martes, 9 de febrero de 2021

Risillas

 



Cuando en la charla entre amigos sale el tema de Venezuela lo más habitual es que en su cara asome una risilla. Lo mismo sucede si surge su antigua militancia o un comentario sobre su voto fiel a la antigua IU o a la actual U/P. Es una risilla de sobreentendidos que desarma. En su ambigüedad se esconden dos sobrentendidos posibles:

1. “Utilizas el viejo argumento de los derechistas para desacreditarnos”. No lo condenan explícitamente pero dan a entender que no apoyan al régimen venezolano y que reconocen, por fin, aunque no lo digan, que el comunismo realmente existente fue un desastre.

2. “Te concedo la risa para que no te asustes sigo siendo comunista pero nunca te lo diré porque no quiero asustarte ni quiero que se rompa nuestra relación del todo. Además no quiero darte pie a que fortifiques tus defensas”.


Son pocos aunque no muy pocos los que siguen manteniendo el ideal a la espera de que se concrete una nueva posibilidad. Siguen creyendo que esta democracia es una filfa, convencidos de su superioridad y de que son más listos. Ni siquiera te conceden que en Cuba o en Venezuela se hayan cometido 'errores'. A lo máximo que llegan es a un silencio concesivo pero que no lo es porque si la discusión se alarga y comparece la seriedad aportarán documentales, libros, artículos de Le Monde Diplomatique en los que se desvela el engaño del periodismo convencional, sometido a los grandes poderes, y la verdadera realidad del socialismo del siglo XXI.


En los dicterios de Iglesias contra la democracia, la provocación en la que los periodistas caen, como en aquella ocasión en la que calificó a su gobierno como 'social comunista', no solo está la risilla que destapa el pudor de periodistas y políticos en utilizar la palabra 'comunismo' (esa antigualla que convierte en ‘derechista’ e incluso ‘fascista’ a quién la utiliza) sino una profesión de fe disimulada que identifica y une a esos pocos no tan pocos que siguen pensando en la nueva posibilidad. Era broma pero iba de veras.


Si estos partidos o movimientos viejos aunque aparentemente nuevos prosperan es por aquel pudor que deja de nombrar a las cosas como son. Y porque ese velo vergonzoso cubre incluso al sistema de valores que impregna la democracia. ¿Cómo va uno a defender la democracia 'burguesa' que desampara a tantos, que desatiende a los migrantes, que se despreocupa del hambre en el mundo, que no resuelve de una vez la desigualdad de las mujeres, que no se toma en serio a los colectivos marginados? Defender la democracia y sus reglas, el sistema de valores de Occidente es estar a favor de todo eso.


Pero si no se hace, si no se habla con claridad, sin temor a verse incluido en el estigma de 'la guerra cultural', las ideas dañinas avanzan y el programa debajo de la risillas acrecienta su posibilidad. Si uno traza una línea de Venezuela a Euskadi y de Barcelona a Moscú es objeto de risillas. Es lo que hace el vicepresidente Iglesias. Es broma decir que el sistema político español no es una democracia verdadera (The Economist, en un estudio con 60 indicadores, sitúa a la española como una de las 23 plenas dentro de los 167 países que estudia, por delante de Francia, Estados Unidos o Italia). Y así se lo toman los comentaristas como una broma provocadora, pero en la práctica política los fundadores de Podemos asesoraron constituciones y prácticas políticas del socialismo del siglo XXI y han tejido los acuerdos que posibilitan el mantenimiento del gobierno Sánchez. Iglesias no oculta a sus amigos, conversa con Otegi y con Junqueras y se reúne para hacer proclamas o manifiestos con los líderes populistas de Sudamérica. Sus oponentes se contienen, temen caer en el ridículo. No le enfrentan con ideas porque el sistema mediático ha construido un código de permisos y prohibiciones y quien se las salta es risible.


Pero habría que tomarse en serio a Iglesias. Imaginar por un momento que su programa pasa de la posibilidad a la realidad, que desechase el sistema constitucional, las formas democráticas, las instituciones, y que el nuevo sistema se fundase en los acuerdos entre Iglesias y sus socios: nacionalistas vascos y catalanes, comunes y populistas. La verdadera democracia. Que se pusiese en marcha lo que durante todos estos años han teorizado como 'proceso constituyente', no solo en Cataluña también en Madrid, en una literatura arenosa y aparentemente marginal pero que en esos grupos de pocos o no tan pocos se ha estado discutiendo continuamente. Los pudorosos y avergonzados no tendrían ocasión de romper el código ni siquiera de participar en ese proceso a no ser que se cayesen del caballo en el último momento y se convirtiesen en apóstoles de la buena nueva. No sería sorpresa la aparente sorpresa de los conversos. Que piensen por un momento qué les sucede a los opositores en Venezuela, por no decir lo que les sucede en Moscú.


Es inútil hacerles ver: la historia, los hechos, los muertos, la miseria material y moral. Han construido un caparazón que protege su ceguera. ¿Entonces? Es la democracia y el progreso lo que está en juego, la defensa de los débiles que es la mayoría de la humanidad. No se trata de convencer a los pocos o no tan pocos sino de convencer a la mayoría, de hacerles ver que deben fortalecer el sistema que les protege y hace progresar. ¿Pero quién va a hacer esa labor? Qué poca gente dispuesta: ni en el periodismo ni en la política ni en la escuela (el 61% de los profesores catalanes, por ejemplo, son partidarios de la independencia, según las encuestas del CIS. 2013-2017). ¿Quién les habrá explicado alguna vez a los alumnos que el sistema democrático es lo mejor que pueden tener para defenderse y progresar en la vida? En mi vida profesional he conocido a poquísimos que sintiesen esa obligación, una obligación que iba en el sueldo.


No hace falta más que un gramo de cordura para ver detrás de las risotadas de las máscaras carnavalescas de Maduro, Putin, Junqueras y Otegi el Estado represor dispuesto a administrar salsas de novichok, cárceles, exilios y hasta la húmeda guillotina de la que alguna vez ha hablado Iglesias.


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