domingo, 13 de diciembre de 2020

La experiencia del límite

 

Es propio de la vida romper límites, ir un paso más allá de lo posible. ¿Acaso no es ese el motor que mueve a la biología darwinista? Si en la vida eso es algo evidente, no lo es tanto en las barreras que ha de romper el psiquismo. El arte es la sublimación de esas rupturas. El arte nos prepara, hace verosímil lo que a la convención le resulta difícil de tragar. Los artistas son las antenas de la posibilidad. Por eso, al menos hasta ahora, la sociedad toleraba la moral de los artistas, intrépidos adelantados probaban conductas que a los demás no se les permitía o no se atrevían. En las épocas oscuras a los artistas se les lleva a la hoguera, a la cárcel o al oprobio. En las épocas oscuras la condición de artista decae en cursilería, sumiso al poder y a la opinión el pseudoartista acharola la vulgaridad con la que los poderosos entretienen a las masas, hacen sospechoso a quien tenga un gusto desviado. En las épocas oscuras el artista sobrevive en las alcantarillas y solo cuando se hace la luz, es decir cuando ya está muerto, brilla su obra.


El arte es inmoral, insolidario, cínico y hasta cruel visto con los ojos de la convención. Cuando se inscribe en la tradición del clasicismo ya ha perdido su fuerza transgresora a cambio de mostrar la versatilidad de lo humano. Es lógico que el hombre común no lo aprecie porque no ha tenido aún opción de asimilar las nuevas prácticas, el nuevo modo de relacionarse con los demás y con las cosas, no ha tenido tiempo de incorporar los valores nuevos porque quién le instruye todavía no los ha hecho suyos, no se ha adaptado o no ha suprimido los elementos destructivos de lo nuevo. La vida segura está en un extremo y el arte en el otro, la primera se afianza en la vida, el segundo lucha contra la muerte. La transgresión de hoy es la salvaguardia del mañana, el arte expande las fronteras de la vida



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