Al final del penúltimo capítulo de la serie Blue
Lights un niño listo consigue la clave de una caja fuerte y comienza a
juguetear con una pistola. Casi sin querer dispara a través de la ventana de su
casa con tan mala suerte que la bala entra en un coche patrulla que pasaba por
allí. El niño ha idealizado a su tío, un antiguo combatiente en Afganistán,
quien había guardado la pistola en la caja fuerte.
La serie se centra en una comisaría de policía de
Belfast. El fondo mezcla las enconadas enemistades entre viejos activistas
lealistas y católicos con el mundo de la droga y la delincuencia en la que
algunos de ellos han caído.
La serie es entretenida, como todas las británicas,
aunque algo torpe en la realización y en la interpretación. Se hace aburrida
cuando se enreda en tramas amorosas entre policías: no hay feeling erótico
entre ellos. El mayor interés lo ofrecen los dilemas morales que presenta, como
no lo hacen las tropecientas series que nos llegan de América o de nuestro
propio país.
Aquí el principal se juega en torno al niño listo. Su
tío tiene buenas intenciones, acabar con la violencia que ha infectado la
ciudad, pero lo hace sin sacudirse el espíritu violento que aprendió en la
guerra y que utiliza para acabar con las malos. La bondad y la violencia no
pueden ir de la mano, es el mensaje. Su consecuencia es el fin de la inocencia
representada por el niño.
Sin embargo, los guionistas no son del todo atrevidos.
En el último capítulo sabremos que el niño ha disparado al coche de policía,
pero no ha matado a nadie. Y más, la parte decente de la policía sabrá
rescatarlo del peligro en el que había caído. Hubiese sido más realista que un
policía hubiese muerto y el Estado hubiese tenido que tomar medidas con
respecto al niño.
Blue lights
es una serie británica, con eso, con que sea británica bastaría para poner el
foco en ella. De momento tiene dos temporadas con seis capítulos cada una.
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