viernes, 5 de diciembre de 2008

No necesitamos los huesos para para saber qué ocurrió. Sólo los niños necesitan ver los huesos

Comprende Jorge M. Reverte, y acaso con razón, que se pueda decir que así como la República era un régimen democrático entre cuyos apoyos había muchos asesinos, el movimiento que dio paso a la rebelión franquista se puede definir como un sistema criminal al que también apoyaban personas decentes. Es un interesante punto de vista, como lo es sostener que los historiadores, y su interpretación de los hechos, fueron franquistas en los años cincuenta y republicanos en los años posteriores. Cualquiera que haya hecho historia en esos años lo puede atestiguar. ¿Es esta la generación que puede afrontar la realidad sin obediencia de partido?

Al contrario que con las fosas abiertas y cerradas -por la ley de la Memoria Histórica-, se podría sostener que hay hechos desenterrados y enjuiciados -las brutalidades de Franco, Queipo, Mola, la Falange...- y hay otras responsabilidades que aún quedan por establecer. Por ejemplo, las de la Internacional Comunista en las decisiones que condujeron a la matanza de Paracuellos, con la colaboración personal y material necesaria de miembros de la dirección del PCE, pero también Andreu Nin y otros numerosos casos. Dice J. M. Reverte:

Sin embargo, permanece en el aire una opinión generalizada que atribuye inocencia en torno a las posiciones de otros grupos políticos que, a lo más, cargan con la culpa de haber practicado una violencia ciega, espontánea y de respuesta, pero nunca de haber desarrollado esa violencia de forma científica y genocida. Dirigentes anarquistas y del POUM son, por lo general, los beneficiarios de esa benévola opinión generalizada.
Basta leer la prensa de la época para comprobar que desde Solidaridad Obrera o La Batalla se hacían llamamientos directos al exterminio de religiosos o de burgueses. Hay incluso testimonios que avalan que la FAI, la rama pistolera del anarquismo, tenía en Barcelona un plan sistemático de eliminación de personas antes de que se produjera la sublevación del 18 de julio de 1936.
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Igualmente interesante es la opinión de Barbara Probst Solomon, famosa por su colaboración junto a Paco Benet, 1948, en la célebre fuga de Cuelgamuros  de Manuel Lamana y Nicolás Sánchez Albornoz, condenados a trabajar en el Valle de los Caídos.
"Es un asunto delicado [la ley sobre la memoria histórica], pero si algo aprendí durante el juicio a Klaus Barbie es que mientras él permanecía inmutable algunas víctimas sufrieron ataques al corazón al recordar. Fui crítica en aquel momento como lo fui ante Claude Lanzmann, que llevó demasiado lejos algunos de los testimonios de su película Shoah. Las víctimas construyen una defensa para sobrevivir y a veces reconstruir su memoria es matarles otra vez. No debemos caer nunca en la amnesia histórica, pero ¿tenemos derecho a destruir otra vez a las víctimas? No necesitamos los huesos para para saber qué ocurrió. Sólo los niños necesitan ver los huesos. No sé, a mí todo esto me recuerda a Franco y su brazo incorrupto de santa Teresa".

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