miércoles, 28 de agosto de 2019

Prohibido matar





Y, al igual que la ley de los países civilizados presupone que la voz de la conciencia dice a todos “no matarás”, aun cuando los naturales deseos e inclinaciones de los hombres les induzcan a veces al crimen, del mismo modo la ley común de Hitler exigía que la voz de la conciencia dijera a todos “debes matar”, pese a que los organizadores de las matanzas sabían muy bien que matar es algo que va contra los normales deseos e inclinaciones de la mayoría de los humanos. El mal, en el Tercer Reich, había perdido aquella característica por la que generalmente se le distingue, es decir, la característica de constituir una tentación. Muchos alemanes y muchos nazis, probablemente la inmensa mayoría, tuvieron la tentación de no matar, de no robar, de no permitir que sus semejantes fueran enviados al exterminio (que los judíos eran enviados a la muerte lo sabían, aunque quizá muchos ignoraran los detalles más horrendos), de no convertirse en cómplices de estos crímenes al beneficiarse con ellos. Pero, bien lo sabe el Señor, los nazis habían aprendido a resistir la tentación». (Hanna Arendet, Eichmann en Jerusalén)

En algún momento entre 1923 y 1939, como señala Hanna Arendt, los alemanes cambiaron de mandamiento, allí donde asumían que matar estaba mal, aceptaron cambiarlo por ‘mata, está permitido’. Hitler y el movimiento nazi les indujeron a aceptar el nuevo mandamiento. Acabada la guerra y sus horrores, a partir de 1945, la Europa política se construyó sobre un tabú: prohibido matar. No hay razón, causa noble o ideal que valga para arrebatar la vida de un hombre. Ni siquiera en los más horrorosos crímenes individuales los Estados se han saltado tal prohibición. No hay pena de muerte. Solo organizaciones terroristas se la han saltado: la banda Bader-Meinhof en Alemania, las Brigadas Rojas en Italia, el IRA o ETA. La mayor marte de sus asesinos han dado con sus huesos en la cárcel por décadas pero no se ha ejecutado a ninguno. Ese tabú separa a la Europa ilustrada de la barbarie. Es la razón fundamental de la Unión Europea.

Como en la Alemania de la década de los 30, algo parecido ocurrió en la sociedad vasca entre 1969 y 1975: ‘está permitido matar’. El nacionalismo indujo a la sociedad a aceptar ese mandamiento. Corrompieron a su sociedad. Todavía hoy no ha sido derogado. Ningún dirigente nacionalista ha dicho: hicimos el mal, nos beneficiamos de ello, las víctimas serán resarcidas, no lo volveremos a hacer. No han renunciado a los privilegios derivados del asesinato. En consecuencia, elección tras elección la sociedad vasca valida sus privilegios, en parte derivados del crimen, vota a quienes les hicieron cambiar de opinión respecto de que matar está mal. Casi 900 personas perdieron la vida.

En el resto de Europa, en España, se ha ido imponiendo la idea y la práctica de que no nos deben importar los nombres de los asesinos si no es para meterlos en la cárcel y sí el nombre y la circunstancia de quienes fueron asesinados. No en el País Vasco: los asesinos son héroes. Mientras eso no cambie no hay que pactar con los asesinos y sus protectores. El partido HB-Bildu es una anomalía en el régimen constitucional europeo, quizá como consecuencia de pesado fardo del franquismo. Durante años se le vio como una oposición legítima al régimen de la dictadura, incluso en plena democracia, sus asesinatos estaban normalizados. Los grandes partidos han pactado y lo siguen haciendo con los nacionalistas, incluso como ahora vemos con el brazo político de ETA. Si el PSOE obtiene el poder en Navarra gracias a los cinco diputados de HB-Bildu y ofrece el ayuntamientos de Huarte (7.000 habitantes) a un partido de asesinos deja de ser un partido central de la democracia, contraviene el pacto fundacional de la Europa contemporánea, así que ya no útil al bien común. Le pasa como a la Iglesia. Durante un milenio, ésta ha dictado las normas morales, los mandamientos de obligado cumplimiento. Nos hicieron creer que la moral tenía un fundamento extra humano, pero cuando el sustrato metafísico en el que se sustentaba cayó, añadido a una práctica hipócrita, perdió su credibilidad, dejó de ser útil a la sociedad. Sigue teniendo feligreses, algunos practicantes, pero deambula en el mundo como un muerto viviente. Así el PSOE, ganará batallas después de muerto, pero ya no es un partido central. Durante décadas fue un partido que vertebró la unidad política del país, estableció la agenda, organizó el relato de la vida social española, la gente le confiaba el gobierno, pero ya no, como la Iglesia ha dejado de ser funcional. Es otro muerto viviente.


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