Ya
no puedo comprar el periódico donde solía, han
cerrado el quiosco, así que tengo que ir hasta el estanco, el
lugar
donde despachan el
riesgo de muerte libremente asumido, ahora con una fea publicidad de vapeadores.
He desplegado el periódico sobre el mostrador para sacar el monedero
y pagar. En ese momento ha llegado el vecino con su periódico y me
ha saludado, hacía tiempo que no nos veíamos.
Le ha sorprendido. Su mirada se ha desplazado con velocidad de
disimulo, como la mía. Él también llevaba bajo el brazo el periódico, su nuevo periódico. La sorpresa ha sido mutua. Mostrar
el periódico que uno
lee es una forma de desnudez. Hasta hace poco yo compraba el
periódico del régimen, el
del poder, lo
sigo leyendo para ya no lo compro; un
acto íntimo de
desprecio; he cambiado mi hábito, ahora compro el que antes
despreciaba, el
otro periódico del régimen, el de la oposición:
algunos
de los
periodistas y escritores que antes leía en aquel están ahora
en este.
Lo
mismo le sucede a mi vecino, antes compraba el periódico oficial de
la región, ahora compra un periódico nuevo, radical en los
planteamientos por la independencia. Nos hemos preguntado cómo nos
iba, por los hijos, por mi danza de un sitio a otro, de buenos modos,
amigablemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario