sábado, 21 de septiembre de 2013

21 (Por el alto Ebro)

                      

            1. Sol sobre el desfiladero de los Tornos, bajando del alto de la Mazorra, en los cañones del Ebro, desde Dobro a Cidad del Ebro, pasando por Ahedo de Butrón y Tudanca, parajes que el río ha excavado en el páramo burgalés. Parece como que el verano no haya pasado por aquí, prados, arbustos, vegetación de ribera, encinas y robles, sabinas y enebros en las laderas. Los buitres leonados nos sobrevuelan y junto a ellos un águila real. Comemos en lo más alto del paso de los Tornos con una vista espectacular sobre los meandros del río y el anticlinal de Tudanca.

            2. Tres deliciosas anécdotas que Fernando Esteve cuenta en El País como ejemplos de que es posible vivir sin estar atados a la razón economicista:

            La primera se refiere a Joseph Pla. “Una vez se le ofreció trabajar para el Saturday Evening Post. La oferta, tanto en términos pecuniarios como de prestigio, era más que suculenta. Ningún auténtico hombre económico la hubiese rechazado jamás. Sin embargo, Pla lo hizo, aduciendo que ganar “tanto dinero le descabalaría el presupuesto”.

            La segunda la cuenta Bruce Chatwin en su En la Patagonia: “Cuenta una conversación tras pernoctar en el hotel de Río Pico, regentado “por una familia judía que no tenía la noción más elemental de lo que era el lucro”. A la mañana, al pedir la cuenta, tuvo lugar el siguiente diálogo:
—¿Cuánto le debo por la habitación?
—Nada. Si usted no hubiera dormido en ella, nadie lo hubiera hecho.
—¿Y cuánto le debo por la cena?
—Nada. ¿Cómo podríamos haber sabido que usted iba a venir? Cocinamos para nosotros.
—Entonces, ¿cuánto le debo por el vino?
—Nada. Siempre servimos vino a los huéspedes.
—¿Y qué me dice del mate?
—Nadie paga el mate.
—¿Qué es lo que puedo pagar, entonces? Solo quedan el pan y el café.
—No puedo cobrarle el pan, pero el café con leche es cosa de gringos y se lo haré pagar”.


            La tercera tiene que ver con el guionista Rafael Azcona. “Sucedió que en un viaje de Madrid a Zaragoza, Azcona y sus acompañantes pararon en una venta a indicación de uno de los viajeros, pues en ella “hacían y vendían unas magdalenas extraordinarias”, y, al parecer, así lo eran. Años más tarde —cuenta Stuart— el escritor intentó alardear de conocimientos gastronómicos recomendando a unos amigos viajeros que pararan a comprar las muy recomendables magdalenas, pero para su sorpresa allí les dijeron que ya no las tenían, que no las fabricaban. Ante su insistencia por conocer los detalles, el ventero fue impecable e implacable: “Las pedían mucho”.

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