jueves, 6 de noviembre de 2025

Fuentidueña. VETERR

 


1. VETERR


El día está nublado y frío. No es lo mismo que comenzar una historia bajo el auspicio del sol.  Aquel día de finales de mayo el sol era una radiante promesa. Había una praderilla y un arco bajo el puente por el que pasaba un manso Duratón, el más soleado de los tres arcos que construyeron los romanos bajo la calzada que unía Segovia con Numancia.

 

Fuentidueña, tras dejar el cañón del río Duratón: La iglesia románica de San Miguel, los capiteles y canecillos, la muralla perimetral, la puerta de Alfonso VIII. Me recuerdo recostado, somnoliento y feliz. Hay un instante en el que el tiempo se detiene y alcanza la eternidad. Uno querría permanecer por siempre en ese instante. 

 

Sin embargo, poco después, en el paseo por los alrededores, junto a la tapia del convento de San Francisco, una bastarda buscaba el sol y serpeaba entre la hierba en busca de refugio, como si el otro tiempo, el tiempo entrópico, me despertase de la ensoñación. 

 


El tiempo que ya se fue, cuyo rescoldo aparece torpemente - CONIUGIS y VETERR - en la lapidaria romana de dos imágenes captadas en la tapia del convento, doblemente arruinadas por el fin de Roma y la disposición de Mendizábal en la tercera década del siglo XIX. En todo comienzo está inscrita la despedida: el cónyuge que dice adiós y se prepara para olvidar; el veterano cuya vida pasó.

 

Uno aplica un molde a la realidad - no debe ser muy diferente al hexágono con que las abejas melíferas construyen su panal – y busca lo que mejor encaje en él. Solo los sueños encajan a la perfección.


Este relato era el comienzo de una historia, pero en su comienzo estaba su final. Fin.

 


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