No puede bastar con ser espectadores.
El mundo moderno se funda sobre el individuo. Un sujeto libre y autónomo que
pide derechos en concordancia con los deberes que se le exigen. En la sociedad
antigua solo tenía obligaciones: labrar la tierra, trabajar en el taller, pagar
peajes, obedecer a la autoridad, asumir los códigos morales y religiosos que
dominaban el orden social. No tenía otra vida que la obediencia.
Las cosas cambiaron cuando el hombre se
dio cuenta de que era un ser para la muerte. Que no había recompensa que
gratificase su bondad. Desde que nacía estaba condenado. Por qué tenía que
respetar a la autoridad si esta aparecía como impuesta. La creencia basada en
apuntalamientos se vino abajo. La autoridad solo es aceptable si en ella se
integra la voluntad de todos y cada uno de los ciudadanos. Si el poder respeta
mi autonomía y libertad yo le concederé por un tiempo el beneficio de la
duda.
La autoridad posmoderna nos ha hecho
creer que teníamos derechos a cambio de nada. No contabiliza deberes, al menos
no en la retórica discursiva. Cualquiera, si pertenece a un colectivo o si se
presenta como víctima, tiene derechos exclusivos. El derecho asociado a la
libertad y la autonomía del individuo como reverso de sus obligaciones se ha
ido degradando, puesto que los deberes han desaparecido de la retórica
política. El derecho ya no es una concesión de la autoridad, tampoco la
contrapartida de un deber, sino un privilegio que se otorga a sí mismo aquel
que, con razón no sin ella, se considera maltratado o minusvalorado.
En eso consiste la retórica
posmoderna que ha llevado al poder a los dirigentes populistas. Ellos tampoco
tienen deberes, el primero dar cuenta de sus actos. Los ciudadanos ocupados en
sus derechos, en sus privilegios, pues todos creen tenerlos, no están en
condiciones de pedir responsabilidad a la autoridad, pues asumen que nadie
tiene autoridad para exigirles que cumplan con sus deberes.
Si la autoridad se ha convertido en
mera representación sin obligaciones es porque a todos nos ha convenido.
Derechos tienen los inmigrantes recién llegados y los nativos, el hombre que trabaja
y el que no trabaja, el artista con obra y el que no compone, el desahuciado y
el obrero liberado, el amigo o el pariente del poderoso, el miembro del
partido, el viajero, el pensionista varios años más allá de lo que ha
contribuido, sin que en todos los casos queden claros los deberes que esos
beneficios comportan. Los beneficios deben hacerse con arreglo a la ley y como
contrapartida de obligaciones. La autoridad es irresponsable porque cada uno de
nosotros lo somos. Un bucle del que nos costará salir, pero del que hemos de
salir.
No todo el mundo acepta la autonomía
ni la libertad que pueda cobrarse. Muchos, si no la mayoría, prefieren ser
deudores. Quedar en deuda con quien les beneficia a cambio de de pasar
inadvertidos, reclinados en la irresponsabilidad. Pasa de mí ese cáliz, quédate
con el poder y haz lo que quieras, pero deja reclinarme, aplaudiré tus
ocurrencias y cerraré los ojos ante tus desmanes.
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