jueves, 11 de febrero de 2021

A la contra

 

Leemos por pura satisfacción, por el placer de expandir nuestra imaginación. La lectura es placentera porque estimula emociones adormecidas en el trato diario con la realidad. Pero no nos adormece tanto nuestro trato con ella como nuestra ahormada percepción, los modos rutinarios que consolidan una forma de hablar y de actuar.


Al ensanchar la imaginación nos hacemos conscientes de las debilidades de nuestra percepción, empezamos a ser críticos con la cosmovisión que hemos heredado. Poco a poco vamos comprendiendo que los escritores que han permanecido, filósofos, poetas y científicos, son aquellos que se enfrentaron a cosmovisiones establecidas. Algunos de ellos sin embargo crearon escuela, una tradición que se iba consolidando, una casta sacerdotal que transmite el saber intacto, adquirido, a la siguiente generación. Una tradición cuyas fallas y mitos hace ver un nuevo hereje, un excéntrico, al precio del exilio, incluso de la muerte, un Giordano Bruno, en 1600, defendiendo en público la existencia de "incontables Soles e contables Tierras que orbitan alrededor de su propio Sol", para seguir afinando nuestro modo de ver el mundo.


Leer, pensar, escribir es antes que nada ser crítico con el mundo establecido, ver sus debilidades sus engaños sus rutinas. El aprendizaje del espíritu crítico se consolida con la experiencia de los problemas diarios a resolver y con la sometimiento a juicio de lo que nos dicen, nos ordena o nos sugieren. Nuestra mente es conservadora prefiere dejarse llevar, propensa por tanto a la fe, a aceptar acríticamente conjuntos de verdades (ideologías, identidades) sin ponerlas en cuestión, simplemente por la falta del ejercicio gimnástico de la libertad de juicio. Este es un tiempo, esperemos que breve, de religiones laicas con sus sacerdotes y sus dogmas y con herejes a los que se quiere llevar a la hoguera (cultura de la cancelación).


Leer, escribir, mantener una conversación cobra sentido si en el ejercicio mental se van desvelando las rutinas, los engaños, las supersticiones, los mitos a los que nuestra tendencia conservadora nos acomoda. Es el modo de acercarnos a la verdad cegadora de las cosas desnudas.


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