miércoles, 23 de diciembre de 2020

Martin Eden

 



Esta es una de esas películas que cuando comienzan ves de inmediato que está hecha para disfrutar. Todo confluye como un don que se te hace: la selección de la música y de los escenarios, la combinación de imágenes antiguas con las del rodaje, los actores y su naturalidad, el montaje tan fluido, la falta de una historia que la determine, pues es la suma de escenas, en aparente desorden y con ritmo sincopado, el ‘encanto’ de cada una de ellas, lo que va confluyendo para que lo que sucede ante tus ojos se convierta en el acto mágico que es el cine, que es por lo que hemos seguido yendo a la sala oscura desde que lo descubrimos. Y es así durante los dos tercios iniciales, hasta que se produce una ruptura brusca, no digo que el cambio no sea necesario para explicar al personaje central, pero parece que al director se le ha acabado la imaginación o que se haya cansado de rodar y montar y le da por acabar cuanto antes (un hecho muy común que trunca muchas películas y novelas: no saben cómo dar fin a una historia), bien es verdad que la película se estaba alargando más allá de lo esperable, pero es un fallo de previsión que debía haber contemplado.


Por supuesto, la historia que contar termina por aparecer, el chico pobre (proletario, habría que contextualizar) pero inquieto, marinero medio analfabeto, que se gana mal la vida, pero que ve la ocasión de ascender en la escala social cuando conoce a Ruth, una joven burguesa, bella, culta y con estilo, de la que se enamora, al creer que dando curso a su voluntad de ser escritor lo conseguirá. Y en ello se empeña de forma autodidacta. Pero el mundo de la escritura le hace conocer otros modos de ver la vida que le hacen poner en cuestión aquello en lo que creía. La película es buena cuando pesa lo cinematográfico, el cine como suma de muchas artes, es cuando la necesidad de una historia lineal se apodera del guion, cuando se ve obligada a seguir a la novela, cuando empieza a descomponerse, las contradicciones del personaje toman cuerpo en las del propio director.


La película es una adaptación libre del Martin Eden (1909) de Jack London, una especie de autobiografía del escritor, adaptada a la Italia de la preguerra. Con el cambio brusco que se produce en el último tercio de la película, Pietro Marcello, el guionista y director, quiere reflejar dos cosas, el cambio de conciencia política de su protagonista y lo mal que llevaba la fama cuando se convirtió en un escritor famoso, quizá tenga también que ver con el difícil dilema que se les presenta a los creadores que siendo enemigos del individualismo, habiendo optado ideológicamente por lo colectivo como idea para ‘salvar’ a la humanidad, se tienen a sí mismos como ejemplo de contradicción. Martin Eden es un feroz individualista hasta su conversión final al socialismo. Aún así es una gran película, una de las mejores del año.


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