A finales de la década de los 20 y en la siguiente muchos artistas, futuristas la mayor parte, transitaron desde el partido Socialista hacia el fascismo porque creyeron que este era la avanzadilla del progreso. Pasaron de la sección de arte de Avanti!, el órgano del partido Socialista, o de crear revistas como La difesa delle lavoratrici a Il Popolo d'Italia, órgano periodístico del Duce o a Gerarchia, la revista de teoría política fundada por este. En 1925, muchos de ellos firmaron el Manifiesto de los intelectuales fascistas. Y lo refirmaron en años sucesivos.
Se celebraron congresos, se firmaron manifiestos, apoyados por la mayor parte de los intelectuales y artistas italianos. Eescritores: Marinetti, Pirandello, Curzio Malaparte, Ungaretti… Pintores y escultores: Carrà, Licini, Prampolini, Radice, Cralio o Arturo Martini que dibujaban a Mussolini como un César o un Augusto en pose clásica de arringatore (orador). Arquitectos como Antonio Sant'Elia, que crearon grandes monumentos fascistas y cineastas que trabajaron en los grandes estudios de Cinecittà para competir con Hollywood. Algo parecido sucedió en la Francia de Vichy (Le Corbusier, p.e.), en España o en Portugal. El fascismo no solo era lo moderno, también lo popular.
“El Fascismo es un estilo de vida, ninguna fórmula conseguirá expresarlo completamente y tanto menos contenerlo (…) en el estado Fascista el arte debe tener una función social: una función educadora (…) El estilo de la Pintura Fascista tendrá que ser antiguo y al mismo tiempo novísimo”. Escribió en 1933 Mario Sironi, un pintor muy elogiado por Picasso.
Una gran exposición en el Museo de Historia de Alemania, en Berlín, explica la historia de muchos artistas modernos que hicieron lo propio en el país germano, fueron vanguardistas, trabajaron para el régimen nazi, si este no les prohibía como Entartete Kunst o arte degenerado, y luego para la democracia cristiana en la posguerra.
Sucede en todas las épocas que los artistas se convencen de que son modernos, que están en la vanguardia, y que luchan mejor que nadie por el progreso del país y de la gente. Y se ponen de parte del poder en contra de los humildes y desfavorecidos. No sucede ahora de modo diferente. Y quiénes se creen modernos son en realidad los más reaccionarios.
Qué ha seducido a nuestros hombres de izquierdas del nacionalismo: ¿la atracción húmeda de la violencia que ejerció Eta durante décadas, sin grave riesgo para sus vidas, con una sociedad que les vitoreaba cuando mataban?, ¿la movilización de masas en la parte catalana del nacionalismo, año tras año, una violencia simbólica contra los cuerpos extraños?, ¿el aire festivo de esas movilizaciones que parecía que en cualquier momento iban a iniciar una revolución?, ¿contra quién?, ¿el recuerdo del 14 de abril de 1931? Ahí sigue esa izquierda de las emociones, hermanada con Bildu, con Puigdemont y con Erc, tan alejada de los jóvenes mal educados y sin empleo, de las clases populares desatendidas y con oscuras sombras en el horizonte.
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