martes, 5 de enero de 2021

Noche y océano, de Raquel Taranilla

 



Hay muchas maneras de practicar la literatura, ya sea como lector o como escritor, en un sillón, asomado a la pantalla o estirado sobre la cama. Las reduzco a las dos que más juego han dado en los últimos tiempos: la literatura como reflejo de la realidad, ya sabes, plantar el caballete en el camino, observar y reproducir con el pincel lo que se ve o bien como juego de la imaginación, escarbar en la memoria de la tradición, autores y libros y su circunstancia, y con la maestría del lenguaje formar volutas con los labios en forma de canuto. Hay maestros en el arte primero y en el segundo y en ambos casos hay quien se ha perdido en la tontería de llevar el método al extremo. Nuestra tradición es realista, y Galdós, que ahora celebramos, uno de sus maestros, sin embargo, ha dado buenos ejemplares de la segunda escuela: Borges y Vila-Matas entre ellos. Raquel Taranilla para escribir Noche y Océano antes ha tenido que gozar como lectora, como Borges y Vila-Matas antes de ponerse a escribir, de hecho, como dejó dicho el primero, escribir era una consecuencia natural de sus lecturas. Así que es condición para leer este libro saberse lector, antes que cualquier otra cosa, así me definiría yo. La memoria de Taranilla es parte de mi memoria, como lo es de tantos que se sumergen en el océano y la noche, en parte como distracción y en parte para recoger y reordenar los pecios que ha ido dejando la humanidad en las playas de sus naufragios.


Sucede que estamos al final de los tiempos, sea lo que eso sea, porque todos los tiempos habrán pensado de sí eso mismo, pero el nuestro con más conciencia, aunque vendrán otros con la mente más amplificada aún, pues no en vano nos decimos que estamos en la posmodernidad, lo cuál puede significar dos cosas que la modernidad no alcanzó sus objetivos y tenemos conciencia de su fracaso y que después de este vendrá otro tiempo que somos incapaces de vislumbrar puesto que hemos perdido la creencia en poder ordenarlo. Taranilla parte de ahí, tenemos tanta información a nuestro alcance que cualquier asunto nos resulta inabarcable y, en consecuencia, se nos escapan las preguntas pertinentes. ¿No es eso la posmodernidad? Taranilla opta por el humor, puesto que la tierra se mueve bajo nuestros pies, cojamos de aquí y de allá y que el propio material haga sus preguntas. Algunas serán absurdas y otras tendrán sentido.


Taranilla articula su libro en dos líneas de avance que como la doble hélice de la molécula de ADN van dando forma al contenido: Quirós, el personaje principal para la narradora, que cae por casualidad en la casa de Barcelona donde Bea Silva, la narradora, el personaje principal para el lector, vive de alquiler, es un documentalista obsesionado con Murnau, hasta el punto de robar su cráneo en el cementerio berlinés de Stahnsdorf). Esa obsesión y sus aventuras cinéfilas en los mares del sur conforman la primera línea. La segunda, cómo la narradora se enfrenta al relato, desde su triste peripecia como profesora del departamento de sociología de la universidad, donde le encargan un estudio sobre ocio y turismo, hasta su frustrado amor por Quirós.


Con el material que Quirós va acumulando sobre el director alemán y su filmación de Tabú en la Polinesia y con su propia experiencia, la narradora va engarzando anécdotas, chismes, historias en torno al hecho literario y su teoría (mención constante a Lukács), al modo de Lawrence Sterne (al que también menciona como a tantos otros: en el último cuarto del libro hace recuento de los nombres que lleva mencionados y le salen 336, de los cuales 282 ya no están vivos). La mente de la narradora, o más bien su memoria literaria y cultural, divaga de aquí para allá sin qué importe mucho el hilo de Quirós porque lo que la entretiene es la trama que las historias de la literatura y el cine han ido tejiendo en su mente lectora, pues no en vano, la autora se ha dedicado profesionalmente a la literatura en la facultad de Barcelona, unas en página y otras al pie (notas que, en la primera mitad, dan cuenta de qué hacían los personajes que van apareciendo a sus 32 años, tomando esa edad como divisoria del éxito y el fracaso, y, en la segunda, en qué cementerio están enterrados los citados que ya están muertos), un magma inabarcable que acaba siendo el asunto del libro, como pares de bases que van construyendo la escalera helicoidal, pero así como el ADN contiene la información básica y necesaria para la vida, la capacidad para acumular y ordenar la información sobre cualquier asunto del mundo cultural, pongamos el ocio y el turismo, de una profesora de universidad queda desbordada en cuanto alcanza a comprender su imposibilidad y sinsentido.


El resultado es un diccionario o enciclopedia desordenada u ordenada como lo haría la memoria de un lector que trate de hacer recuento de lo leído, más algunos apuntes chispeantes sobre el amor y su fracaso: “el mayor de los errores es que un autor escriba un libro hasta el final. Y en el trato con la gente es también buena cosa interrumpir pronto una relación”, cita hacia el final. Taranilla lo hace con mucho humor y un guiño constante a mon semblable, mon frère, su lector. No aparece en las listas, pero es uno de los libros del año recién sucumbido.



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