De El subsuelo, David W. Wolfe |
"Pensé en lo distinto que era visitar a un científico que está en lo más alto de su profesión y, por ejemplo, a un político o empresario que está en lo más alto de la suya. No estábamos en un ático con vistas, y tampoco había sillones de cuero ni un escritorio enorme de maderas exóticas ni barra de bebidas alcohólicas (a menos que se pudiera dar ese uso a los viejos fregaderos de laboratorio con grifos que goteaban). mientras que un político de primera fila hombres y dentro de una compañía de la lista Fortune 500 lucirían un traje de Armani, Woese llevaba zapatillas viejas de tenis, pantalones caqui holgados y una camisa sencilla de franela remangada. Me gustó aquella humildad porque indicaba esa falta de pretenciosidad que es habitual en las ciencias". (El subsuelo, David W. Wolfe).
Carl
Woese llegó a la biología por casualidad. Era físico cuando alguno
de los físicos, como Linus Pauling, empezaron a hablar de física
molecular. Woesse era un intruso. Woese empezó a buscar patrones
biológicos no observando, no
fiándose
de
lo visible, sino de
lo no visible. Hasta ayer mismo el cosmos era para nosotros lo
observable, incluso los instrumentos diseñados para
aumentar nuestra capacidad estaban
en función de lo visible, ya fuesen telescopios o microscopios.
Pero,
y si lo observable, como la luz visible, no es más que una mínima
parte de la realidad. Vemos, percibimos, ordenamos, representamos. La
vista es nuestro organizador en el trabajo y en el ocio. En biología,
por ejemplo, la Scala
Naturae
de Aristóteles o el Systema
Naturae
de Linneo son abstracciones sencillas de lo visible. El mundo de lo
vivo se organiza en dos reinos, animal y vegetal, que se subdividen
en clase, orden, género y especie. Tuvo que llegar Pasteur, en el
XIX, para reconocer que, como en el espectro de la luz visible, todo
eso no era más que una delgada capa de realidad. Existen los
microbios y estos tienen una importancia capital.
Así que Carl
Woese, el intruso, buscó un método no visual, la genética
molecular, para tratar de comprender aquello que se nos había
escapado. Estudió a
unas raras criaturas
productoras de gas natural, los matanógenos, a
partir
de la organización de los nucleótidos en las moléculas de ARNr,
cuando todavía no teníamos la moderna maquinaria de secuenciación.
Lo hizo aislado, en el laboratorio de la universidad de Illinois, en
Urbana, con procedimientos tediosos, laboriosos, lentos, ajeno al
tiempo y a la posible repercusión, algo parecido a lo que Darwin
había
hecho durante
los cuarenta años que dedicó al estudio de las lombrices. Woese
descubrió que la biomasa del subsuelo es mayor que la de la
superficie calentada por el sol, una nueva biosfera que
podía ser muy profunda
y muy
caliente.
Cuando dio a conocer sus resultados, en
1977,
los popes de la biología de entonces lo desdeñaron. Descubrió un
reino o superreino del que no se tenía noticia, la Archaea, que nada
tenía que ver con los eucariotas o con las bacterias.
A partir de Carl Woese, la representación visual del árbol de la vida ya no puede
ser aquel sencillo árbol bidimensional que hemos estudiado en la
escuela hasta hace poco. Ahora la base es compleja y ya no podemos
hablar de reinos, sino de superreinos o dominios: Archaea, Bacteria,
Eukaria (que incluye a plantas, animales, hongos y protozoos), “toda
la diversidad visible de la vida que vemos a nuestro alrededor, las
plantas y animales multicelulares, está representada por un par de
pequeñas bifurcaciones de una rama, la rama de los eucariotas, del
nuevo árbol universal”. Carl
Woese trabajó como lo hizo otro intruso que
revolucionó la biología con sus lentes de aumento
en el siglo XVII, Leeuwenhock, por eso es uno de los pocos que tiene
el premio que lleva su nombre. Por supuesto no recibió el premio
Nobel.
No
hay vida más notable que la de un científico. Iba a escribir
bondadosa, pero no, aunque en la escala de los valores están a la
par ambos especímenes, científico
y bienhechor, uno
se preocupa por conocer y desentrañar y no necesariamente por el
bienestar de la gente aunque de sus descubrimientos se derive el
bien, cosa que sí ocurre con el altruista que trata de aliviar la
miseria humana. Hay excepciones y egoísmos en ese tipo de hombres,
pero la humanidad les debe casi todo.
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