizá es que todos estemos perdiendo visión, una
ceguera voluntaria, parapetados en trincheras, posiciones
conquistadas o, mejor, reductos defensivos, reductos
mentales, porque los muros que se han ido levantando en estos tiempos
son mentales,
el
acceso a la información desde tantas fuentes está fragmentando la
mente colectiva, desaparece el orden de las noticias, su relevancia,
la descripción escueta de los hechos se
sustituye por la
tendencia a la narración y al sesgo, quien
dispone de un micrófono, de una pantalla, de un estrado quiere
imponer su relato, se
escucha o ve lo que esperamos escuchar o ver, de tal modo que se
adecúe a nuestras expectativas, nos afiliamos a capillitas cada una
con su catecismo, cada una subdividida en facciones cada vez más
individualizadas,
como
si se abriera un abismo a mis pies, en todas las direcciones, con
apenas un pedazo de suelo en el que sustentarse o desde el que poder
saltar a otro cercano, no me reconozco, ni reconozco a mis amigos o
ex amigos, con esa virulencia en las opiniones, la imposibilidad de
encontrar un punto en común, el exabrupto sustituyendo al diálogo,
el breve mensaje en la red a la conversación pausada junto a un
café,
y
lo peor de todo, como
si hubiera
alguaciles de una renacida inquisición por todas partes,
No hay comentarios:
Publicar un comentario