viernes, 25 de octubre de 2019

Ciudadanía



Tener un discurso propio, una voz que vaya de la observación a la escritura o al habla articulada propia, cómo se consigue. Cuando escuchamos o leemos con atención a alguien que habla o escribe ante nosotros se nos impone la autoridad de su voz, ha ascendido a una tarima o ha interpuesto una pantalla o está opacado por la invisibilidad de las ondas o lo hace desde la infranqueable barrera del papel impreso, y nos calla. Desaparecemos ante quien nos impone su discurso. A fuerza de oír su lógica, el encadenado de sus argumentos, el tono, el ritmo, su manera de decir, nuestra mente copia su mecánica, atrapa y fija sus ideas fuerza, hace suyos sus eslóganes, copiamos y luego en las discusiones de segundo orden que mantendremos los convertimos en memes, como hojas volanderas que caen de un bombardero en guerra. Pero podemos apagar o tachar o cerrar o abandonar el acto. Mientras oíamos o leíamos, algo se encendía en nuestra mente, una contradicción o la derivación de una idea o una ocurrencia. Si seguimos con el libro abierto o atrapados en la perorata del televisor o de la conferencia o del mitin perderemos la oportunidad de la voz propia, de articular un pensamiento propio, de distinguirnos de la masa informe, de ser uno y distinto. Al hacer clic ejercemos nuestra libertad, nos afirmamos como persona, somos ciudadanos.


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