lunes, 21 de diciembre de 2020

Fargo 4

 



Toda serie de éxito que pasa a la segunda temporada, ante el agotamiento de la imaginación de los guionistas, tiende al manierismo. Les pasa a los autores de películas y en general a los creadores de productos culturales. No es una ley que se cumpla a rajatabla, pero llega el momento. Pensemos en Almodóvar (Dolor y gloria) y en Amenábar. Las tres primeras temporadas de Fargo me gustaron, no de igual modo. Esta cuarta es tan manierista que da grima. Me quedaré con una acepción simple de manierismo: artificiosidad. La historia que cuenta es tan simple como el filo de una hoja de papel en blanco. Para compensarlo presenta personajes pintureros: a uno se le define por el color magenta de su abrigo, otro es gordo y con dentadura mayúscula, el marshall es tan imperturbable que acepta un balazo con tal de no moverse, hay un par de bandoleras lesbianas, una gorda y otra flaca, y una enfermera de arrítmicos andares que sabe combinar la repostería y el veneno, gánsteres negros tan hieráticos como esculturas egipcias y mafiosos italianos con rostros temibles como malvados de cómic, niñas ingenuas pero sabias y niños benditos. No se sale de los márgenes que marca el ‘metoo’, la dictadura del presente, y el convencional dualismo buenos/malos es sustituido por el malos/no tan malos. Por supuesto hay muertes, muchas, pues ese es el distintivo de la serie, muertes cómicas, que no haya causa razonable que las justifique. Lo que eran rasgos secundarios de estilo, circunstanciales en el Fargo original de los Coen, aquí se convierten en el centro que capte la atención.


Qué invitaría, pues, a ver esta temporada de Fargo. Una razón podría ser dar crédito a la tesis que mantiene Michel Desmurget, en La fábrica de cretinos digitales, que no hay ninguna prueba de la ‘superioridad funcional’ de quienes se están criando con internet (el streaming es el summum de lo fácil que nos lo pone la red: no hace falta discernir; disentir mejor que no). La otra es llegar al capítulo 9 de la temporada. Ese sí, ahí el manierismo alcanza su sentido. Los guionistas del capítulo se salen de la no historia que ha regido los anteriores, reducen el color a blanco y negro y se quedan con dos personajes creíbles y los meten en una casa extraña, aislada en medio de la desolada llanura de Kansas. Es la pequeña joya dentro de la gran nadería de la temporada. Es decir, con ver ese capítulo bastaría.



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