
La trama gira en torno a
la relación de este hombre con Mark Schultz (Channing Tatum), que ya había sido
medallista en las Olimpiadas de Los Ángeles. Mark ve la ocasión de distanciarse
de su hermano Dave (Mark Ruffalo), de quien ha dependido desde niño tras la
desaparición de sus padres, cuando John le inviata a su mansión para entrenarse y formar un equipo de lucha. Narra la oscura dependencia, de amor odio,
entre ambos personajes, entre el rico y estrambótico mecenas y Mark, una mente
infantil atrapada en un físico portentoso. Sendas interpretaciones tienen mérito
pero la de Steve Carrell es genial, única en su género, alguien que desde el
primer momento se nos hace repelente, insoportable la densa rareza de su
personaje, su físico, su voz, sus movimientos, su mirada, su figura, que
encierra una otredad que nos cuesta situar en unas coordenadas, un personaje al
que sólo su inmensa riqueza hace que pueda tener una relación con los demás. Se añade el extraño asunto de la adquisición de una ametralladora, que sólo al final adquirirá sentido. Como
contraste la personalidad de Mark, incapaz de comprender y controlar lo que
sucede, solo, dependiente de su hermano para enfrentarse al mundo y, ahora, en
manos de ese extraño. Pero tan buena como los actores es la dirección de Bennett
Miller. Entrar en esta peli es entrar en un cuarto oscuro y misterioso, el
director nos atrapa como a moscas atraídas por el olor dulzarrón de la
descomposición. El anticlimax se alcanza cuando John du Pont entra en contacto
físico con Mark en las escenas de lucha entre los dos. Queremos marcharnos,
abandonar esos miasmas pero nos intriga el significado último de la
personalidad de ese rico heredero obsesionado por la lucha libre. Miller es tan sabio como para no darnos una interpretación, para que seamos los espectadores los que vayamos construyendo. Una película
fascinante.
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