JRJ: “Quien escribe como se habla llegará en el futuro a
ser más hablado y leído que quien escribe como se escribe”.
Se lee cada
uno de los diarios de Andrés Trapiello como se lee una novela, con principio y
final y con argumento. También hay personajes principales y secundarios y hay
aventuras y hasta misterios que quedan en el aire sin ser resueltos. Y, sin
embargo, lo más interesante, lo que les hace cercanos y verosímiles y hasta
veraces es que no se despega de la realidad que uno conoce o recuerda porque
ese tiempo del que escribe –aquí, en este entrega, de 2003, lo ha vivido uno
con parecida intensidad. Igual que AT con su misma edad, también con un par de
hijos que estaban creciendo y madurando, con parecidos rituales diarios, con
parecidas celebradas fiestas. Un estricto contemporáneo. Las ciudades de las
que habla, los viajes que hace, los escritores que lee o comenta, los pintores.
Es una novela de la vida diaria, describe lo que le asalta al paso, los soles y
las nieblas, los pájaros del bosque, la ciudad y sus tumultos, con una
querencia por el discurrir de las cosas más que por el de las conciencias como
haría un escritor de otra cuerda. Eso es lo que más me gusta, y para mí el
descubrimiento de estos últimos años. Gracias a AT valora una forma de contar
que para mí tenía un prestigio menor y que ahora alzo: Carvantes, ni más ni
menos, Azorín, Galdós, aunque había llegado a ella leyendo a escritores de
otros lugares: Sebald, Carrere.
Cada
diario, recogido anualmente en libro desde 198 está dominado por un tema, una
atmósfera, una idea. La visita de tres jóvenes a su casa extremeña de Las Viñas,
que acaban siendo él mismo, su mujer y un amigo hace veinte años, una carta que
el protagonista principal del relato recibe de un amigo, en esta que vengo de
leer, que le dice que debería dar por concluidos sus diarios porque estaría
agotada la fórmula y el logro y que lo demás sería repetición y decadencia. A
AT le duele, lo comenta con su familia, pero él sabe que no puede dejarlos,
aunque quizá reducir su tamaño publicado, porque se han convertido en su misma
vida. En ellos va dando fe de los nimios hechos que constituyen la novela de
su vida, cómo abandonarlos sin abandonar su propia vida. “Escritos como
diarios, publicados como novelas”, una manera de dar sentido a la vida
invertebrada. El personaje principal es el propio AT escribiendo, paseando, hurgando
en las librerías de viejo, conversando y compartiendo mesa con amigos, la
mayoría escritores o comentando artículos y libros, promocionando sus propios
libros, escribiendo sobre la vida en Madrid y también en las provincias.
Aquí y allá
aparece la poesía que se esconde entre las frases cadenciosas, temerosa de sí
mismas, como un regalo vergonzoso que no quisiera mostrarse como tal. La poesía
de un día cualquiera en el que el sol inunda el bosque o atraviesa el ventanal
de una cafetería. Poesía que va enlazando las historias de los hombres comunes
con quienes topa en el rastro, a quienes va a ver para que le confirmen algo que ha entrevisto
en unos papeles viejos o que le salen al paso en una firma de libros o una
mujer en el cruce de dos calles.
Diarios: algo que se escribe como diario y se publica como
novela, Son también la novela del hombre común, un hombre común que es poeta,
nada más, que vive del libro hacia adentro, no del libro hacia afuera. Y los
lectores de esos libros son, me parece, un poco como yo mismo, personas a las
que les gusta mucho la vida y no tanto la sociedad, y mucho las gentes, aunque
tampoco esperan nada de ellas. Lo saben ellos y lo sé yo. Y eso nos basta.
“Lo que se sabe sentir se sabe decir” (Cervantes)
Tolstói: “Señor, dame la sencillez de estilo”.
“Solo vemos lo que nos mira”, que decía Franz Hessel.
Deudor de
Ramón Gaya, AT afirma “La distancia entre Guzmán y Don Quijote no la medimos en
verosimilitud, es decir, en unidades de arte o estilo, donde podrían ser
parejos, sino en unidades de verdad, o sea, de vida”.
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