domingo, 13 de octubre de 2019

Tu felicidad no es la mía



             Le pregunto si le molesta la música. No responde, aunque noto que algo se mueve en su rostro. Ha sido su manera de proceder, nunca decía si algo no le gustaba, dejaba que los demás impusiesen sus gustos, su protesta era muda. Estamos en el coche de cara al crepúsculo. Le pregunto si le duele la cabeza. Me dice, ya te lo he dicho. Y así es, ya me lo había dicho. Cada vez le cuesta más hacer los movimientos en los que el cuerpo tiene que doblarse o retorcerse, cambiar de posición, incluso cuando se incorpora después de haber estado sentada, se queda encorvada y he de forzarla para que se enderece. Esta mañana, he tenido que ralentizar al máximo sus movimientos para que pudiese alzar una pierna y luego la otra para entrar en la bañera. No la cambié por un plato y ahora que prácticamente no está en casa me cuesta meterme en obras. Le ha costado más salir que entrar, pero encorvada lo ha logrado apoyando sus manos como garras en el grifo y en el borde de la bañera. Hacía más de un mes que no la bañaba. He estado de viaje. He notado la diferencia. He tenido que sobreponerme al olor corporal, más intenso que otras veces. He tenido que frotar con cuidado con la esponja, tenía una herida en el coxis, pero como hace siempre ha podido secarse ella sola por delante. Entrar en el coche no le resulta tan difícil como hacerlo en la bañera. Aún así cuando se dobla queda en el asiento delantero en una posición rara, vencida hacia un lado, cuando le pongo el cinturón. Rodando le he preguntado si estaba cómoda. Me ha respondido que le dolía la cabeza. Lo he achacado al tinnitus, el constante matraqueo que le viene martirizado desde hace tantos años. En la radio, Liszt hacía juegos de agua sobre el piano, una composición relajante, de esas que te recolocan el cerebro estresado. Ha siso cuando le he vuelto a preguntar si le dolía la cabeza, ya te lo he dicho. Me ha sorprendido, porque ya habían pasado unos minutos y doy por supuesto que en ese intervalo ya ha borrado lo anterior. Pero no era así. ¿Acaso su memoria no está tan perdida como imagino? ¿Retiene cosas pero se las calla para no molestar? ¿No estará acaso pensando en el abandono a que es sometida? Le pongo el dorso de la mano en la frente, la temperatura parece normal. Bajo la música hasta casi apagarla. Entonces le hago mirar hacia adelante. El sol se está fundiendo en el horizonte. Reflejos metálicos encienden el cielo en dirección a Valladolid. Anchas franjas de naranjas, ocres y rojos dan un toque fantasmal a lo que queda de tarde. A que es bonito, le digo. Los sonidos que emite son incomprensibles, pero adivino que hay algo de afirmativo en lo que dice. La luz se escurre mientras ella se toca el pañuelo de gasa color turquesa que ciñe su cuello. Ahora siempre parece tener frío.

No he podido compartir con ella ninguno de los apuntes de felicidad que el día me ha ido deparando, y han sido numerosos. Después de bañarla he ido a lo mío, me he despreocupado. No ha sido tiquismiquis a la hora de comer, lentamente ha ido comiendo todo lo que tenía delante, no como otras veces, pero yo estaba a lo mío, fotos, chats, música, viviendo en mundos diferentes, sin poder pasar parte de mis momentos a los suyos. Ha paseado y tomado el sol dos veces, ese sol que la acaricia con dulzura. El resto del tiempo ha estado en el sofá, en el que siempre descansa cuando está en casa. Al llegar a Celada, no he apresurado el paso. El horizonte se iba apagando hacia un azul frío. Por encima de nuestras cabezas la luna iniciaba su fase creciente. He hecho que levantase la cabeza, y mirar.

En la sala una cuidadora agobiada por el trabajo atendía a unos cuantos ancianos. Le he quitado los zapatos, el abrigo, la bufanda. La he dejado sentada en una butaca. La he dado un par de besos y le he dicho como siempre que la varía pronto. Una mujer se quejaba de que se había caído. Me ha pedido que la enderezase en la silla. Lo he hecho, pero no parecía muy satisfecha, como ninguno de los hombres y mujeres que la acompañaban, solos en sus butacas, ausentes, ensimismados. Solos.


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