”...habría renunciado de buen grado a escribir cualquier artículo para poder morder una fruta o un bocadillo sin dolor y sin ponerlo todo perdido, por beber de un vaso sin tener que meter la lengua, como si fuera mitad perro, por sentir cada centímetro de los labios que besaba”.
En
la mañana del 7 de enero de 2015, dos terroristas enmascarados al
grito de Allahu Akbar entraron en la sala de redacción del semanario
satírico Charlie
Hebdo
descargando sus kalashnikov
contra los dibujantes y periodistas allí reunidos. Mataron
a
12 personas, entre
ellos un policía de seguridad,
y otros tantos fueron
heridos con
diferente gravedad.
Entre los heridos se encontraba Philippe Lançon, periodista que
trabajaba tanto para Charlie
Hebdo
como para Liberation.
Durante ocho meses y 18 operaciones estuvo hospitalizado en dos
hospitales distintos de París para
tareas de reparación y rehabilitación.
Este libro, escrito dos años y medio después, cuenta la masacre, la
hospitalización, la reconstrucción maxilofacial,
la rehabilitación. El lector se sumerge en una vida destrozada y
durante casi 500 páginas vive en el líquido amniótico en
el que
el narrador vuelve
a la
vida.
El
libro es una crónica contada en primera persona del suceso y sus
consecuencias, un ensayo sobre la vuelta a la vida de un hombre que
ha dejado de ser uno
para ser otro
y
una novela por la que pululan un montón de personajes: cirujanos,
enfermeras, profesionales de la reparación física y psicológica,
familiares, amigos, amantes y hasta políticos, personajes porque, al
fin,
lo que de ellos se nos cuenta está seleccionado y su descripción es
la propia de un escritor que trabaja con los materiales que la
realidad le proporciona. También hay literatura explícita, porque
al proceso de construcción del individuo que emerge ayudan autores
como Kafka, Thomas
Mann o Proust con
Las
cartas a
Milena,
La
Montaña Mágica
o En
busca del tiempo perdido
y otras referencias menores, y música, desde Bach al jazz, siendo el
libro Blue
note
un objeto importante
si no decisivo en el resultado del atentado, y es literatura no solo
porque autores y libros referenciados lo sean sino porque el autor de
este libro los ha escogido con una función literaria.
El
mundo de referencias es abrumador, como lo es la nómina de
personajes y la descripción de los traumas, hasta el punto de que
llega a agobiar, pero ello no impide dejar la lectura porque el
lector necesita salir del mundo líquido a la superficie al mismo
tiempo que el narrador, ser
uno con él, como
si le fuese la vida en ello. Vivir una experiencia como la que vive
el narrador no está al alcance de cualquiera en este tiempo, en los
tiempos brutales del pasado era más común, así
que se nos antoja necesario acompañarlo en el proceso de pérdida y
transformación, aunque
sabemos con Céline que “la experiencia es una tenue lámpara
que ilumina solo a quien la lleva”.
El narrador hace referencia continua al personaje que fue y al que
está hospitalizado, incluso en una
entrevista hace referencia a otras personalidades posteriores.
Cualquiera tiene la impresión de haber sido otro en otro tiempo,
incluso de ser otra persona distinta en diferentes ambientes, aunque
los cambios de traje en una persona común sean casi
imperceptibles.
Lo
que no es el libro es una sociología del crimen o una psicología
del asesino, eso que tanto se encuentra en las novelas o los ensayos
de género, aunque haya menciones al contexto y cargue con amargura
contra los contextualizadores. Por
ejemplo, cuando contrapone como igualmente dañinos el discurso
contra los musulmanes de un pintor que ha sido escudo humano en
Serbia y el de una
edil herida en Nanterre, en la masacre de 2002, que justifica los
atentados con razones sociológicas. También
hay otras
menciones
significativas como cuando deja de ver a Naima, una musulmana
conocida suya que tras el 11S le había dicho: “Estaba todo
previsto. Fue un golpe orquestado por Israel. No puedo decir más,
pero no hay duda...”. Lançon
comenta:
“Naima no era islamista, pero sí musulmana, y yo la veía casi todos los días. No supe qué responderle, porque ya no creía que pudiera convencerse a quienquiera que sostuviera esta clase de discursos, que eran indicativos de una debacle fantasmal de la inteligencia. Dejé de ir a almorzar a su local, pese a que seguí pasando por delante con una punzada en el corazón y sin mirarla”.
Hay
otra
mención importante. La
casualidad hizo
concurrir
en
las mismas fechas la matanza y la
publicación
de Sumisión,
de Michel Houellebecq. El
propio Lançon
iba
a hacer
una reseña para Liberation
y en la redacción de Charlie Hebdo, se estaba hablando de ello antes
de la irrupción de los asesinos. La novela de
Houellebecq
tiene
como
tema central el islamismo. No
faltan momentos duros, amargos, de una tristeza difícil de soportar
y hasta destellos proféticos:
“Mis habitaciones del servicio de estomatología eran mi sanatorio de Davos, y me faltaba poco para pensar que, del mismo modo que la Guerra del 14 ponía fin a la aventura de Hans Castorp, ahora se anunciaba otra guerra, una guerra de la que los islamistas no eran más que un síntoma y que enfrentaría al hombre consigo mismo, una guerra social, sexual, psíquica, ecológica, total, que conduciría en un plazo relativamente corto a la extinción. No había ningún profetismo en lo que creía presentir, tampoco nada de narcisismo, no tenía realmente cambios de humor y por lo demás tampoco se lo comentaba a nadie. Simplemente sentía una compasión silenciosa por aquellos que venían a verme, por su actividad, sus problemas, sus hijos, por mis colegas que seguían escribiendo sus artículos, breves o extensos”.
El
colgajo
nos
habla de la naturaleza humana, de la
experiencia extrema
en la que se ve sumergido un hombre, más allá de su voluntad.
La
importancia de esa experiencia la
resume Lançon
con
una cita del
Sartre de Las
palabras:
“Todo un hombre, hecho de todos los hombres, y que vale lo que
todos y lo que cualquiera.”.
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