domingo, 17 de noviembre de 2019

Contrastes


 Bajas hacia el puerto y no acabas de entender la falta de luz, ese apagamiento. ¿Esta es la imagen mustia del paraíso?  Estás justo en el centro, no lucen las calles, los bares, los hoteles, como si hubieses vuelto a los 70, plástico y contrachapado, tulipas en las paredes. Hasta el hotel que me toca en suerte, desangelado, con la decoración del pálido brillo de entonces, la habitación en penumbra, el amplio comedor que baña a sus huéspedes con la luz de una sala de autopsias. 

Por la mañana lo comprendes. El hotel está en el centro, ha ido envejeciendo con sus clientes, alemanes, ingleses, jubilados de aquí y de allá y demás ociosos, por eso no se ha renovado. La luz es otra cosa, el límpido azul del océano y del cielo cuando se entreabre impacta contra el cubo blanco de la casona que se hiergue sobre el puerto. La violenta luz de la mañana hiere mis ojos. Comprendo la posición única del archipiélago, por la noche se rinde a las estrellas.

Pocos comprenden tu pasión por caminar, hasta es motivo de escándalo. No, que por ahí no es, me dice, casi me grita un paisano, y antes una vendedora de viajes, que de ninguna manera, cómo pudiendo llegar antes en coche o en guagua quieres ir andando, con tantísimas cosas que ver. Justamente, digo, quiero ver lo que de otro modo no vería, caminando. Hay muchas casas y hoteles y barrancos y la autopista, simplemente no se puede pasar, dice el paisano. Me empeño. Me acompaña un trecho, mira, me indica el hotel más alto, sobre un cerro, con la forma que tuvieron los seminarios en su época dorada, sube unas escaleras y luego baja y atraviesa una valla, luego serpentea entre las casas y pregunta, me dice, no pares de preguntar. ¿Una hora? Quia, mucho más.

Sigo mi camino a buen ritmo, abro el gps contra el amenazante consejo de la vendedora, a saber por dónde te llevará. El aire está limpio, recién barrido por la lluvia de la mañana. Los colores sin mácula. El arcoiris. 45 minutos, donde el paisano ponía dos horas. Dos chavales murmuran cuando les paso cuesta arriba, parece que no les gusta. La ciudad es hermosa, me recuerda a Cáceres, las casonas, las balconadas, los patios, las calles en cuesta, unos pocos turistas desperdigados. Y al fondo el valle, las nubes abriéndose y cerrando sobre la montaña. La Orotava.

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