martes, 1 de octubre de 2013

Heydrich, el verdugo de Hitler

            Leyendo la biografía de Heydrich, descubro unas cuantas cosas: el nazismo fue una combinación de gárrulos fanatizados, los dirigentes nazis que, en general no tenían formación profesional o académica, y de personas capaces, y estos sí bien formados intelectual y profesionalmente, las élites de las SS –la policía secreta, Gestapo y SD-, la mitad de los participantes en la conferencia de Wannsee, por ejemplo, donde se decidió la definitiva solución final, una combinación de trabajo forzado y asesinato en masa. Heydrich, entre ellos, tenía un doctorado, una obediencia ciega al líder, hasta el punto de avanzarse a sus deseos o de preverlos y una ideología que, una vez tomado el poder, se radicaliza al no tener ninguna oposición y competir unos organismos y personalidades con otros dentro del sistema nacionasocialista. No sé si estamos vacunados para que algo parecido no vuelva a repetirse. De hecho, en Europa, no hace mucho, se ha producido el desastre de la desintegración de Yugoslavia con un odio étnico que les asemejaba a los nazis y en la actualidad todos conocemos la expansión del nacionalismo y no sabemos qué podría ocurrir si alguno de los nacionalismo alcanzase el poder sin oposición en uno de los países que quieren independizarse. El odio, la radicalización, la exclusión, la persecución, encarcelamiento, tortura y muerte no es una cosa que viene de golpe sino que es un proceso sin control y sin oposición.

            Los desplazamientos de población, el internamiento en campos, la muerte por hambre, los fusilamientos, el genocidio planificado, no estuvieron ahí desde el principio, en el mundo nazi, fueron políticas que nacieron y crecieron sobre la marcha, según las necesidades de cada ocasión, según el entender de los líderes nazis. La solución final al problema judío fue cambiando de significado a medida que los nazis se vieron desbordados por las consecuencias de sus propios presupuestos ideológicos: primero consistió en hacer emigrar a los judíos fuera de Alemania, después, ampliado el Reich a Austria y Checoslovaquia,, en desplazarlos hacia el este, en los márgenes del Reich y también el irrealizable proyecto de llevarlos a Madagascar, más tarde, cuando sumaron enormes poblaciones de judíos al conquistar Polonia, empujarlos hacia la parte ocupada por los soviéticos, llevándolos a lugares que no reunían las condiciones para sobrevivir, y, cuando se inicia la operación Barbarroja, la guerra contra la Unión Soviética, el desplazamiento forzoso casi imposible y las matanzas masivas por fusilamiento a cargo de los Eizantgruppen de la SD de Heydrich, y, por fin, cando el número de judíos sumados tras las conquistas de los territorios del este era inabordable para concentrarlos en un territorio, la planificación de su exterminio. 
            “A pesar de su impulso a la germanización de Europa central y oriental, Heydrich era plenamente consciente de que su completa realización debía aguardar hasta la victoria de la Wehrmacht sobre el Ejército Rojo. Desde un punto de vista logístico, era sencillamente imposible expulsar, reasentar y asesinar a unos treinta millones de eslavos en el este de la Europa conquistada mientras, a la vez, en los campos de batalla se estaba librando una guerra contra una alianza de enemigos superior en número. La destrucción de los judíos europeos, una comunidad mucho más pequeña y más fácilmente identificable, planteaba muchos menos problemas logísticos”. 
            “Si el propósito general de la cúpula de las SS era desencadenar un programa sin paralelo hasta ese momento de expulsiones y exterminaciones en los antiguos territorios de la Unión Soviética, una embestida genocida que —según las estimaciones discutidas al comienzo de la guerra— mataría a unos treinta millones de antiguos súbditos soviéticos, la puesta en práctica de este vasto programa de exterminio dirigido contra toda la población nativa de Europa oriental seguía siendo absolutamente utópica en el verano de 1941. Resultaba sencillamente imposible arrasar las grandes ciudades rusas hasta los cimientos, fusilar a treinta millones de personas o cortar sus suministros de alimentos y hacer que muriesen de hambre, corriendo el riesgo de serios disturbios en las áreas afectadas”. 
            El proyecto nazi fue una utopía –distopía- irrealizable, construir un paraíso para los alemanes –Edén- a costa de otras poblaciones a las que había que desplazar o liquidar. Como la ideología se impuso al sentido de la realidad, las mentes nazis maquinaron soluciones que iban improvisando para hacer realidad lo imposible. Si pudieron experimentar con su pragmatismo criminal fue porque no encontraron oposición: la interior se la habían cargado en los años previos a la guerra, concentrando o asesinando a los líderes socialistas, comunistas, católicos, judíos; la exterior, porque los países enemigos estaban centrados en el esfuerzo bélico.

            Iluminado por el faro de la ideología nacionalsocalista, el asunto de la raza era una de sus directrices. Heydrich programó un inventario racial del protectorado y del este de Europa. Para los alemanes las tierras conquistadas del este habían de convertirse en el Edén germano, para ello debían expropiarse tierras y expulsar o aniquilar a las razas inferiores, eslavos, judíos  gitanos: 
            “La solución de Heydrich a la «cuestión checa» formaba parte de un discurso nazi más amplio acerca de qué hacer con los eslavos no germanizables diseminados por toda Europa oriental. Según las estimaciones de los planificadores demográficos de las SS, al menos cuarenta millones de personas habitaban las regiones designadas para la germanización, de las cuales se consideraba racialmente indeseables a más de treinta millones. Esto incluía a un asombroso ochenta por ciento de la población polaca, el sesenta y cuatro por ciento de bielorrusos, setenta y cinco por ciento de ucranianos y la mitad de los checos. Incluso dentro del círculo más reducido de planificadores demográficos de las SS, seguía siendo una incógnita el destino exacto que aguardaba a estas poblaciones eslavas no deseadas”.
            Toda biógrafo establece algún tipo de empatía con su personaje, pero aquí es imposible. Robert Gerwarth describe a Heydrich, habla de sus preferencias, de sus gustos, pero siempre con los guantes puestos.

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