Friedrich Ritter y Dora Strauch querían una vida propia y autosuficiente lejos de la civilización. Abandonarnos a sus parejas y radicaron su Edén en una isla de los Galápagos, la inhóspita Floreana. Era después de 1929, uno de los peores momentos de Europa, entre las dos grandes guerras, una tremenda crisis económica. Friedrich tecleaba furioso en su máquina de escribir el mundo ideal que quería construir. Nietzsche, Schopenhauer, un huerto, unas gallinas y un burro. Eran vegetarianos. Dora Strauch, asediada por su enfermedad - esclerosis múltiple - le acompañaba crédula.
Alguien contó su historia y salió en los periódicos alemanes. Se hicieron famosos. La fama atrajo a otra familia, los Wittmer. Huían de la miseria alemana del 29. Les acompañaba un hijo tuberculoso. Los Ritter no se mostraron amistosos. Todo estaba por hacer en la isla. Había que construir vivienda, buscar agua, cultivar en campos que había que preparar.
Poco después llegó una baronesa austriaca de pega, acompañada de una corte de hombres. Eloise quería construir un hotel lujoso en la isla. Cada uno tenía su propia imagen del paraíso. No coincidían. Pronto chocaron unos con otros. La convivencia se tornó hostil, con luchas por los recursos limitados y disputas de personalidad.
Hubo muertes, desaparecidos y cuerpos momificados encontrados más tarde. Se escribieron libros, documentales, películas. Ahora se estrena la última, Edén, en Amazon Prime.
La historia es potente, individuos en el límite. Actores conocidos, Jude Law, Ana de Armas, Sydney Sweeney. Un director reconocido, Ron Howard. A veces la realidad nos supera y no cabe en un guion. Quizá no es una gran película, pero la historia real que hay detrás merece la pena.

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