sábado, 28 de septiembre de 2024

El tiempo estaba quieto pero ya se iba (Palermo)

 


La historia comienza con el despertador devolviéndome la realidad: la mujer y el hermano del presidente; Puigdemont, el saltimbanqui; Maduro que sigue a pesar de todo; Israel, de Gaza al Líbano y a los dispositivos explosivos de Hezbollah; de Kamala a Trump, El cuerpo contracturado, la rodilla izquierda quejosa.


El avión me deja a las tantas en los bancos mullidos de un Burger King madrileño hasta las 7'30 de la mañana en que me recoja un ALSA para devolverme al ruido y la nada. Una de las cosas que has de aprender es que existen dos mundos: el del ruido, con la nada que te envuelve como el agua del océano a los peces, y el de la paz interior que solo se consigue con el diario esfuerzo de desintoxicación.



La tarde anterior, desde un escalón sobre la playa, el manso mar se extendía como una sábana sin pliegues, moteada por unos pocos veleros. Unos cuantos hombres y mujeres, unos lánguidos, otros con las manos enlazadas, miraban en el horizonte azul la quietud que podría resumir una vida feliz. Y otros, ya mayores, detrás, congregados en torno a la música, iniciando con torpeza, una danza gimnástica. El tiempo estaba quieto pero ya se iba. Estamos condenados a no quedarnos en el instante que nos ha hecho felices.



El último día, buscando un remanso de paz lejos del alocado tráfico de Palermo, se había ido en el botánico de la Università degli Studi, no muy grande, con un conjunto de plantas tropicales y, sobre todo, un enorme ficus, una población en sí mismo, un Ficus magnolioides importado de Australia, que constituye su símbolo.



Y antes, de mañana, la catedral y el Monasterio benedictino de Monreale, en la cima de un monte no muy lejos de Palermo, ambos entre los mejores ejemplos del arte normando. Los normandos, que llegaron en el siglo XII, dejaron su huella en distintos puntos de Sicilia. En el claustro del monasterio hay que detenerse en los capiteles historiados que con detallismo van explicando historias del Antiguo y Nuevo Testamento con incursiones en el bestiario medieval. Las columnas que los sostienen están decoradas con mosaicos de colores, huella de la influencia bizantina, así como en los arcos que los unen queda la mano de los canteros árabes. La monumentalidad siciliana está tejida, como en buena parte la española, de culturas y técnicas que se fueron mezclando, el románico, el arte islámico y el bizantino.



Los motivos del claustro se repiten de otra forma en los mosaicos de la catedral. Con fondo dorado, se suceden las escenas bíblicas, desde la creación del mundo en siete días hasta la crucifixión y la fundación de la Iglesia por los apóstoles en frisos de distintos niveles. Aunque, sin duda, la atracción mayor de la mirada es el Cristo en majestad que aparece el fondo del ábside. No hay espacio en la catedral -el horror vacui bizantino- libre de decoración, incluido el suelo coloreado de azulejos.



La impresionante catedral normanda fue antes Gran Mezquita y antes Iglesia bizantina, siguiendo las peripecias de la historia.


Si el desayuno no fue tan opulento como se espera de un Gran Hotel Astoria, con profusión de bollería y azúcares y falta de productos salados y de zumos de calidad, a tono con el degradado barrio portuario en el que se encuentra - basura en las aceras, patinetes abandonados (curioso fenómeno, pues se repite por doquier), iluminación urbana muy pobre- la noche se había ido en la imposibilidad de ver un partido de fútbol, el Madrid contra el Stuttgart, pues los espectadores italianos prefirieron ver cómo el Milan caía ante el Liverpool, una mediocre pizza en el recomendado y lleno restaurante de La dolce vita y un paseo por los alrededores del puerto, bordeando la cárcel palermitana, famosa tiempo atrás como prisión de la Inquisición.



La pobre pizza de La dolce vita nos recordó, nueve días atrás, a la llegada, la más extraordinaria pizza que nunca habíamos comido, de nombre 'siciliana', en un garito de las afueras, con apenas una mesa y dos sillas de plástico, el cielo regalimando y unas pocas motos a la puerta esperando para el reparto. Lo tomamos como la mejor señal de lo que el viaje a Sicilia nos iba a deparar.


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