viernes, 6 de junio de 2025

Qué les debemos

 

 


No puede bastar con ser espectadores. El mundo moderno se funda sobre el individuo. Un sujeto libre y autónomo que pide derechos en concordancia con los deberes que se le exigen. En la sociedad antigua solo tenía obligaciones: labrar la tierra, trabajar en el taller, pagar peajes, obedecer a la autoridad, asumir los códigos morales y religiosos que dominaban el orden social. No tenía otra vida que la obediencia.

 

Las cosas cambiaron cuando el hombre se dio cuenta de que era un ser para la muerte. Que no había recompensa que gratificase su bondad. Desde que nacía estaba condenado. Por qué tenía que respetar a la autoridad si esta aparecía como impuesta. La creencia basada en apuntalamientos se vino abajo. La autoridad solo es aceptable si en ella se integra la voluntad de todos y cada uno de los ciudadanos. Si el poder respeta mi autonomía y libertad yo le concederé por un tiempo el beneficio de la duda. 

 

La autoridad posmoderna nos ha hecho creer que teníamos derechos a cambio de nada. No contabiliza deberes, al menos no en la retórica discursiva. Cualquiera, si pertenece a un colectivo o si se presenta como víctima, tiene derechos exclusivos. El derecho asociado a la libertad y la autonomía del individuo como reverso de sus obligaciones se ha ido degradando, puesto que los deberes han desaparecido de la retórica política. El derecho ya no es una concesión de la autoridad, tampoco la contrapartida de un deber, sino un privilegio que se otorga a sí mismo aquel que, con razón no sin ella, se considera maltratado o minusvalorado.

 

En eso consiste la retórica posmoderna que ha llevado al poder a los dirigentes populistas. Ellos tampoco tienen deberes, el primero dar cuenta de sus actos. Los ciudadanos ocupados en sus derechos, en sus privilegios, pues todos creen tenerlos, no están en condiciones de pedir responsabilidad a la autoridad, pues asumen que nadie tiene autoridad para exigirles que cumplan con sus deberes.

 

Si la autoridad se ha convertido en mera representación sin obligaciones es porque a todos nos ha convenido. Derechos tienen los inmigrantes recién llegados y los nativos, el hombre que trabaja y el que no trabaja, el artista con obra y el que no compone, el desahuciado y el obrero liberado, el amigo o el pariente del poderoso, el miembro del partido, el viajero, el pensionista varios años más allá de lo que ha contribuido, sin que en todos los casos queden claros los deberes que esos beneficios comportan. Los beneficios deben hacerse con arreglo a la ley y como contrapartida de obligaciones. La autoridad es irresponsable porque cada uno de nosotros lo somos. Un bucle del que nos costará salir, pero del que hemos de salir.

 

No todo el mundo acepta la autonomía ni la libertad que pueda cobrarse. Muchos, si no la mayoría, prefieren ser deudores. Quedar en deuda con quien les beneficia a cambio de de pasar inadvertidos, reclinados en la irresponsabilidad. Pasa de mí ese cáliz, quédate con el poder y haz lo que quieras, pero deja reclinarme, aplaudiré tus ocurrencias y cerraré los ojos ante tus desmanes.

 


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