jueves, 28 de junio de 2012

Vente conmigo, de Roberto Saviano



            Aupado por el éxito de Gomorra, Roberto Saviano fue invitado a crear una serie de programas televisivos bajo el título de Vieni via con me. Un híbrido televisivo entre el sermón, la denuncia en primera persona y el relato que fue recogida en un libro con nueve capítulos (Anagrama) dedicados cada uno de ellos a los muchos problemas de Italia, que podrían resumirse en dos: la defensa de la unidad de Italia, como medio de mantener el imperio de la ley y la denuncia del dominio económico y la podredumbre moral de su país a causa de la mafia.

            Saviano habla en primer lugar del coste de esos programas televisivos, en término morales y económicos –no se puede denunciar impunemente-, de todos los que quisieron que no se hicieran, y del éxito final. Fueron capaces de batir en audiencia a Gran Hermano y a un partido de la Champions entre el Inter y el Barça.

            Saviano suscita mediante monólogos suyos y aportaciones de invitados, el tema de la unidad de Italia, el valor de la Constitución, la organización de la mafia, su dominio de la economía del Norte de Italia, precisamente allí donde domina la Liga de Umberto Bossi -el demagogo de la Padania separada del Sur-, los residuos venenosos de Nápoles, la corrupción posterior al terremoto de l’Aquila y concluye con una entrevista a un capo mafioso.

            Todos los capítulos aportan cosas de interés para quien no está en el meollo de la cosa. Así por ejemplo el que dedica a explicar cómo funciona la organización mafiosa. Los mafiosos tienen su propia leyenda de los orígenes. Tres caballeros españoles del siglo XV, Osso, Mastrosso y Carcagnosso, huidos de España tras haber lavado un crimen de honor, una hermana violada, se refugiaron en una gruta de Favignana frentes a las costas sicilianas, allí establecieron las reglas y crearon la Honorata società. Cada uno de ellos fundó una de las tres ramas de la mafia: La Cosa Nostra en Sicilia, la ‘Ndrangheta en Clabria y la Camorra en Nápoles. Cuando un joven se inicia en la sociedad lo hace bajo la invocación de esos nombres. Saviano sostiene que los negocios de estas organizaciones no están en los pueblos del sur, aunque se controlan desde allí, con las antiguas reglas y desde una vida ascética impropia de gente que maneja millones –Saviano cuenta anécdotas increíbles-, sino en las grandes empresas del norte, de la Lombardía y el Véneto: las contratas de cemento, la distribución de alimentos y gasolina, el narco y las administraciones municipales, calcando en muchos casos la zona de influencia de la Liga del Norte.

            Me ha golpeado especialmente el caso del fiscal Giovanni Falcone, porque me ha hecho reflexionar sobre lo que sucede en España. El capítulo se titula “La máquina del fango” y narra la campaña contra Falcone cuando éste formaba parte del grupo de jueces y fiscales que acumulaba pruebas contra la Cosa Nostra y que consiguió encausar a 339 mafiosos y condenar a cadena perpetua a 19. La manera de destruir a Falcone fue muy parecida a la defensa del calamar: “todos tenemos las manos sucias”, lanzando dosieres como tinta sucia y pringosa contra él y su equipo. Atacan al aparato de protección de los jueces, magnifican las molestias al vecindario con sus helicópteros y sus coches policiales, convierten el proceso en una lucha particular entre Falcone y la Cosa Nostra; hablan de la búsqueda de un poder personal, de que era un trepa, de Falconcrest, de “la lucha contra la mafia como gran espectáculo televisivo”, buscando las portadas. Hasta un escritor tan respetable como Sciasccia cayó en esa trampa y escribió un artículo titulado: “Profesionales de la Antimafia”. Luego se arrepintió. Falcone fue acusado alternativamente de rendirse a los comunistas, de ser amigo de Andreotti, y con ello del grupo de políticos al servicio de la mafia, o de los socialistas corruptos. Se le acusa de hacer mal su trabajo, de no confeccionar correctamente las instrucciones. Antes de su muerte verdadera hubo un atentado fallido. Le acusaron de montarlo para salir en la tele. “¿Significa que en este país para tener credibilidad tienen que matarte?”, le contestaría con voz profética a un periodista que le acusaba. 500 kilos de trilita acabarían con él de camino a Palermo. Y entonces, efectivamente, lo convirtieron en héroe nacional: su muerte como prueba de autenticidad. No me cae nada bien el juez o ex juez Garzón y su divismo, pero qué sé de las interioridades de la alta política. ¿Qué hay de cierto en sus procesos?, ¿qué, en las de sus acusadores? No tengo datos para fiarme de unos o de otros, de los políticos, o de los jueces metidos a políticos, que acabaron con su carrera, o de los vengadores amigos de Garzón que han acabado con la de Dívar. Un Dívar al que se acusa de no justificar 28.000 euros de gastos de representación, cuando al resto de los vocales -20- del Poder Judicial tampoco se les exige que justifiquen el medio millón que han gastado, a 22.000 euros por barba.

          Si aún tiene sentido la frase “escritor comprometido”, se ajustaría a lo que este escritor italiano viene haciendo.

          Y quizá, ahora, pueda empezar con España. Dice en una reciente entrevista: 
“Es un país (España) del que, en muchos aspectos, se ha contado poco de su historia criminal. Tengo la impresión de que, como en Italia, es una nación que puede aportar una mirada diferente a América del Sur. Un político me contó  que existía cierto temor  sobre la llegada de México a España. Cuando hablamos de México, me refiero al dinero de los cárteles. Y eso me gustaría decirlo. Para ello, como es lógico, se requieren pruebas.
 España es una especie de Nueva York donde llegan georgianos, sicilianos, libaneses... Aquí se deciden cosas. No hay  control. Se distribuye la coca por zonas, mientras que eslavos y nigerianos la reparten. Hay dinero negro  en inversiones de gasolina. Alguna vez se encarcela a un ruso, pero la opinión pública no tiene conciencia. ¿Por qué? No matan policías o jueces. Eso sí, se sabe que los bingos son una fuente de blanqueo increíble”.

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