jueves, 12 de abril de 2007

El arte como necrológica

Una gran exposición de un artista vivo o una gran retrospectiva suele equivaler a su acta de defunción. Especialmente patéticas resultan aquellas dedicadas a los artistas que se iban a merendar el mundo. "Tuvo su momento más activo entre la década de los sesenta y los setenta del siglo XX. Se declaró contra el objeto artístico tradicional como mercancía y se proclamó a sí mismo como el antiarte", leo en una enciclopedia sobre el grupo Fluxus.

"Un movimiento del que se habla mucho en España, pero se conoce poco", dice el adanista (¡yo lo vi primero!) José Lebrero, director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, que ahora certifica la necrológica de Fluxus en su museo. El hombre está feliz, habla de ironía y humor. "Fluxus purga el mundo de la locura burguesa, de la cultura intelectual, profesional y comercializada. Purga el mundo del arte muerto, de imitación, del arte artificial...", escribía su fundador George Maciunas hacia 1960. Los Fluxus alcanzaron el top cuando en Nueva York organizaban conciertos (en plural), en los que, antes que The Who, acababan rompiendo los instrumentos. El hombre Lebrero salta de gozo por tener en su muestra andaluza una obra del alemán Dieter Roth, Liebre de excremento de conejo, una escultura de conejo de Pascua, realizada con heces del animal. En la columna de al lado, en EP, una crítica de arte, titula, situando el exacto valor de Fluxus: La corriente más internacionalista, abierta y feminista. Y nos aclara su significado (para quien sea capaz de entender): Pero más allá de estas connotaciones filosóficas, los artistas fluxus asociaron sus trabajos con el proceso fisiológico de la catarsis corporal y descarga de excrementos, y con el proceso científico de transformación molecular y fusión química, una verdadera bomba atómica sobre el arte retiniano, el marco institucional y las formas de distribución del objeto artístico. ¡Ahí queda eso! También Yoko Ono se arrimó al movimiento.

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Mucho más interesante es la retrospectiva que la Tate Modern dedica a Gilbert & George, dos originalísimos artistas londinenses que un día de 1967 decidieron convertir sus cuerpos, a dúo, en su propia obra de arte. Lo suyo sí que era humor e ironía. Por ejemplo, un día, se encontraron en una galería con el pintor pop David Hockney y le invitaron a cenar. Se fueron los tres a un restaurante, llamaron a sus amigos para que fueran a mirar y aquello se convirtió en la Dining sculpture (Escultura cenando). Su gran mérito ha consistido en convertir la tomadura de pelo en arte.


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