viernes, 20 de junio de 2025

El Estado y el sumidero

 


 

El Estado es una estructura enorme que organiza controla y condiciona buena parte de la vida de los ciudadanos. En el Estado totalitario nada queda al albur: la vigilancia es asfixiante. El temor se instala en la vida de la gente. Uno se convierte en vigilante de las propias acciones; muchos también de las vidas de los demás. Un estado policial. 

 

En el Estado liberal el margen para la vida propia es mayor, sin embargo, muchos aspectos de la vida están bajo control. Aceptamos por nuestra seguridad que existan policía y ejército. Que nos detraigan parte de nuestras ganancias para que el Estado funcione; también para que se encargue de distribuir una parte de la riqueza nacional que tienda a un equilibrio entre poderosos y desposeídos, ricos, pobres y medianos. Los impuestos y la hacienda pública se nos aparecen como algo necesario.

 

El Estado totalitario es corrupto por naturaleza. Su Promesa es la Unión, la Seguridad o la Igualdad absolutas. Muchos ponen su fe en esa promesa imposible. Del mismo modo que los principios prístinos derivan en una cascada de corrupciones: moral, política, económica y social convirtiendo al Estado en una cárcel, los creyentes se convierten en informadores implacables, si hace falta de sus propios padres, entregados a la fe. 

 

En el Estado liberal la corrupción depende más de la naturaleza humana que de la estructura del sistema. Muchos se convierten en servidores públicos para tener un modo de vida. ¿Cuántos van más allá para dejarse corromper o para corromper ellos mismos?

 

Individuos que planifican una vida política para enriquecerse personalmente. Jueces que no se conforman con aplicar la justicia. Médicos y profesores que no les basta con recibir su salario. Funcionarios que haraganean. ¿Cuántos cumplan con la función que se les asigna y por la que se les paga? ¿Cuántos periodistas de los medios públicos buscan la verdad?

 

El peligro del Estado liberal es que una élite se apodere de un partido y este, utilizando el arma poderosa de la Promesa, se haga con el Estado corroyéndolo con alguna de las diversas formas de la corrupción: la ideológica - poseemos la verdad -, la moral - nuestros oponentes son malvados -, la cínica - predicamos para enriquecernos bajo mano -, o todas juntas, que es lo más habitual.

 

Hay que partir de la idea de que ninguna obra humana es perfecta, que siempre está mutando, pero tiene que haber límites que no se deben sobrepasar y que si se sobrepasan deben ser castigados de acuerdo a la ley. También que la élite no pueda modificar la ley a su antojo y conveniencia. El funcionamiento del Estado se asemeja a un encaje de bolillos. Si las piezas no encajan derivará fácilmente en Estado totalitario.

 

En teoría el propio Estado crea controles: interventores, inspectores, fiscales, jueces, en última instancia. ¿Cumplen estos su función? Me gustaría conocer el porcentaje de quienes cumplen. Si dejamos de fiarnos del Estado la sociedad desaparece por el sumidero.

 


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