¿De
quién son los cuentos? Pocas cosas debe haber más satisfactorias
que contar un cuento en el cabezal de la cama de un niño. Los oídos
abiertos, los ojos como platos, el niño espera que esa noche se le
presente un misterio. El mundo para él es un tejido del que
desconoce su urdimbre, qué lo sustenta, qué hay por encima y por
debajo de esa tela transparente y opaca al mismo tiempo. Cuando el
cuento brota de los labios del adulto, el tejido son palabras que
surgen y desaparecen en la niebla de la historia, el niño las
cabalga y remonta hacia no sabemos dónde, el adulto queda atrapado
en el eco de un mundo que pudo ser pero que pronto le dio la espalda.
Hay
cuentos que nos persiguen desde la noche de los tiempos, que nos han
contado y hemos contado con ligeras variaciones. De algunos hemos
abusado hasta hacerles perder cualquier significado, a algunos de los
más clásicos la industria del entretenimiento los ha matado. Pero
hay otros, más esquivos, que se resisten a desaparecer y a
entregarse por completo, que vamos encontrando de tanto en tanto como
si quisiesen traernos un significado fresco y nuevo cada vez. Traigo
tres ejemplos, en tres entregas sucesivas. En el primero se entrecruzan
la tradición judeo talmúdica y la sufí musulmana. Hay versiones
breves y extensas, en verso y en prosa, medievales y modernas, estas
aceleradas por la que Jean Cocteau presentó inserta en una novela de
1923. En esta página se hace un buen resumen de algunas de ellas.
He aquí una bastante convencional.
I - Cita
con la muerte
«Había una vez un rico califa en Bagdad que era muy famoso por su sabiduría y su bondad. Un día, el califa envió a su sirviente Abdul al mercado a comprar comida. Mientras Abdul estaba mirando por los puestos del mercado, de repente sintió un escalofrío. Notó que alguien estaba detrás de él. Se volvió y vio un hombre alto vestido de negro. No pudo ver la cara del aquel hombre, porque la tenía cubierta por una tela, pero sí sus fríos ojos. El hombre le estaba mirando fijamente y Abdul comenzó a temblar.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres? -preguntó Abdul.El hombre de negro no respondió.—¿Cómo te llamas? -le interrogó nerviosamente, de nuevo, Abdul.—Yo soy la Muerte -le respondió el extraño secamente, y se fue.Abdul dejó caer la cesta de la compra, se dirigió corriendo al palacio y entró deprisa y corriendo en la habitación del califa.—Lo siento, señor. Tengo que dejar Bagdad inmediatamente -dijo Abdul.—¿Por qué? ¿Qué ha sucedido? -preguntó el califa.—Acabo de encontrarme con la Muerte en el mercado -replicó Abdul.—¿Estás seguro? -le interpeló el califa.— Sí, completamente seguro. Estaba vestido de negro y me miró fijamente. Voy a ir a la casa de mi padre en Samarra. Si voy ahora mismo, estaré allí antes de la puesta del sol - dijo Abdul.El califa notó que Abdul estaba aterrorizado y le dio permiso para ir a Samarra.El califa estaba perplejo y no entendía nada de aquel asunto, pero, como tenía mucho cariño a Abdul, se enfureció mucho porque su criado había sido atemorizado por el extraño del mercado. Entonces decidió ir allí a investigar aquel oscuro asunto. Después de un rato, el califa encontró al hombre de negro y le increpó:—¿Por qué atemorizaste a mi sirviente?—¿Quién es vuestro sirviente? -le respondió el extraño.—Su nombre es Abdul -contestó el califa.—Yo no quería atemorizarle. Estaba sorprendido de verle en Bagdad - replicó la Muerte.—¿Por qué estabas sorprendido? -preguntó el califa.—Estaba sorprendido porque esta noche tengo una cita con él en Samarra».
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