"Los políticos tienen una importancia desmesurada para la vulgaridad de su mundo. [...] Ocupan las pantallas a todas horas con declaraciones banales que luego por la noche sesudos comentaristas analizan con ridícula profundidad". (Enrique Vila-Matas)
Hacerse
mayor es ir quitándose de cosas que ensucian los años que nos
quedan. Quitarse del tabaco, del alcohol, de las comidas pesadas, de
los dulces que empalagan, del sexo anguloso es algo relativamente
fácil. Más difícil es quitarse de las toxinas mentales, por
invisibles, agarradas con firmeza en las conexiones neuronales. Me he
ido quitando de todo lo que acabase en ismo, y me queda mucho por limpiar. Depurar la
mente de todos los vicios del pensamiento es casi imposible, pero
cuando uno lo logra siente la descarga del peso, la ligereza del
pensar. Lo malo es que si después se entabla conversación con
enganchados de cualquier ismo uno tiene que bracear contra corriente
en una misión propia de Sísifo. La atmósfera está cargada de
toxinas que se nos expenden cada día de la forma más concentrada y
sutil. Hay que quitarse de las tertulias, de la opinión del sistema
mediático y educativo, de las series banales que inyectan la moral
del cómo comportarse, de los púlpitos. Pero no queda otra que hacer
pedagogía entre galeotes condenados a galeras.
Un
ejemplo. Dado el resultado de las recientes elecciones, por el bien
del común convendría una coalición PSOE/Cs. No hace falta aquí
alegar
los motivos. Son muchos y contundentes y no el menor los cuatro
años de legislatura que se
abren ante retos que una coalición de retales no podría
afrontar. Parece lógico, en la medida de nuestras fuerzas, presionar
en esa dirección. No lo harán los atrapados en los ismos, tampoco
aquellos que, por ejemplo en Cataluña y el País Vasco, prefieren la
‘opción de los verdugos’, aquellos que como señalaba Étienne
de La Boétie en El discurso de la servidumbre voluntaria (y
recoge Raúl del Pozo en su columna), “aman a los poderosos
que conspiran contra ellos. Lo hacen por costumbre, por interés o
por miedo. O, simplemente, por estupidez”. Pero sí podríamos
hacerlo los demás. Podemos dejar claro que el bien común está por
encima de los personalismos y la ambición de los políticos. Y si no
nos hacen caso, que les vayan dando a todos ellos.
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