Pocos placeres como levantarse con el día, ponerse a caminar cuando despunta el alba: los caminos vacíos, algún perro ladrador a lo lejos, oliéndome al paso, la escarcha en los prados, y qué mejor tiempo que este, sin frío ni calor. Una delicia comenzar el día viendo como las nieblas se levantan y ascienden y el camino silencioso todo para mí.
Lo que peor llevo es encontrar sitio para dormir. Hoy pensaba dormir en Portilla de la Reina para acercarme a Espinama, pero el albergue está cerrado. Por lo que se ve los albergues están haciendo vacaciones, ahora en octubre, antes del puente de noviembre. Total que he estado en Google media hora buscando por los pueblos de alrededor un albergue o un hotel, al final he encontrado el hotel San Glorio en Llánaves de la Reina. No sabía el sufrimiento que me esperaba.
Al salir de Crémenes he preferido ir por la carretera en vez de por el camino que surca la ribera del otro lado del río. Era de noche a oscuras, después de lo que me contó una de las hermanas de la casa rural de Crémenes, su encuentro con un oso y otro que había atacado una ambulancia de la Cruz Roja con sus garras alzadas, me lo he pensado. He esperando a que clarease para cruzar de la carretera al camino en Las Salas donde sigue la calzada romana.
La calzada romana en esta zona, no como la de ayer, está bellísima. Voy pisando las hojas secas de robles y hayas, la escarcha nocturna empapándome botas y pantalón. De tanto en tanto aparecen poemas, en plaquetas acristaladas, dedicados a la tierra, supongo que de poetas locales.
Tras atravesar los túneles aparece el pantano de Riaño entre nieblas, los picos emergiendo, el otoño en pleno esplendor. Al pasar por Horcadas literalmente llovía: el agua acumulada durante la noche en las hojas de los árboles.
Todo bien hasta que en Riaño el día se tornó infame. Comenzó una tirada kilométrica de asfalto. Todo asfalto hasta Portilla de la Reina, salvo unos pocos kilómetros entre Boca de Huérgano y Barniedo. Probablemente no he hecho una caminata peor o no la recuerdo. La carretera interminable, los pies me ardían, con ampollas bajo los dedos. Era un caminar sin que el fin apareciese, convertido en máquina sin pensamiento ni emociones. He comido junto a la ermita de San Tirso, poco antes de llegar a Boca de Huérgano. Ahí he parado en un hostal con la intención de quedarme. Pero el padre y el hijo que lo regentan tienen una facha de película de morgue. Les he hecho preguntas sobre lo que me quedaba: su respuesta ha sido darme un mapa viejo de los Picos desde Asturias. He preferido marcharme y hacer los 17 km que me quedaban. Al llegar derrengado a Portilla he ido a la casa rural pensando que, siendo domingo, a pesar de que me habían dicho que no había plazas, quedase alguna. La casa estaba vacía; he llamado y la mujer me ha dicho, desde Riaño, que la tiene ocupada, lo cual a toda evidencia no era cierto. He ido a un bar lamentándome ante la concurrencia. Y entonces se ha producido el milagro. Los que departían se han ofrecido a llevarme a Llánaves, donde está el hotel en que voy a dormir esta noche. No sé cómo hubiese podido llegar de otro modo a Llánaves. Ya eran las 6:30 de la tarde y quedaban cinco km. Mi cuerpo no me respondía. Pero ahí no acaban mis desgracias. No puedo llamar a Espinama porque Vodafone no tiene cobertura. Puedo enviar un mensaje con el wi-fi del hotel: la respuesta, el albergue está cerrado, como todos los albergues de este maldito camino, excepto el primero de Gradefes. Tampoco me puedo comunicar con los hostales; ya ni sms puedo enviar.
Ayer en uno de los pueblos de Rueda antes de llegar a Cistierna, me senté en un banco de piedra pegado a la fachada de la iglesia para descansar y comer un plátano. De frente, de una casa de dos pisos con jardin salió un hombre, inspeccionó la mañana y el jardín, sin levantar los ojos para verme. Luego, al poco, entró en casa y entonces, en el balcón de la segunda planta, apareció una mujer vestida con tonos rojos apagados. Poco después apareció una vieja algo encorvada. Como sucedía en una fachada plana y blanca, sin adornos, yo tenía la impresión de asistir a una representación de guiñoles. Tampoco alzaron la vista para verme aunque creo que eran conscientes de mi presencia. La mujer más joven aunque de rostro arrugado dijo algo, señalando al jardín. La vieja hizo un 'no' sonoro y después una explicación. Luego todos se recogieron en el interior en la casa, la última en entrar, la vieja arrastrando los pies, cerrando la puerta ventana, tocando los perfiles, comprobando que todo estuviese en orden.
En el restaurante de la casa rural donde me alojé anoche tuve la mala suerte de coincidir en un pequeño comedor con una compañía de cazadores. Cuando llegué estaban a los postres y algo bebidos, por lo que no conversaban sino que gritaban enfadados unos con otros. Me atendía una joven, hermana de otras tantas mujeres que llevaban la casa y el restaurante, con la peculiaridad de que llevaba un parche en el ojo a la vieja usanza de los piratas. Era guapa pero parcheada. Todas las hermanas eran amables.
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